Los 32 rumbos - revista on line de viajes
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Escapadas / España
Santander, mirando al Cantábrico
II Edición del Festival del mar
Dos veleros con todas sus velas desplegadas aparecen al fondo de la bahía, están arribando a puerto. Su velocidad desciende y con toda su magnificencia se recrean engalanados lanzándose a la conquista de Santander. Parecen dos barcos de película que quieren recrear tiempos antiguos, grandes heroicidades, pero vienen a vivir la fiesta a disfrutar del II Festival del mar de Santander con sus mejores galas.
Texto: Patricia Hervías Fotos: Josep Guijarro
La primera vez en la que me entretuve mirando detenidamente el escudo de Santander, descubrí algo que realmente me sorprendió en sobremanera. En él, el río Guadalquivir, la Torre del Oro Sevillana y las cadenas rotas que separaban la ciudad y Triana. A cualquiera a quién le explicaran estos símbolos se quedarían ojipláticos, pero si se continúa investigando sobre la historia de este escudo conoceríamos que todo tiene una explicación. En el siglo XIII marineros dirigidos por Ramón de Bonifaz, el primer almirante español, partieron desde Cantabria para liberar Sevilla de los árabes. El principio de la reconquista.
Santander Internacional
Santander es una ciudad marinera, que aunque convive enamorada de sus montañas, su mirada se lanza imperiosa a las aguas salvajes del mar Cantábrico. Quizás por eso, este año se ha vuelto a celebrar el II Festival del Mar de Santander, convirtiéndose en el único festival marinero en territorio Español. Ya desde primeras horas del día 12 de septiembre, barcos empavesados, engalanados con sus banderas de código y gallardetes, se encontraban amarrados en el puerto para maravilla de los viandantes que llamados a pasear por su puerto, se embelesaban disfrutando de los veleros y demás barcos venidos de ciudades marineras de todo el mundo.
La peculiaridad con la que alguno de sus ciudadanos se encontró, fue con la posibilidad de verse enrolados en los barcos que después de una semana en el mar, saliendo desde Amsterdam, arribaron a puerto con la experiencia de haber vivido una semana como aprendices de marineros. Algunos enseñaban los barcos sonrientes, los camarotes, contaban las noches al raso haciendo guardias como cualquier otro componente de la tripulación. Yo, con mucha suerte, eso sí, pude navegar por la bahía de Santander a bordo de la bella goleta Cantabria Infinita y aunque de un modo mucho más lúdico, ayudar a izar las velas tirando fuertemente de su driza te hace sentir parte de su elegante cultura. La experiencia, como cualquiera que tenga que ver con el mar, ayuda a comprender más la vida marinera de una ciudad llena de orgullo hacia su Cantábrico que adora y añora cuando está lejos.
Una bahía con encanto
Y desde esa lejanía, en el barco, disfrutar de las vistas que nos ofrecía la playa del Sardinero y la península de la Magdalena. Allí, el Palacio Real de mismo nombre, se levanta elegante casi enfrentando a las olas que se abalanzan contra sus acantilados. Un lugar que fue residencia veraniega del Rey Alfonso XIII y que ahora acoge cursos universitarios, pero con esa elegancia que siempre se respira en todas y cada una de las calles de Santander. Allí, subida a bordo de la goleta, la bahía se viste de fiesta, las banderas se divisan altas y cuando Juan de la Cosa salió con su nao Santa María, nunca imagino que recordaría las horas pasadas por el mar Cantábrico aprendiendo a navegar para ser uno de los primeros que cartografió “su mundo”.
Pese a regresar pronto a puerto, Santander oscurecía con la clase que siempre le ha caracterizado. Y sus calles comienzan a engalanarse, las luces de la ciudad ejercen un poder de fascinación que entre la bruma que del mar sube y las sombras que la luz regala. Un paseo por las calles de la ciudad, admirando esas fachadas con estilo inglés puede ser el cierre perfecto para unas jornadas marineras, perfectas.

Reportaje publicado en nuestra edición número 1, de octubre 2009. http://www.los32rumbos.com
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