Los 32 rumbos - revista on line de viajes | |||
Viaje cultural / Polonia | |||
Auschwitz | |||
Un viaje al centro del horror | |||
Mientras en las frías planicies de Birkenau los despiadados médicos nazis se afanaban en encontrar los especímenes más fuertes para trabajar, en otros la música sonaba para entretener a los guardias en sus alojamientos y salían de las cámaras de gas los cuerpos sin vida de los que habían sido señalados como inservibles. |
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Texto: Patricia Hervías Fotos: Josep Guijarro
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Y así era un día tras otro en el campo de concentración más famoso de la historia Auschwitz-Birkenau. Este lugar, el recuerdo más doloroso de la II Guerra Mundial, se encuentra a pocos kilómetros de la evocadora y bella ciudad Polaca de Cracovia, al lado del pueblo llamado Oswiecim, que siempre será conocido por la alemanización del mismo: Auschwitz. Este siniestro lugar volvió a la primera página de la actualidad hace un par de años, en 2010, cuando fue robada la placa situada en la entrada el campo de concentración donde reza el infame “El trabajo os hará libres”. Una extraña sustracción que, finalmente, la policía polaca acabó solucionando con la detención de cinco ladrones que pretendían venderlo a un estrafalario coleccionista sueco. Imagino que no sería para engarzarlo en la entrada de su empresa, pues seguro que levantaría alguna sospecha que otra entre sus trabajadores. Pero bueno, este infame campo impulsado por Heinrich Himmler comenzó a construirse usando mano de obra judía del mismo pueblo polaco. En principio sólo se pensó en crear un campo de concentración que paliara la situación de las cárceles de Silesia, que debido a los encarcelamientos masivos durante la guerra se habían quedado sin espacio. Barracones militares abandonados, fueron “acondicionados” para comenzar a recibir a los presos políticos polacos; profesores, escritores, músicos, políticos y todos aquellos que podían tener un pensamiento crítico contra el nazismo. Fue poco tiempo después cuando se decidió convertirlo en un campo de exterminio. La "solución final" Nada fue realizado a la ligera por los nazis, no se dejó ningún cabo suelto. El pequeño pueblo polaco era punto importante de la red ferroviaria, ya que todas las vías de trenes europeos tenían conexión con este lugar y hacían mucho más fácil el envío de los convoyes de la muerte. Ya desde el principio, en el momento en el que los judíos eran subidos en aquellos vagones, comenzaba su camino a la muerte. Llevaba un par de días en Polonia y el tiempo no había sido demasiado benevolente conmigo. Por eso no dejó de ser una ironía que el Sol saliera el día en que visitaba este tétrico lugar. He de confersar que no me apetecía nada ir a los campos de concentración. La sensación que viviría mirando los fríos barracones, podría ser fácilmente evitable si no viajara a ese lugar de horror y muerte. Pero, quizás es obligación moral -me dije-, ir a conocer la parte más negra de la mente humana, plasmada en el horroroso recuerdo de los vacíos barracones de suelo lleno de barro y literas de madera con paja podrida. El Sol, como digo, había decidido “bendecir” mi visita al museo, en el que no se pueden llevar guías externos y si se quieren uno ha de contratarse allí, por ello con la ayuda de Agnieszka, una historiadora de la Universidad de Estudios Judíos, paseé por este lugar fantasmal. El frío era desolador a pesar de la luz solar, ya que se creaba un tétrico halo que evocaba el pasado más deplorable de la humanidad. La gran mentira "A los deportados a estos campos de exterminio, la mentira era su esperanza", -me explica. Los Nazis les habían vendido parcelas en tierras inexistentes del Este de Europa, a otros les propusieron puestos de trabajo en quiméricas fabricas y por ello, en sus maletas portaban sus posesiones más valiosas. Desde ese momento, su camino hacia la muerte comenzaba con esa falsedad. Inmediatamente, subían al los trenes de la muerte en los que pasaban de 7 a 10 días sin ventilación, sin comida, sin agua… El proceso de selección había comenzado. Cuando al llegar a Auschwitz abrían las puertas, muchos niños y ancianos habían fallecido, y los que quedaban vivos ya sabían que su destino no sería nada halagüeño. Eran obligados a dejar todas sus posesiones, sus recuerdos y parte de sus vidas. Tomé consciencia de ello en los bloques 4 y 5. Las salas están repletas de esos objetos personales, cosas que el ejército rojo encontró perfectamente clasificadas cuando entró a liberar el campo. Separados por una cristalera gigante, pude ver toneladas de pelo de color blanco (por la pérdida de la melanina), de aquellos que murieron gaseados. En otra, miles de gafas. En otra miles de zapatos. Otra más de prótesis. Otra de maletas con los nombres y apellidos de sus dueños, de muñecos, de juguetes… Acerqué mis ojos a cada una de las vidrieras mientras una sensación de infinito desasosiego me invadía, comprobando que las vidas de esas personas no iban a ser sólo desposeídas de su hálito vital, sino que antes de llegar a ese momento, la tortura psicológica era parte implícita. El dolor del alma En cada uno de los bloques tenía la sensación de que había contenido la respiración y ya a cielo abierto era consciente de que podía respirar. Sin embargo, intentas hacerte una idea de cómo la vida se terminaba entre esas paredes y admito que soy incapaz de imaginar todo el horror que sucedió entre aquellas paredes. Caminé con el corazón encogido a otro de los bloques, en el que a los lados de los pasillos se encuentran colgadas cientos de fotografías sin alma. Retratos de todos los que entraban por las puertas de este infame lugar. Vestidos con los ligeros ropajes que les daban, se plasmaba su cara, su nombre y el número con el que eran tatuados. En otros sitios, junto con esas fotografías, se pueden ver ropas de bebes, de pequeños niños que si no morían inmediatamente, eran usados por Josef Mengele, el llamado Ángel de la Muerte, para sus propósitos científicos. Él fue quién con un golpe de mano sentenciaba a muerte a niños, mujeres embarazadas, ancianos y discapacitados enviándolos a la derecha, a la cámara de gas. De sobra era conocida la perversión sexual que ejercía sobre alguna de las prisioneras, defenestrándolas sexualmente o azotando su pechos además de su obsesión con los niños gemelos para sus experimentos. ¿El tiempo todo lo cura? A veces la casualidad no es algo que suceda porque sí. Existe un muro, entre los bloques 10 y 11, que tapadas las ventanas con maderos ubicaban una tapia maldita que formaba parte del llamado bloque de la muerte, el 11. Este era el lugar en el que las SS aplicaban sus castigos más maquiavélicos en las cárceles que se encuentran en el sótano y donde, esa pared era usada como paredón de fusilamiento. Mi curiosidad hizo que al acercarme a él, con la cámara, un hombre muy mayor quisiera apartarse para no salir en la fotografía. Comencé a hablar con él, gracias a mi traductora, preguntándole nimiedades hasta que tras sus intensos ojos azules y su mirada tranquila, comenzó a contarme que él había vivido en este campo. Zbigniew Klawender tiene en estos momentos 82 años, pero aun a pesar de la dulce mirada, su forma sosegada de contar su historia y sin rencor, recorre un escalofrío cuando comienzas a escucharle. El prisionero II79586 llegó a Auschwitz a la edad de 15 años cuando quiso escapar, con su familia, de la zona de Polonia invadida por los alemanes. Separaron a la familia, enviando a su hermano y padre a un campo diferente, a él y a su madre los enviaron a Auschwitz. Pasado el tiempo, su padre y hermano fallecieron en el lugar donde fueron enviados, pero su madre escapó de Birkenau cuando la enviaron a Alemania y él fue liberado. Mientras contaba su historia con total tranquilidad, sus temblorosas manos, a causa de la edad, intentaron sacar de su cartera las tres fotografías que plasmaron su paso por este lugar de muerte. Birkenau Impresionada puse rumbo al lugar más terrible: Birkenau situado a tan sólo 3 kilómetros de Auschwitz. Fue construido por los propios prisioneros que todas las mañanas salían al son de la música camino de los trabajos más duros jamás imaginados. En más de 175 hectáreas de barracones de madera, más parecidos a establos para ganado, se hacinaban miles de personas en condiciones infrahumanas. Muy pocos de esos barracones han quedado en pie, y sólo las fantasmales chimeneas son testigos mudos del terror. Es una explanada fría, dividida por el raíl mensajero de la muerte. Allí llegaban miles de trenes cargados de personas y en las frías explanadas de Birkenau eran seleccionados; Mujeres y niños por un lado, hombres por otro, para más tarde enviar a las ahora destruidas, por manos de los nazis antes de su rendición, cámaras de gas a los no válidos. ¿Qué pasaba por las mentes de los que seleccionaban a los hombres y mujeres? ¿Cuál era el método se selección? Subí a la torre de la entrada de Birkenau, y miré a la inmensidad de este lugar infrahumano donde el dolor y la inexistente esperanza llenaban los días de personas que simplemente habían sido condenadas por ser diferentes. Desde esa posición “privilegiada”, me giré para bajar de nuevo por las escaleras de aquella torre, dejando atrás el recuerdo de un momento negro en la historia de la humanidad. |
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Reportaje publicado en nuestra edición número 39, de Enero 2013. http://www.los32rumbos.com Todos los derechos reservados. |
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