Los 32 rumbos - revista on line de viajes


Jalisco no te rajes

Viaje a la cuna de los símbolos mexicanos

Cuando el sonido del mariachi comienza a llenar el aire, los compases de una canción descarnada enciende el ambiente. Colores, sabores, olores que se verán entremezclados en un viaje para los sentidos. Así es Jalisco, una tierra para vivir en plenitud.

Texto: Patricia Hervías Fotos: Josep Guijarro

Mientras camino, empiezo a escuchar una voz lejana que entona una conocida melodía. Los compases comienzan a ser familiares, las guitarras me dan una buena señal y, cuando una trompeta saca todo lo que tiene dentro, sólo espero la voz que saldrá al paso orgullosa… “Voz de la guitarra mía, al despertar la mañana, quiero cantar la alegría de mi tierra mexicana. Quiero cantar sus volcanes y sus praderas y flores, que son como talismanes del amor de mis amores”…después, aquel México lindo y querido, se haría cada vez más fuerte, acompañando mentalmente el paseo por una tierra llena de contrastes y alegría.

Nube viajera
Porque México es de esos países que abarcan varios en su seno. Es como una gran madre que ha conseguido unir modernidad, tradición, color, sabor e historia en todos y cada uno de sus rincones, abrazándolos como un todo perfecto.
Y esa sensación es la que recorría mi cuerpo en Jalisco, la tierra de las rancheras y los sones rotos de amor que recorren el aire remarcados en grandes guitarrones mientras espigados, los mariachi desafían a la tristeza y los arrebatos de la vida. Sino, en contraposición se envalentonan y felices gritan a los cuatro vientos “Jalisco no te rajes” cuyos amores por Guadalajara y Chapala, amarran su amor a la tierra en la que viven.
Y si bien todo ello se huele en el aire, tus ojos son los culpables de hacer fotografías en tu mente, para nunca cerrar un sueño que siempre quedará abierto a implementarle una o diez mil imágenes más.

Ronda por Tlaquepaque
Quiero conocer la cuna de los mariachi, quiero vivir su ambiente y disfrutar de sus calles, por eso me marcho a Tlaquepaque, aunque bien es cierto que hoy aun mantienen un pequeño rifirrafe con Cocula por ese título.
Las coloridas calles de este pequeño pueblo pegado a la capital de Jalisco, Guadalajara, alumbran los paseos de tarde. Los rojos, azules, verdes y amarillos pintan las fachadas de casas bajas. Un pueblo alfarero internacionalmente conocido, cuyo encanto reside en la tranquilidad que se respira en los recorridos que se hacen entre sus vías. Para ello ya el maestro Mario, con nuestras manos hundidas en el barro, nos intenta enseñar un poco de la esencia del calor que modela las esculturas.
Las tiendas de cerámicas coloristas, vidrio soplado y cortado, salpican cada paso que damos, hasta llevarnos a una de las múltiples iglesias que residen en la villa, en este caso es la de San Pedro con su bella fachada barroca. Allí, sus dos campanarios se yerguen voluptuosas entre las columnas interiores y su sobrios retablos neoclásicos, nos instan a retornan a ver las pinturas murales de La Casa de Presidencia en la que el fuego es protagonista para realzar lo esencial del trabajo alfarero de la ciudad. O visitar la tiendita de Agustín Parra, que sorprendentemente es aquel que hace las sillas para el Papa. Para más tarde, llegar al bello Jardín Hidalgo, un lugar lleno de fresnos cuyo centro está coronado con un kiosco desde donde salen las rondas nocturnas de mariachi paseando y regalando romance por las calles del pueblo. Tal vez, para acabar tomando un tequila con sangrita en el Parián, del siglo XIX, cuyo nombre venido de las filipinas significa mercado, y donde en este lugar de forma rectangular podremos tener la oportunidad de disfrutar de las más de 70 cantinas que se concentran en este pedazo de mexicanidad entre la fiesta y lo religioso.

Al abrigo de los colores
Y dice la ranchera…“ En Jalisco se quiere a la buena, porque es peligroso querer a la mala; por una morena echar mucha bala y bajo la luna cantar en Chapala”.
Cuando te dicen que los mexicanos saben saborear la vida, saben exactamente de lo que están hablando. Nuestros pasos por Jalisco nos llevaron a orillas de un impresionante lago, el de Chapala. Con más de 1100 kilómetros cuadrados, nos marchamos a un pequeño pueblo cuyo nombre es el mismo del lago. Nos cuentan que cuando las lluvias son muy fuertes, a veces el agua llega hasta las mismas casas inundándolas. Es temprano, y no hemos desayunado, allí por poco más de 15 pesos podías tomar alguno de los platillos que ofrecen a los hambrientos. Mientras otros, preparan grandes ollas de aceite hirviendo por las calles, que a mi vuelta descubriría que serviría para hacer chicharrones, todo ello ocurría cerca de la bella plaza y la iglesia de estilo colonial.
Nos esperaba Xiquie Cavia, para enseñarnos la pequeña Isla de Mezcala, que se encuentra a 11 kilómetros de la orilla del pequeño pueblo. En el viejo embarcadero de Mezcala de la Asunción, nos esperaba una pequeña embarcación que nos llevaría a la isla en la que se parapetaron algunos indios. En el lugar, fue tan fuerte su resistencia que finalmente los españoles tuvieron que negociar con los defensores de aquella isla. Con el tiempo, se convirtió en un fuerte que tenía prisión, iglesia y un sinfín de rinconcitos escondidos. Junto con Xiquie, nos dedicamos a descansar un poquito y recolectar algunas ciruelas que comimos en el mismo lugar, mientras que nos contaba que su trabajo no sólo consiste en enseñar a los turistas la isla, sino que él mismo prepara temazcales, que en lengua náhuatl significa casa de vapor, en los que ayuda a limpiar el alma de aquellos que se lo piden. Es curioso, en nuestro viaje por éste estado mexicano, todos y cada uno de los amigos que nos fueron acompañando en él, tienen en su interior una mezcla de espiritualidad arraigada con sus ancestros, que convive a la perfección con sus creencias actuales y la vida tan absorbente que la modernidad nos impone. Me da la sensación de que dentro de todo ello, son los mismos mexicanos los que se esfuerzan por no convertirse en lo que no son y disfrutar de lo que sus antepasados les legaron.
A nuestro regreso, en el pueblo, un centro de interpretación enseña al visitante los vestigios de los indios huicholes encontrados en las faldas de las montañas que rodean el gran lago.

Sabores
Y el pueblo de Chapala nos sorprendió, de los muchos pueblitos que rodean el lago, este se lleva nuestra atención. Una gran avenida rodeada por hermosos edificios, nos hace caminar hasta un lugar repleto de gente, de paseantes, de despreocupados que pasan su día al abrigo de una buena sombra, un raspado o si el hambre aprieta, porque no, unos charales condimentados. Estos, son unos pequeños pescaditos que se preparan doraditos y que sirven de botana, aperitivo, bien bañados en chile mientras nuestros pasos se dirigen al muelle. Allí, en 130 metros, las parejas caminan amarradas por sus manos, se posan algunos avezados con sus cañas de pescar y a mí, me parece el lugar más romántico del mundo mientras el sol aprieta con fuerzas y lo rebajo con un rico Tejuino, la bebida de los dioses. Algo que no podíamos escaparnos sin probar, un rico refresco a base de maíz poco fermentado y dulce de caña, que se bebe con limón, sal y chile. Su sabor es agridulce, con ese ligero picor, ya metido en nuestros sentidos, el camino nos llevaba a un lugar tan evocador como su nombre, “donde se derrama el agua”. Ajijic es una localidad en la que, si bien es cierto se ha convertido en retiro de Estadounidenses y Canadienses, las casas están decoradas con fuertes colores que llenan de alegría las calles y su malecón, aun sufría las últimas subidas del lago.

Ensoñaciones
Una parada técnica, para comer, nos hace continuar nuestro camino hacia una de las experiencias más hermosas que se pueden vivir. Liberar tortugas marinas en el inmenso océano pacífico mientras el sol se pone. Estamos en un hotel que se encuentra cerca de un pequeño pueblo que se llama La Cruz de Loreto, las playas son de ensueño y sentarse en ellas para ver como estos pequeños animalitos luchan contra los elementos escapa de lo inimaginable. Sobre todo, cuando a la noche puedes sentarte a ver cómo llegan aquellas que años antes salieron de estas mismas playas para poner los huevos en el mismo lugar donde sus madres y abuelas, instintivamente lo hicieron antes.
Aquella noche, el sonido del mar pacífico, en la hermosa Costa Carelles, meció mis sueños hasta que el mismísimo Morfeo me hizo entrar en su reino. A la mañana siguiente, llegaríamos al final del camino, Puerto Vallarta.

Vacaciones en el Mar
Puede sonar un poco a “Vacaciones en el Mar”. Sí, aquel barquito que salía de Los Ángeles para arribar a puerto mexicano, a éste en concreto. Y aunque la mayoría de sus visitantes son Estadounidenses y Canadienses, existen rincones exquisitos de aquellos que vuelven loco al visitante. Y si bien es cierto que la bahía es un caramelo envuelto en papel de colores, su gente podría considerarse la “sal” de la vida. Su sonrisa, su generosidad y su forma de mirar la vida, contrasta con la que llevamos en Europa.
Los pequeños rincones se esconden en una calle, o tal vez mientras caminas por el malecón visitando puestos de comida callejera, o el calor te hace tomar un agua de Tuna, mezcla de varias frutas, servida bien fresquita por un porteador que pasea con un reclamo al turista. Allí, giras por una calle, y un puesto de dulces tradicionales se aposenta frente a la iglesia, que por supuesto está a rebosar, mientras te diriges a los mercados al aire libre que te venden ojo de venado contra el mal del mismo nombre.
Puerto Vallarta es una ciudad moderna, turística, tal vez demasiado, que aún conserva rincones, que a los ojos de aquellos avezados que se internan por sus calles sin miedo a encontrarse sorpresas de las que quedan grabadas a fuego en la retina. Mirando al mar desde aquella playa en la que grabaron La noche de la iguana, respiro el salitre del mar mexicano y casi más como un grito descarnado que como una simple afirmación, ya lo dijo el compositor Fernando Herrera, “Así se siente México, así se siente México. Así como unos labios por la piel. Así te envuelve México, así te sabe México. Y así se lleva México en la piel”.

Publicado en nuestra edición número 10 de octubre 2010


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