Lago Constanza

Una escapada por su orilla alemana

Una cantidad ingente de agua que se encuentra entre tres países, ha sido el centro de atención de la vida de muchas ciudades y gran foco de trabajo y ocio. El Lago Constanza, desde la zona Alemana, nos enseñará historia, nos dejará con la boca abierta y sobre todo, nos mostrará la belleza de unos paisajes increíbles.


Tres países: Suiza, Austria y Alemania comparten las orillas de uno de los lagos más hermosos de Europa. El gran lago Constanza es alimentado por las aguas de 236 ríos y arroyos, aunque su principal aporte fluvial proviene del legendario Rhin, que introduce su delta en la parte este del final de la cuenca del lago. Posee 538 kilómetros cuadrados y, a falta de poder explorarlo en su totalidad, voy a concentrarme en la parte Alemana, recorriendo algunas de sus poblaciones más bellas e interesantes como Constanza, Lindau, Meersburg o Friedrichshafen.

Abrazado por los Alpes y la montaña Jura, de más o menos 395 metros de altura, el lago Constanza parece estar excavado en la roca. Lo miro con atención mientras el vehículo me conduce a la primera parada: La isla de Mainau, o isla de las flores. Esta gigante obra floral fue realizado por el conde Lennart Graf Bernadotte que, en 1955 se convirtió en Presidente de la Sociedad Alemana de Horticultura. En 45 hectáreas reunió 250 especies de rododendros y azaleas, espectaculares rosales, coníferas y secuoyas gigantes así como jardines de frutas tropicales. Todo ello en un escenario mágico coronado por un precioso palacio barroco  del siglo XVIII, construido por Johann Caspar Bagnato, que reúne todos los años a los Premios Nobel. Dispone de 68 habitaciones y su fachada está custodiada por el escudo de armas del arzobispo Clemens August von Willelsbach. A su lado la bella iglesia barroca de Santa María, cuyos diseños interiores retratan a la perfección la época en la que fueron maravillosamente realizadas.

Caminé hechizada por los colores y aromas por este lugar repleto de naturaleza y tranquilidad hasta alcanzar  el llamado pabellón de las Mariposas. Aquí pude disfrutar de diversas especies de mariposas tropicales que volaron a mi alrededor con total armonía. Esto se consigue al tener la perfecta temperatura y humedad, construyendo un hábitat totalmente real para estos insectos que no se esconderán de nosotros cuando cacen o coman. 

Regreso al nivel del lago bajando por el lateral de una cascada de estilo renacentista veneciano y adornada con flores. Miro al firmamento y veo volar un enorme Zeppelin sobre nuestras cabezas. Pronto averiguaré que estoy en la cuna de estos dirigibles.

La ciudad de las meretrices
Me alejo de esta bella e idílica isla para dirigirme a la ciudad más grande del lago: Constanza (Konstanz, en alemán). Fue erigida en 1417 durante el concilio de mismo nombre que dio fin al Cisma de Occidente y finalizó con la elección de Martín V como Papa. Este hecho convirtió a la ciudad como la única en suelo alemán que goza de ese honor, aunque por su parte, también tienen el reconocimiento de haber quemado allí al reformador Jan Hus. Lo más representativo de esta ciudad, sin embargo, es recordar que Honoré Balzac situó en ella a la meretriz de su relato corto La bella Imperia,  que además nos da la bienvenida al puerto con sus manos extendidas. En una de sus manos  sostiene al Papa y en la otra al rey. Al parecer, la historia cuenta que cuando se celebró el Concilio, más de 700 prostitutas se desplazaron a la ciudad para dar servicio a todos los que se reunieron en tan “sacro” momento.Y aunque formó parte de las posesiones de los Habsburgo, por lo tanto de Austria, pasado el Congreso de Viena se adhirió a la Confederación Germánica y aunque en la Segunda Guerra Mundial se libró de los bombardeos, al estar tan cerca de Suiza, si expulsó a los más de mil judios que vivían en ella. 

Mis pasos por la ciudad me internan por callejuelas y lugares que no han cambiado mucho desde la Edad Media. O, al menos eso es lo que parece por su arquitectura por su imagen de villa comercial.

Me encuentro en la orilla sur del Rhin, y desde el puente por donde hemos accedido se observa la Pulverntum, que fue una torre que se construyó en el primer tercio del siglo XIV en el noroeste, como pilastra angular de la fortaleza de la ciudad. En algunas épocas fue usada como prisión. Otro lugar indispensable es el Markstätte, sobre todo para ir de compras, antes conviene detenerse a admirar la fuente Imperial. Creada en 1897 por Hans Baur, fue retomada más adelante para instalarle un pavo de varias cabezas, que representa la orgullosa iglesia que se regía en el pasado por tres papas, y que llevó al concilio de la ciudad. Sin olvidar la Münsterplatz, donde podemos encontrar restos de una fortaleza romana que se puede ver a los pies de la Catedral de Nuestra Señora. Fue construida sobre las ruinas de un castillo romano tardío que después pasó a formar parte de la reforma protestante y sufrió algunos cambios. Pero lo más curioso de este bello lugar es su cripta, que tiene cuatro discos de oro de la época original que se remonta al siglo XI. O la rotonda de San Mauricio que es una réplica de la tumba de Cristo en Jerusalén y data del 940. Este era punto de llegada de peregrinaje en la Edad Media, como ejemplo del camino Suabio hacia Santiago de Compostela. 

El mejor invento, el Zeppelin
Pero, como comenté anteriormente, Constanza tiene una estrecha relación con los dirigibles puesto que es la ciudad que vio nacer a Ferdinand von Zeppelin. A escasos 45 minutos de esta ciudad, en Friedrichshafen, se encuentra su museo. La historia de este hombre comienza después de retirarse del servicio activo del ejercito Prusiano. En 1895 patentó el Lenkbarer Luftzug que fue el tren aéreo y, poco después, en 1899, la primera aeronave. En algo más de 4.000m2 de museo, que incluye varias secciones a tamaño real del célebre Hindemburg que se accidentó en Nueva York, a causa de un problema aeroestático mientras atravesaba una tormenta, podemos conocer detalles sorprendentes de estos gigantescos globos. El viaje a Nueva York, por ejemplo,  duraba tres días y suponía toda una gesta para la época. Estos memorables dirigibles dejaría de usarse como transporte de viajeros pero continuarían durante la Segunda Guerra Mundial como medio de observación silenciosa y bombardeo selectivo. Su fragilidad, sin embargo, supuso su desaparición. 

La isla de las solteras
Poco tiempo después pusimos dirección a Lindau. Esta localidad tuvo la desgracia de incenciarse varias veces durante la Edad Media, uno de ellos fue causado por un alquimista que accidentalmente derribó su quinqué prendiendo unas cortinas y de ahí a 47 casas más. En el año 800 era tan sólo una pequeña localidad donde sólo vivían pescadores, pero su Historia -en mayúsculas- comienza diez años más tarde cuando el conde Adalbert von Rätien atravesaba el lago Constanza y le sorprendió una tormenta. Su embarcación naufragó y salvó su vida milagrosamente llegando a esta isla. En agradecimiento mandó construir una capilla que se erigió en honor a Santa Aurelia y, poco después, fue ofrecido a las monjas Agustinas para hospedar a las hijas de los nobles hasta que encontraran un marido adecuado. Lo que ocurrió es que los padres y pretendientes construyeron sus villas de verano aquí, por lo que el lugar siempre tuvo un gran poder adquisitivo. Curiosamente tiene una iglesia evangélica, la de San Esteban, que se enclava en perfecta armonía con la iglesia católica del antiguo claustro secular del que he hablado. 

Una anécdota poco conocida es que la palabra Taxi fue “acuñada” aquí. Los culpables: la hoy conocida familia Thurn und Taxis. Éstos, desde hacía ya siglos en Italia, tenían un servicio postal que recorría toda Europa. Como estos servicios atravesaban varios paises y ciudades, mucha gente aprovechaba para subirse en uno de aquellos coches de los Taxis y recorrer el camino que necesitaban.

Nos dicen que en 1182 frente a esta iglesia, se autorizó un mercado y además este era lugar de ajusticiamiento. Lo curioso es que a las monjas del convento, las llamaban las de la orden de las tijeras de oro pues decidían que reo podía vivir o no cortando la soga que les iba a ajusticiar. 

Las calles de esta población son bellísimas, en ella hay balcones que se llaman “paraisos”, donde se colocaban las mujeres que tenían prohibido salir de casa sin su marido y pasaban las horas bordando, cantando o pintando. 

Llegamos a la Torre de los Ladrones, a cuyos pies se levanta una capilla dedicada a San Pedro y en la que podemos entrar para disfrutar de una estatua al soldado desconocido. Pero sin embargo, lo más interesante son los frescos del lugar obra de Hans Holbein el viajo y los del ábside que nos muestran la coronación de María con Dios padre, hijo y un espíritu santo humano, pero sin rostro. 

Continuamos hacia el edificio más fotografíado de Lindau, se trata del ayuntamiento de 1422. En 1972 se renovaron las fachadas de acuerdo co los diseños creados en 1885 por Munich Josef Widmann que Hitler había sustituido durante la Guerra. Y como buena isla, también tiene un faro, conocido como Mangturm que fue construido en el siglo XIII y que representa un punto destacado de las antiguas fortificaciones de Lindau. 

Mi última parada tiene lugar en Meersburg, una ciudad de indudable estilo medieval con bellas casas de entramado. Pronto descubriré que, junto al turismo, el motor económico de la ciudad es la producción de vino. Sus viñas descansan ordenada y respetuosamente en las laderas de las colinas que la circundad y sus bodegas, tabernas y almacenes de vino, llenan sus calles. Recorriéndolas me doy de bruces con la entrada al castillo de Meersburg, el más antiguo de Alemania. Según me explica su propietaria, Julie Naebl-Doms, fue erigido por el rey merovingio Dagoberto I para proteger a los marineros. El castillo, sin embargo, fue incendiado por el duque Gottfried de Alemania y reonstruido 80 años más tarde por el rey carolingio Carlos Martel. Sus paredes también albergaron a la poeta nacional Annette von Droste-Hulshoff, contemporánea de Goethe o los hermanos Grimm y que murió en este castillo víctima de una neumonía. Me lo cuenta Julie mientras atardece con una copa de vino y la música de un piano. ¿Se puede pedir más?.  •


Un reportaje de: Patricia Hervías
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Imágenes de: Josep Guijarro

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