Los 32 rumbos - revista on line de viajes


Nápoles

La joya de las dos Sicilias

Frente a las costas del Mar Tirreno se alza, a los pies del volcán Vesubio, una tierra envalentonada. A pesar de los reveses de la madre naturaleza, el espíritu de los napolitanos se mantiene por encima de sus vicisitudes, de las cortapisas con las que conviven. Visitamos la bella Nápoles.

Texto: Patricia Hervías Fotos: Josep Guijarro

Cuando Ulises navegaba frente a las costas de Capri, no esperaba que el canto de unas sirenas pudieran volverle tan loco que deseara unirse a ellas, junto a los acantilados. Con el miedo de que su tripulación le siguiera, ordenó que se taparan los oídos con cera y que le ataran a él al mástil del barco que patroneaba. El sonido embriagador de aquellas voces llevó a la locura al héroe griego, que fue salvado por sus marineros, los mismos que no escucharon el hermoso sonido de aquellas tres sirenas que causaron la muerte de otros viajeros. Por ello, Partenope, la menor de las tres sirenas que intentaron “enamorar” a Ulises, presa de la desesperación se dejó morir de pena. Su cuerpo llegó a la costa y fue en ese lugar donde se fundó la ciudad de mismo nombre, antecesora de la actual Nápoles. La leyenda da paso a la realidad y son colonos griegos los que cambian la ubicación y la designación, pasando a denominarse Néa Pólis (la ciudad nueva).
Como una nueva ciudad puede denominarse Nápoles dentro de Italia, no por su reciente creación, que no lo es, sino tal vez por la conmoción que se tiene al pasear por sus travesías. Su historia estuvo ligada al savoir faire español hasta el siglo XVIII, y esa forma de vivir se siente en el aire. La gente, como buena ciudad portuaria, vive de puertas para afuera.
Recordaré mi primer paseo, nocturno, en el que el gentío estaba al pie de los comercios, en los pequeños cafés, los jóvenes machaban de un lado para el otro mientras las últimas luces del día, daban un postrimero respiro a los rezagados. Una bella luz en una ciudad marinera bulliciosa, donde los vehículos de dos ruedas siguen siendo parte de la vida más mediterránea de toda la bota itálica.
La historia de la ciudad está íntimamente ligada con el mar, España y la religión. Cosa relativamente normal, si se tiene en cuenta el país en el que nos encontramos.

Vida en Nápoles
Nuestro camino sigue por la Vía Toledo, abarrotada de jóvenes en las aceras que hablan, ríen y se sientan en sus motos mientras tratan de engatusar a las chicas con las que charlan. Allí se encuentra la Galería Umberto I, que fue construida durante la renovación urbana de 1885. Es un enorme pasillo, parecido al de Milán, donde podemos encontrar cafés, librerías y boutiques. Seguramente no tiene el mismo glamour que el milanés, pero se ha convertido en lugar de encuentro para bohemios. Su espectacular arquitectura, nos muestra un suelo de mármol con una decoración en forma circular, que representa los signos del zodíaco y una brújula con los puntos cardinales.
En una ciudad de encantos que viajan entre vasos de agua y expresos, es imprescindible parar en el Caffe Gambrinus para sentirnos uno de aquellos escritores que, mientras buscan la inspiración, tienen de fondo el tumulto de los vehículos y la serenidad de la Piazza del Plebiscito. Lugar que recoge entre su abrazo de mármol la basílica de San Francisco de Paula, el Palacio Real y la ya nombrada Galería Umberto I.
La noche presagiaba una buena cena, y como así pensamos, la pasta y los mariscos fueron servidos en el Gran Hotel Oriente, que presagiaron una buena noche de descanso.

Spaccanapoli
Nápoles nos saluda con una cálida sonrisa, mientras nuestros pasos se dirigen al Maschio Angioino para visitar algunos caminos de la Nápoles más costera. Esta fortaleza, construida por Carlos I de Anjou en el siglo XIII, acogió las letras de Boccaccio cuando escribió su eterno Decamerón. Unos metros más adelante, en la vía Partenope, encontramos la leyenda Virgiliana más sólida. El Castel dell’Ovo, en el islote Megaride, que se presume fue donde los griegos desembarcaron después de fundar la sibílica ciudad de Cumas. Pero continuando con la leyenda, se dijo, y aun se sigue contando, que el poeta Virgilio escondió un huevo en la estructura del edificio que soportaría todo el peso. De romperse éste, la fortaleza se hundiría y Nápoles sufriría grandes desastres.
Lo más significativo de la ciudad antigua, es la calle conocida como Spaccanapoli, su traducción vendría a decir algo así como “parte Nápoles” o “raja Nápoles”, ya que atraviesa el centro histórico de la ciudad de lado a lado, como una fractura geológica. Esta travesía se ve desde el aire y comenzando en la via Pascuale Scura, termina en la via Benedetto Croce, situándonos en la piazza del Gesú Nuovo, presidida por la imagen de la Inmaculada Concepción desde 1747. En este bello emplazamiento se encuentra, a su vez, la iglesia de Gesú Nuovo, que fue financiada por Alejandro Farnesio, sobrino de Pablo III, y encargada al mejor arquitecto italiano tras la muerte de Miguel Angel Buonarotti, Vignola. Éste arquitecto fue el preferido del Papa y de la familia Farnesio. Terminado el templo en 1601, su advocación se cuenta en el pergamino colocado junto a la primera piedra, bajo el primer pilar central, y es la iglesia principal de los jesuitas.
Frente a ésta se encuentra la gran obra del gótico napolitano. La basílica de Santa Chiara, construida encima de un complejo de termas romanas, tiene un hermoso claustro de cerámica en vivos colores. En el que están pintadas flores y se pueden ver escenas del día a día de la época. Las monjas de clausura, de esa manera, tenían conocimiento de los sucesos de la vida cotidiana y tener conversación entre ellas.
Las intrincadas arterias nos llevan de un lado para el otro. Las tiendas se abren a la calle, mientras estas se estrechan a cada paso, y las ventanas de un edificio y otro comparten vida. Desde la piazza de Dante hasta San Lorenzo Magiore, los puestos de alimentación llenos de pasta, tomate deshidratado, salsas, aliños al pesto, pescados y pulpos vivos, saludan a los viandantes. Las vías napolitanas están llenas de ruidos, se canta, se grita, las televisiones y las radios están puestas a todo volumen, en las aceras donde las viejas sacan las sillas para ver las telenovelas, mientras las vespas, llevan dos, tres o hasta cuatro personas entre sus ruidosos chasis. Tendrás suerte si alguien se para entre tanto descontrol, para que puedas pasar de un lado para el otro. El primer consejo que te dan cuando llegas a la caótica ciudad es, “cruza la calle con brío, sin parar y así los coches te respetarán”. Yo lo probé un par de veces, y aunque funciona, es difícil no sentir miedo al hacerlo.
Y mientras seguimos esquivando a las motos, que salen como avispas de todos lados, llegamos a la iglesia de San Lorenzo Maggiore. Una edificación realizada para Carlos I de Anjou, de estilo gótico que en su interior tiene la tumba de Catalina de Austria. Pero lo más espectacular es lo que se encuentra bajo sus pilares; los restos de una ciudad grecorromana. Un intrincado macellum (mercado), en el que las tiendas aun se intuyen, los rieles de las puertas se ven, las mesas de piedra donde se depositaban el pescado o la carne, aun se mantienen en pie y los servicios se pueden “visitar”.

Secretos napolitanos
Nápoles está llena de secretos, de rincones insospechados en los que existen ciudades subterráneas, catacumbas, grandes jardines en donde reposan los restos de Virgilio y un eterno fondo volcánico que remueve al más sosegado visitante. Por ello, aunque esperado, no resulta poco sorprendente una pequeña capilla, convertida en museo, cuyo nombre es Cappella Sansevero, donde encontraremos esculturas espectaculares, como La Modestia que está colocada sobre la tumba del príncipe di Sansevero o la que está sobre la de su padre, El Desengaño. Y en el centro, el Cristo Velado, obra de Giuseoppe Sanmartino. Es una capilla que tiene en su haber extrañas historias sobre el príncipe de Sansevero, pintándole como un demonio o un brujo capaz de jugar con vidas humanas.
Esta ciudad está viva, se transforma y se transmite entre familias como un gran patrimonio cultural. Es una urbe de mezclas en sí misma, encuentras un muro romano que está sujeto por uno griego, que a su vez se aposentó sobre lava. Ya lo dijo Jean-Noël Schifano traductor francés de Umberto Eco “Nápoles es la Pompeya que no quedó cubierta por las cenizas.” Y por ello, regresando sobre mis pasos, me quedo en la piazza di San Domenico Maggiore tomando un expreso en el café Scaturchio mientras busco una tienda donde me vendan un portafortuna, aquel fetiche que más bien parece un pimiento rojo que aunque un poco peculiar, seguro que me protege de las malas vibraciones. Aunque por Nápoles, no las encuentro aun.

Publicado en nuestra edición número 7 de junio 2010


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