Euskadi mágico

Itinerarios insólitos por el País Vasco

“50 lugares mágicos del País Vasco” es un libro que nos presenta una serie de enclaves donde descubrir relatos legendarios, crónicas misteriosas, tradiciones, seres mitológicos, milagros… repartidos por las tres provincias vascas.


Existe un dicho ancestral en tierras vascas que dice: “Si algo tiene nombre…existe”. Unas contundentes palabras que recogen  la fuerza en la creencia de una realidad sobrenatural que convive con lo cotidiano y que en ciertos lugares se daba por sentado su inquietante significado. Os ofrecemos una selección de enclaves misteriosos de las tres provincias vascas, procedentes del libro “50 lugares mágicos del País Vasco” de Enrique Echazarra que acercan al viajero a unos singulares emplazamientos donde lo enigmático aún perdura. 

EGUILAZ: el dolmen del Sacamantecas.

En las cercanías de la pequeña aldea de Eguilaz, a 37 kilómetros de la capital alavesa, se ubica el dolmen más grande del País Vasco, conocido como Aizkolegi, descubierto en 1831. Al margen de su historia puramente megalítica, alrededor del mismo se han originado leyendas a partir de un suceso de la crónica negra local.

Un 16 de octubre de 1821 nacía en este pueblo Juan Díaz de Garayo, quien ha pasado a la historia con el nombre de “ El Sacamantecas Vitoriano”. Una de sus muchas leyendas cuenta que tras cometer sus asesinatos se refugiaba en el dolmen de Eguilaz para recuperarse de su atrocidad la cual la perpetraba en una especie de estado alterado de conciencia. Aunque este hecho no tenga ningún rigor histórico, la vida real  de Juan Díaz de Garayo sí que está llena de estremecedores episodios. 

Entre 1870 y 1879 Juan Díaz de Garayo tuvo atemorizada a la población alavesa por los seis asesinatos que cometió y por otras cuatro agresiones sexuales en algunos casos con intento de asesinato. La mayoría de sus víctimas fueron prostitutas y mendigas, y cuando realmente comenzó el origen de su leyenda fue con su tercer crimen, el asesinato de una joven de 13 años que fue violada y estrangulada, lo que supuso una gran conmoción popular. Cuando fue detenido en una céntrica calle de Vitoria y tras ser encerrado, la justificación que daba de sus actos la basaba en su mala experiencia con su segunda esposa, una mujer de carácter áspero y violento genio. Anteriormente y durante trece años estuvo casado felizmente con una viuda conocida como “La Zurrumbona”, mote que se traspasó a Díaz de Garayo. Tras su encarcelamiento en prisión estuvo durante doce días sin declarar nada que pudiera incriminarle, acabando posteriormente confesando. Se especula si realmente fue culpable de los crímenes imputados, ya que él no admitió todos. 

El 11 de mayo de 1881 sobre las 8,30 horas era ejecutado por garrote en un patíbulo instalado en El Polvorín,  y su cadáver expuesto para que los vecinos de la ciudad lo contemplaran dada la expectación que había causado, prohibiendo las autoridades la presencia de niños y mujeres.

50 lugares mágicos del País VascoLa repercusión que tuvieron los crímenes del Sacamantecas vitoriano fue a muy distintos niveles. No sólo la sociedad vitoriana, sino toda la sociedad del país se vio marcada por sus terribles actos. La trascendencia del caso no sólo tuvo lugar desde este punto de vista social, desde una perspectiva científica se creó un debate a la hora de intentar explicar los motivos que llevaron al labrador alavés a cometer los homicidios; donde médicos y psiquiatras pretendían contestar a la pregunta de si estaba cuerdo o se trataba de un loco. Y consecuentemente la justicia también deliberaba la forma en que se le debía considerar para emitir un veredicto razonable dentro de lo posible, dependiendo de si sus asesinatos se debían a una inestabilidad mental o si era plenamente consciente de lo que hacía. La citada sentencia a muerte muestra claramente la opción que tuvo más peso: Juan Diaz de Garayo no estaba loco.

El Sacamantecas vitoriano fue enterrado en una fosa común del cementerio vitoriano de Santa Isabel. Durante su autopsia su cabeza fue seccionada para examinarla y procurar  buscar explicaciones anatómicas que aclarasen sus crímenes, desapareciendo del lugar donde se la practicaron y desconociendo actualmente su paradero.

OÑATE: La Cueva de Sandaili.

En la localidad guipuzcoana de Oñate y tras pasar el barrio de Uribarri, llegaremos hasta el valle de Araotz, uno de los rincones más escondidos de Guipúzcoa. Al borde del desfiladero de Jaturade se oculta la cueva de Sandaili, también conocida como de San Elías. Una gruta surtida de mitos y  leyendas donde se levanta una vieja casona y una ermita a la cual se accede por unas escaleras junto a las que existe un abrevadero de piedra que recoge las aguas que se filtran de las paredes rocosas. Esta particular caverna nos remite a antigüas creencias de origen celta que se han extendido hasta la segunda mitad del siglo XX, donde las mujeres se sumergían y dejaban ofrendas con el fin de tener descendencia. Incluso labradores de otras regiones caminaban hasta esta cueva con rogativas para pedir lluvias en tiempos de sequía rezando a San Elías.

Este culto al agua nos puede dar una pista de ancestrales tradiciones paganas y del origen del nombre de la gruta. La denominación de Sandaili puede que no derive de San Elías, sino de Santa Ilia, y ésta a su vez podría vincularse con la diosa Ivulia, quién está relacionada con ritos que tienen que ver con el agua. Estas ceremonias mágicas pudieron haber sido iniciadas por los prehistóricos habitantes de la cueva, ya que se han encontrado huesos humanos y restos de vasijas en lo más profundo de sus galerías.

Actualmente se venera una imagen de San Elías en la ermita que está envuelta en historias legendarias, como aquella que narra que el santo era natural del pueblo alavés de Narvaja, y dado que se dedicaba a denunciar los malos hábitos de sus vecinos, acabaron desterrándolo a pedradas por lo que tuvo que refugiarse como ermitaño en esta cueva de Araotz. Por el contrario también se cuenta que fueron los vecinos de Araotz quienes se llevaron al santo de la Iglesia de Narvaja para aprovecharse de sus extraordinarias capacidades para controlar la climatología.  

En una visita a la cueva en octubre del año 2007 pude enterarme de una dramática leyenda que era muy popular en la comarca. Se contaba que hubo un tiempo en que un grupo de personas fueron acorraladas y se refugiaron en la caverna. Para hacerlas salir de la improvisada guarida sus perseguidores prendieron una hoguera en la entrada de la rocosa galería, por lo que fueron abrasados pereciendo en su interior. Este trágico episodio donde se implica a  históricas rivalidades en la lucha de bandos entre poderosas familias de la zona, ha marcado con un misterioso ambiente a la cueva de Sandaili.

Aunque es sabido que las leyendas se generan a raíz de algún hecho real, no siempre se puede documentar en que acontecimiento verídico  se basa un relato legendario. Sin embargo en esta ocasión y gracias a las indagaciones del historiador Alberto Alonso Martín al facilitarme las referencias necesarias, he podido constatar tan curiosa leyenda con datos históricos. El doctor Pedro Saénz del Puerto y Hernani, abogado beneficiado y catedrático de Oñate, en el año 1588 escribía en sus apuntamientos que los lacayos, entiéndase por lacayo en su sentido medieval, es decir un soldado armado con ballesta, de uno de los jefes de un linaje local de Oñate, Sancho García de Garibay, exigieron a un arriero que les diese algunas monedas para beber, y cómo éste no accedió se lo robaron.  El arriero se quejó al corregidor y el tema llegó incluso a oídos del monarca Enrique IV de Castilla quién tomó cartas en el asunto.  Los citados lacayos de Garibay fueron avisados de que iban a ser detenidos así que se refugiaron en la Cueva de Sandaili donde acabaron siendo cercados.  Dado que no estaban dispuestos a rendirse, sus perseguidores colocaron en la entrada torreznos de tocino de cerdo y los asaron con la intención de que la manteca y la grasa producida los abrasaran. Estos hechos forman parte de uno de los episodios más oscuros narrados en la épica vasca bajomedieval que sucedieron hacia el año 1458, y que acabó reflejándose en el llamado “El Cantar de Sandaili”.

ELORRIO: la necrópolis de Argiñeta.

A las afueras de Elorrio en dirección al barrio de Zenita, frente a la ermita de San Adrián de Argiñeta, y bajo el cobijo de una espesa arboleda nos topamos con el que es considerado como el conjunto funerario más importante del País Vasco. Una necrópolis formada por cinco estelas y una veintena de sepulcros los cuales antiguamente estaban esparcidos por los distintos barrios rurales del entorno hasta que en el siglo XIX fueron reagrupadas en este paraje. Este camposanto de sarcófagos aún guarda incógnitas acerca del origen de los mismos. Historiadores y arqueólogos se enfrentan al enigma intentando ubicarlas en el tiempo para determinar si se trata de tumbas que corresponden a pueblos anteriores a la llegada del cristianismo, o sí son enterramientos exclusivamente cristianos. Tal vez la respuesta no se limite a estas dos posibilidades y sea más amplia, al poder ser el resto arqueológico más antigüo del cristianismo en Vizcaya vinculado a la presencia visigoda en la península.

Están compuestos por dos piezas toscamente labradas en piedra arenisca: el sarcófago en sí con forma antropomorfa y la cubierta triangular que hace de tejadillo. El nombre de “Argiñeta” vendría a significar “los canteros”, por lo que la zona parece estar ligada a la elaboración de sarcófagos y elementos en piedra. En algunas tapas de éstas tumbas se pueden leer inscripciones las cuales se tratan de los vestigios escritos más remotos de la provincia e incluso del País Vasco, donde se hacen alusiones funerarias a sus desaparecidos ocupantes. Las últimas investigaciones apuntan a que su origen date de entre los siglos VII y IX, perteneciendo tal vez a dignatarios de la época visigótica que murieron al huir de la invasión sarracena. Las campañas que el rey visigodo Leovigildo llevó a cabo en el norte de la península contra los cántabros y los vascos, justificarían su estancia en la zona de Elorrio. Posteriormente estos lugares de enterramiento serían utilizados por el cristianismo para la construcción de ermitas para su culto. En cuanto a las estelas, existe un conjunto integrado por trece piezas que se conservan en el interior de la ermita de San Adrián; siendo las que se pueden contemplar en el exterior unas reproducciones fielmente copiadas de cinco de ellas. Su forma discoidal y los motivos que las decoran con referencias a los astros, dan pistas de su paralelismo con otras estelas encontradas en el norte de los Pirineos. 

Sea cual sea la realidad histórica de este enclave con sus sepulcros y estelas a la vera de una ermita, lo que sí se puede afirmar es que se trata de un desconcertante museo al aire libre, en donde poner una etiqueta no es tarea sencilla probablemente debido a que este tipo de lugares reflejan distintos momentos de la historia que con el transcurrir del tiempo se han ido adaptando al mismo.

MARTIODA: La legión tebana.

En la Iglesia de la Natividad de Nuestra Señora del pueblo de Martioda, muy cercano a la ciudad de Vitoria, se custodian los restos de una singular historia. Corría el mes de setiembre del año 286 después de Cristo, y el Imperio Romano en su empeño en frenar a los bárbaros y sofocar la rebelión de los pueblos, dispuso para tal cometido a la llamada Legión Tebana, formada por soldados cristianos procedentes de Egipto. Esta legión comandada por el que después sería recordado como San Mauricio, llegó a los Alpes y allí recibieron la orden del Emperador Maximiano de exterminar a todos los cristianos que no aceptaran convertirse al culto romano.

Como la mayor parte de los soldados de la legión eran cristianos  se negaron a cumplir con tal orden; por lo que el emperador ordenó ejecutar a uno de cada 10 soldados de la legión mientras no obedecieran la misma. Las ejecuciones no sirvieron para hacer cambiar de opinión a los legionarios, así que Maximiano decidió que la legión tebana fuera aniquilada. De esta manera los soldados ejecutados de la Legión Tebana se convirtieron en mártires de la fe cristiana.

En la sacristía de la Iglesia de Martioda se guardan huesos y cráneos que según cuenta la tradición pertenecen a aquellos mártires que formaron parte de la Legión Tebana.

Durante el cristianismo primitivo se veneraba a los que habían dado la vida por sus creencias en Jesucristo, pensando que quienes habían padecido martirio eran los únicos que lograban entrar inmediatamente en el Paraíso. Este culto se llevaba a cabo en los lugares donde se enterraban a los mártires generando así peregrinaciones. Sin embargo, ya que no todos los cristianos se podían permitir viajar a los sitios donde se custodiaban los cuerpos de los mártires se impuso la costumbre de su traslado. Las catacumbas romanas fueron una fuente de restos de mártires que se fueron exportando a muchas partes del mundo. Pero las catacumbas se fueron deteriorando por lo que los mártires se trasladaron a las basílicas y templos. Cuando en el siglo XVI fueron redescubiertas surgió un fanático interés por recuperar las reliquias de los santos allí enterrados. La donación de las reliquias iba acompañada de la correspondiente documentación papal que acreditaba su autenticidad. Hasta que el Papa Pio IX no prohibió este tráfico de santos mediante un decreto, muchos de esos cuerpos vinieron a España a través de las gestiones efectuadas por Isabel II y sus embajadores en Roma.


Un reportaje de: Enrique Echazarra
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Imágenes de: Enrique Echazarra

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