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Corea del Norte

El destino más desconocido del planeta

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Corea del Norte

Si hay un lugar hermético en el planeta, aislado tanto de sus vecinos más próximos como del resto del mundo, este es Corea del Norte. Lleva 50 años ajeno a cualquier influencia exterior tanto ideológica como tecnológica. Viajar a Corea del Norte es una rara oportunidad de encontrar gente que desconoce qué se cuece fuera de sus fronteras y donde no hallarás rastro de la globalización. Aferrado a sus tradiciones y a su líder eterno, Kim Il Sung, abrió las fronteras a Los 32 Rumbos.

Texto y Fotos Josep Guijarro

Esto y en Panmunjom. Escribo estas líneas sentado frente a la misma mesa donde, en 1953, se firmó el armisticio que puso fin a la guerra de Corea, un sangriento conflicto que se cobró la vida de cuatro millones de personas.
Y es que, desde los inicios del siglo XX, la península coreana era una colonia japonesa. El final de la II Guerra Mundial trasladó las hostilidades de Europa al lejano Oriente, donde la derrota de Japón dejó lugar para que EE.UU y la URSS comenzaran a librar las batallas de lo que se conocería, después, como la “Guerra Fría”.
El avance ruso por el norte se compensó, en septiembre de 1945, con la llegada de EE.UU a la península coreana y, finalmente, la frontera quedó establecida en el Paralelo 38. La división tuvo lugar con una convocatoria de elecciones en el Sur que no tuvo seguimiento en el Norte, donde el poder quedó en manos de Kim Il Sung.
El resultado: Encima del Paralelo 38, la República Democrática Popular de Corea del Norte, controlada por la URSS. Al otro lado, la República de Corea, tutelada por EE.UU.
Un general norcoreano me acompañó por los siete edificios donde tuvieron lugar las negociaciones. 280 reuniones que no consiguieron la paz sino la firma de un armisticio. Después me condujo hasta la línea de frontera con sus vecinos del sur.
Por su seguridad -dice- unos soldados les acompañarán. Recuerden que no pueden hacer fotos a los militares”. Varios guías traducen del coreano al chino, el inglés o el español a los visitantes que aguardamos formados en dos filas.
Llego a la línea que escenifica la división de Corea. Puedo ver al otro lado a un grupo de turistas que saludan con sus manos a los que estamos en la RDP de Corea del Norte. A pocos metros de mi, los guardias fronterizos se mantienen majestáticos, ajenos a las visitas, regalando las espaldas a los surcoreanos que, con un traje que recuerda a los marines, se mueven de un lado a otro con cierto aire de indiferencia. La tensión parece mascarse.

Un viaje al surrealismo
Así empezó mi viaje a Corea del Norte, uno de los destinos más insólitos del planeta. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que éste es un destino incomparable. De los cerca de cuarenta paises que he visitado, ninguno provoca unas sensaciones tan increíbles ni contrastes tan acusados. Y, a pesar de que María José, directora de Viatges Pujol, me había advertido antes de salir sobre las luces y las sombras de esta nación, me costó superar el impacto inicial, que rompe el esquema de cualquier viaje convencional.
De entrada porque, al llegar al Aeropuerto Internacional, las aduanas despojan de GPS o teléfono móvil a cualquier viajero. Los dispositivos naturalmente, serán devueltos al abandonar el país. Al cruzar la puerta de llegadas, le estará esperando un chófer, un guía/traductor y un agente de seguridad que le acompañará allá donde vaya. Es como sentirse VIP (con guardaespaldas y chófer) por unos días, claro que el guardaespaldas no vela realmente por tu seguridad sino para que no te mezcles con la población.
María José también me explicó que, tras las visitas pactadas, me dejarían en el hotel y no podría salir del mismo hasta el día siguiente. Si piensas ir a Corea del Norte, asegúrate pues, que el establecimiento donde te hospedas disponga de suficientes áreas de recreo. El Yanggakdo Hotel (un cuatro estrellas superior, aunque resulte infinitamente inferior a los estándares de calidad europeos) cumple estas condiciones aunque, no dejaría de sorprenderme que la mayoría de servicios que oferta; piscina, discoteca, o karaoke (cuyo último hit, por cierto, era la Internacional Socialista) estuvieran vacíos.

Del blanco y negro al color
Pero regresemos a la frontera. Para llegar desde allí hasta la capital, Pyongyang, hay que recorrer algo más de 190 Km. por una autopista desierta de vehículos y salpicada de controles. Todo en este lugar es así: grande, vacío, falto de calor y color. Es como una película en blanco y negro. Contribuye a esta sensación la ausencia de verde. A pesar de estar en Primavera, hasta los arrozales que jalonan la ruta son de color marrón, los árboles apenas tenían hojas y las casas que vislumbro desde la ventanilla del 4x4, parecían colmenas trazadas con compás y escuadra.
Por fortuna el color llegaría antes de abandonar Panmunjom, en la bella población de Kaesong, la antigua capital de Koryo. Allí se erigen una docena de edificios de arquitectura tradicional que hoy albergan el Museo Koryo, en cuyo interior se conservan más de mil objetos y reliquias históricas. La dinastía Koryo, del que deriva etimológicamente Corea, dominó estos territorios entre los siglos X y XIV convirtiendo a esta ciudad amurallada en el centro cultural del país hasta la llegada de los mongoles en 1231.
Kaesong es conocida, también, como la Ciudad del Insam o Ginseng porque es aquí donde se producen mayores cantidades de esta raíz medicinal. Fue en esta bella población donde tuve oportunidad de degustar el llamado Pansanggi, una comida que se sirve en contenedores de latón (dicen los coreanos que esto estimula el apetito) y que está constituida por serie impar de platos -entre 5 y 11- entre los que no se cuenta ni el arroz ni la sopa.

Pyongyang, Una ciudad monumental
Dejo atrás la Puerta Nam, acceso y último fragmento de la muralla que rodeaba Kaesong, rumbo a la capital, Pyongyang. Durante el trayecto me sorprende la soledad de la ruta. Mis acompañantes, Pak y Ri, duermen la siesta mientras yo recreo mis ojos en el exterior. Cada una de las escenas que avisto merecería una fotografía por su belleza y significado; un buey tirando del arado, un niño cargando agua a sus espaldas, una mujer con un fardo en la cabeza, una bicicleta con un cartero uniformado, gente humilde andando las vías del tren, o un grupo de soldados marchando sobre la autopista... Es como dar un salto en el tiempo, como si Corea del Norte hubiera quedado aislada de los avances tecnológicos y el estilo de vida occidental. Y, en parte, es así.
En Pyongyang nos da la bienvenida un sobrecogedor arco triunfal. “Aquí -me dice Pak- es donde nuestro querido líder, camarada Kim Il Sung, pronunció su discurso de construcción de la nueva Corea tras liberarnos del invasor enemigo” (se refiere a Japón que ocupó el territorio hasta 1945).
Y desafiando el Arco del Triunfo de Tito, en Roma, o el de los Campos Elisios de París, el de Pyongyang se eleva casi 60 metros y posee una anchura de 53. Impresionante.
Más allá de su monumentalidad, la ciudad presenta vida por todas partes; calles llenas de gente, enormes colas esperando el autobús o junto a unos curiosos puestos de cacahuetes y las siempre espectaculares guardias urbanos, que se mueven como autómatas dirigiendo un tráfico más que escaso. Pyongyang puede presumir de ser la ciudad menos contaminada del planeta.
De un día a otro las calles se han llenado de banderas multicolores porque el 15 de abril es fiesta nacional. Celebran el nacimiento de su líder eterno, Kim Il Sung, y los fastos incluyen bailes, fuegos artificiales y fiesta.
Nos detenemos en el Palacio de los Niños, un gigantesco edificio construido en abril de 1989 para fomentar el talento de los más jóvenes. El edificio se erige en la calle Kwangbok, en el distrito de Magyongdae, y dispone de 200 salas y un teatro con aforo para 2.000 personas. En la entrada, una escultura de bronce muestra a un grupo de niños felices a bordo de un carruaje. En el interior, tendría oportunidad de ver actuar a algunos de los 10.000 estudiantes que se forman aquí en áreas tan distintas como la música, el canto, el deporte o la ciencia. Y confieso que me impresionó. De hecho, la visita está diseñada para sorprender al visitante alternando salas en las que los niños cantan como los ángeles o se mueven como gimnastas. Me llama poderosamente la atención la sonrisa que ilumina el rostro de muchos de ellos (algunos de edades comprendidas entre los 7 y 10 años) mientras actúan como profesionales. Es fruto del tesón y la disciplina recibida, sin duda.

4.15 la fiesta del sol
Este sería mi primer contacto con el pueblo coreano aunque, mi particular “baño de multitudes” tendría lugar al día siguiente, el 15 de abril, tras la solemne visita al Palacio Memorial Kumsusan. Aquí reposan los restos de Kim Il Sung. En la gigantesca plaza que se extiende frente al palacio formaban miles de jóvenes uniformados que vitoreaban consignas patrióticas. La imagen me trasladó a otras épocas y consiguió erizarme el bello.
Para acceder a la capilla ardiente hay que vestir con chaqueta y corbata, pasar unas estrictas medidas de seguridad que incluyen, incluso, una suerte de “desinfección” y saludar reverentemente a los restos momificados del padre del actual primer ministro, Kim Jong Il. Cuatro soldados velan el cadáver ante el que turistas y funcionarios honran su memoria inclinándose ante él. Pese a lo protocolario del acto vale la pena vivir la experiencia.

El palacio de las flores
Impactado por las imágenes que acababa de ver nos dirigimos hasta el festival de las flores, un singular evento que exhibe en algo más de 5.000 m2 decenas de miles de plantas cultivadas con esmero por los organismos de las fuerzas armadas, los comites del Consejo de Ministros, los ministerios, las instituciones centrales y otros sectores de la sociedad civil como trabajadores, jovenes y escolares. Con ellas -concretamente dos especies- realizan alfombras, muralesy dioramas de estética algo kitsch. Familias enteras posan frente a estas obras botánicas constuidas con dos flores, la Kimilsungia y Kimjongilia (una es rosa y la otra roja), cuyo cultivo se trasladó a Corea después de que Kim Il Sung visitara el Jardín Botánico de Bogor, en Indonesia y el presidente Sukarno le invitara a bautizarlas con su nombre y el de su hijo.
En cualquier caso, la visita a la exposición me da la oportunidad de contactar con la gente que, engalanada para la ocasión (ellas con un vistoso traje tradicional y ellos de oscuro) vienen a contemplar las obras botánicas y a hacerse fotos. Y no sé si es porque soy presa de una especie de síndrome de Estocolmo o, porque realmente recibo el calor humano que tanto ansiaba, que mi actitud a partir de este momento cambiará y me hará vivir el resto de viaje en colores, en multitud de colores y escenarios llenos de belleza. Primero en la casa natal del líder norcoreano, ubicada en Magyondae y, después, paseando por la colina Moran donde cientos de personas bailaban, cantaban o bebían un vino llamado sariwon o un licor llamado soju.
Además de gente abierta y deseosa de interaccionar, en la colina encontré pagodas de increíble belleza, como la llamada Puerta Chilsong, conocida también como la puerta del amor o el Pabellón Ulmil, construido a mediados del siglo VI y desde el que se disfruta de una bella panorámica de Pyongyang.
El colofón a este día de fiestas y bailes en plena calle (en el que me sorprendió ver como algunos de ellos eran chicos con chicos y chicas con chicas) fue un espectacular castillo de fuegos artificiales de más de 40 minutos de duración. Es la única luz nocturna que hallé en Pyongyang, además de la llama de la Torre Juche, un gigantesco obelisco de 170 metros de altura que preside la ciudad.

El ideal juche
Al día siguiente me aguardaban más sorpresas. Tenía programada una visita al Palacio de la Amistad donde se conservan 250.000 regalos, procedentes de 150 países en un museo de seis plantas -talla faraónica- y estética oriental que se erige en un vergel de árboles centenarios llamado Monte Myohyang. Es una suerte de oasis en el desierto porque, a lo largo de los 160 Km. de recorrido, pude constatar -de nuevo- como el color dominante era el marrón. Y pronto advertí algo que me sobrecogió: Todos los árboles que veía habían sido plantados; absolutamente todos alineaditos y colocaditos. Entendí que personificaban el ideal Juche de que “el hombre es dueño de todo y decide todo”.
Se dice que la filosofía Juche le fue inspirada a Kim Il Sung en el monte Paektu, una cumbre mítica para los coreanos y todo un símbolo de la nación. Su desarrollo, sin embargo, se atribuye al actual líder norcoreano Kim Jong Il y no deja de ser una desviación del leninismo, en el que la máxima es que el hombre transforma la Naturaleza para alcanzar su propósito y transformar el mundo material objetivo.
El único rincón preservado es el Monte Myohyang, uno de los seis montes más famosos de Corea, situado al noroeste de la península. Allí se ubica la Exposición Permanente de Amistad Internacional, tesoro de elogio a dos eminentes figuras políticas coreanas, y el Templo Pohyon, con una historia de casi un milenio. El primero es casi un santuario que conserva, tras una puerta de dos toneladas, variopintos regalos entre los que destacan un coche blindado de Stalin o un vagón de tren obsequiado por Mao Tse-tung. Me sorprendo al hallar, también, diversos obsequios del PCE (Partido Comunista de España).

Templos budistas en corea del norte
A corta distancia de este curioso museo, que incluye una figura de cera del eterno líder de aspecto ultrarealista, se halla un lugar de paz y belleza sin límites. Me refiero al templo de Pohyon. En realidad los edificios actuales son reconstrucciones pues los originales fueron destruidos en parte por diversos bombardeos durante la guerra. El Templo Pohyon fue fundado en 1042, durante el período Koryo. Disponía de 24 edificios y pagodas y era un centro importante para la propagación de budismo en la zona de Corea.
Las estructuras principales han sido reconstruidas, incluyendo una nueva sala para albergar el archivo de escritos budistas, impresos entre 1236 y 1251.
Estética comunista
Con el corazón lleno de paz regresamos a Pyongyang para visitar la plaza Kim Il Sung, presidida por la gigantesca estatua que abre nuestro reportaje y depositar frente a ella un ramo de flores. Para adquirirlas nos detuvimos en el Parque de las Fuentes de Mansudae. Allí van a tomarse fotos las parejas de recién casados. Ellos visten casaca militar, ellas delicados vestidos tradicionales de vivos colores. Poso con algunos de ellos en una espontánea acción que me emociona. Muchos de estos novios depositarán -como nosotros- un ramo de flores en la plaza Kim Il Sung.
Frente a la estatua del líder diviso a lo lejos un monumento de estética comunista. Se trata del monumento a la fundación del Partido que, esculpe una hoz, un martillo y un pincel hasta una altura de 50 metros. A sus espaldas dos edificios feos, cuadrados, homogéneos y sin alma pero con disposición bien estudiada ofrecen al conjunto un resultado global agradable.
Camino del metro Prosperidad (no puedo evitar relacionarla con la estación del metro de Madrid) tropiezo con una edifio cónico, la llamada torre Ryugyong. Se trata del esqueleto de un hotel inacabado de 160 plantas que lleva 20 años en el mismo estado. Pregunto y, tras vacilar unos instantes, mi guía asegura que será terminado en 2012. Esta mole de cemento, sin embargo, no figura en los mapas turísticos y frente a él se alzan muros inexpugnables para evitar las miradas indiscretas. Así son las cosas en Corea del Norte: surrealistas pero intrigantes y atractivas para los viajeros ávidos de nuevas experiencias.

Publicado el jueves, 01 de julio de 2010

Comentarios

estoy prácticamente de acuerdo con los comentarios arriba indicados, yo también visité recientemente este país, y después de conocer anteriormente muchos otros de los cinco continentes, este es muy especial e inaudito.
JRC

Jrc | Publicado el 27/05/2012

Coincido con la neutralidad del comentario. He estado en Corea del Norte en agosto 2010 y he venido deslumbrado de un sitio tan virgen, turísticamente hablando. El modo de vida, el respeto a las tradiciones, los contrastes que constantemente se hacen presentes, dan un aire único y excitante realmente apasionante. Este viaje me ha proporcionado lo que ninguna incursión convencional había conseguido.

Edgar | Publicado el 16/09/2010

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