Los 32 rumbos - revista on line de viajes
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Escapadas / España
Montilla Moriles
la ruta del vino
La Ruta del vino Montilla-Moriles ha hecho que toda una región viva por y para la vid. Se trata de viñedos, lagares, bodegas y lugares donde se guarda este líquido como un tesoro. Y merece la pena recorrer todos esos espacios para formarnos en la cultura de un vino único.
Texto: Patricia Hervías Fotos: Patricia Hervías

Cuenta la leyenda que un soldado centroeuropeo de los tercios de Flandes, cuyo nombre era Peter Ximén para unos y Siemens para otros, trajo a la campiña cordobesa sarmientos de una vid que se cultivaba en el valle del Rhin. Esta variedad se aclimató excepcionalmente al suelo y las condiciones meteorológicas de la zona y, desde entonces, todo el mosto para la elaboración de los vinos de esta Denominación (exceptuando el joven que se mezcla) procede de este tipo de uva que pasó a designarse Pedro Ximénez.
La tradición vitivinícola de Córdoba tiene una procedencia muy antigua, el paisaje y vida de esta región andaluza ha estado determinada por esta planta y la producción de su famoso e increíble vino, único por su sabor y por su crianza. Los viñedos, lagares y bodegas son parte importante de la cultura de esta región española que mantiene la pasión por el vino como parte de su vida.
Municipios como Aguilar de la Frontera, Córdoba, Fernán Núñez, La Rambla, Lucena, Montemayor, Montilla, Moriles y Puente Genil, recorren el corazón geográfico de Andalucía y es el lugar donde nacen estos vinos generosos, entre 15 y 23 grados, de la D.O. Montilla-Moriles, convirtiéndose en una forma de excepcional y única de vino desconocida para la gran mayoría que es, además, atracción como destino turístico.

Córdoba la grande
Tengo por delante un fin de semana de recorrido cultural y gastronómico por algunas de las más destacadas bodegas y localidades cordobesas. Mi punto de partida es desde la capital, la calurosa Córdoba, a donde llego mediante el confortable tren de Alta Velocidad, el AVE. La entrada a la estaciónno pudo ser más imperial. Al paso del convoy se hacen visibles los restos del palacio de Maximiano Hercúleo en el yacimiento arqueológico de Cercadilla. Me quedo embobada pero es sólo la antesala del patrimonio histórico de la ciudad. Poco después, alojada ya cerca del Ayuntamiento, contemplo el Templo romano de Córdoba, descubierto en los años cincuenta durante una ampliación del consistorio. No puedo evitar fotografiarlo.
Más tarde tuve mi primer contacto con el vino de Montilla-Moriles. Sucedió de la mejor forma posible: acompañando a una comida con abundantes platos típicos; flamenquines, salmorejo, ensalada de naranja y bacalao, aderezados con ese sabor fuerte del vino fino frío.
El trabajo que un vino Montilla-Moriles tiene tras de sí va más allá de la simple recogida de uva y posterior selección.
Empecé a darme cuenta de ello en una tonelería tradicional, el lugar donde la madera se convierte en el contenedor que hará que el mosto de la uva madure y se convierta, casi por arte de magia, en este líquido generoso y único en el mundo. El proceso de estas barricas está basado en la madera, el agua, el fuego y el saber hacer del tonelero que con sus manos y martillo da forma esa forma rechoncha al continente de madera para que se forme el vino de Montilla-Moriles. Y ahí es donde entra en escena uno de los lagares, conocido como Lagar Blanco, donde su actual dueño, Miguel Cruz, quiere volver a involucrar a los jóvenes en la cultura del vino que se ha ido perdiendo en nuestro país.
La estratégica ubicación del lagar, a 600 metros por encima de la cota de Montilla, hace de magnífico lugar de crianza de estos vinos. Dentro de su lagar, el silencio se impone ante nuestros curiosos pasos. Vamos de un lugar para el otro, miramos las tinajas donde se deposita el vino para su primer fermentación y allí, nos cuentan que este proceso es el más importante de todos, pues esta uva, la P.X, en esta zona no necesita ser tratada con azucares para que alcance 15º ya que de por sí, ella misma y de forma natural lo consigue. Al parecer las tierras calcáreas de la zona, las grandes raíces de los viñedos en verano, les proporciona humedad. La temperatura y el clima hace que los azúcares de la P.X salgan de manera natural. Otro de los secretos a voces de estos vinos deriva al pasar el caldo a la bota, o barrica. Ésta no se llena del todo, pues se ha de dejar 1/6 de vacio para que el fino tenga su característico velo (es una levadura), culpable del sabor tan especial que tiene.
El Joven, el Fino, el Amontillado, el Oloroso y el Pedro Ximénez forman las cinco clases principales de vinos de la D.O Montilla-Moriles y me llama la atención la variedad de color que tiene cada una de ellas. Un abanico de matices que van desde un suave y casi transparente amarillento hasta un caoba oscuro, con unos olores que juegan igualmente con esos tonos que nos llevan desde el frescor de la fruta hasta la madera más noble. Y es en este lugar tan especial donde comenzaré a disfrutar de los diferentes matices que tienen cada uno de los vinos, la peculiaridad de cada uno de ellos en los que la crianza biológica, en el fino, y la oxidativa, en los amontillados, olorosos y Pedro Ximénez, dotan de vida a cada uno de los líquidos que se posan ahora en unas copas que juegan con los sentidos.

Desde la antigua Roma
Hablar del vino Montilla-Moriles no supone, únicamente, referirse al caldo alcohólico celebérrimo en el mundo entero, sino de la vida que se ha creado alrededor de su crianza y cuidado, estableciendo una red de pueblos dedicados a él en una u otra manera y que es capaz de sorprender al viajero más deseoso de conocimiento.
La mañana se levanta soleada y en esta red de pueblos, el de la Ruta del vino Montilla-Moriles, se aúnan tradiciones ancestrales con espacios singulares que hacen retrotraerte a una vida más sencilla pero llena de peculiaridades. En cada uno de ellos, la tradición ancestral de la viticultura se vive de una u otra manera. Como todos sabemos, la cultura de la vid se la debemos a los romanos y, por esa razón, nos acercamos a Puente Genil. A las afueras de este pueblo, a tres kilómetros concretamente, se encuentra la Villa Romana de Fuente Alamo. Aunque este enclave aparecía reseñado en 1874 en el libro La Villa de Puente Genil, de Agustín Pérez de Siles y Prado y Antonio Aguilar y Cano, que llegan a creer que los restos correspondían a la famosa Ciudad de Tarsy, situada a ocho leguas y media de Córdoba, no es hasta 1982 que el yacimiento adquiere notable importancia. En febrero de ese año, a raíz de nuevas excavaciones, se descubrió uno de los mosaicos más famosos, el nilótico, del que hablaremos más adelante y cuyo original se encuentra en el museo de Córdoba.
Al parecer, este lugar fue construido en la época de Julio Claudia, en el siglo I d.C., como unas termas romanas o baños públicos que se abastecían del agua del arroyo cercano, manteniéndose así hasta el siglo II.
La segunda época tiene lugar a principios del siglo IV d. C. y está marcada por un gran desarrollo urbanístico a lo largo del tiempo, se atribuye su propiedad a un noble, seguramente de un alto cargo romano y se construyó encima de dichos estanques un magnífico edificio señorial que se denomina "Villa Romana de Fuente Álamo". Y allí, en su puerta nos espera Manuel Delgado, que se encargó de contarnos los entresijos de esta villa señorial ya que es el subdirector de excavaciones. Nos señala donde se encontró un lagar en el que posiblemente ya los romanos produjeran su propio vino para autoabastecerse. El terreno está situado en una encrucijada de caminos, pero lo más curioso y quizás único, es que en 2005, durante los trabajos arqueológicos, se descubrió una habitación que tiene tres pequeñas naves y un altar con ocho orcinas. Al principio se pensó que sería una sala para el culto de Mitra, pero de ser así, se trataría del único que se conserva en España y además también se intuye que otra de las salas podría ser una biblioteca, que también sería la única que se conserva en el país. La villa conserva unos magníficos mosaicos como el de Las Tres Gracias que es el único tripartito en el que en la figura central están las ninfas, a la derecha una que da de comer a Pegaso y a la izquierda una perseguida por lo que se supone un Sátiro. En otros se representa la barbarie y la civilización, siendo Roma la civilizada. Pero lo más imponente es el mosaico nilótico donde, como si fuera un cómic de humor, se representa al Dios Nilo en el central y, en los lóbulos, a pigmeos en diversas escenas que debían ser divertidas para los romanos, pues los representan en acciones descerebradamente divertidas.
Una pequeña parada en las bodegas Delgado nos dará fuerza para regresar a conocer el secreto mejor guardado de Córdoba. Entramos al centro histórico por el Puente Romano, la verdad es que las vistas de la Mezquita-Catedral casi me deja sin aliento, en su exterior las puertas son de una belleza que deslumbra y ya entre sus muros en el interior de la Catedral son los vistosos artesonados nos hacen imaginar el esplendor vivido en otras épocas, o en un día de calor descansar en el Patio de los Naranjos. Sus calles son intrincadas venas de un cuerpo en el que encontraremos un barrio judío en el que sus entramados y olores a plantas en los balcones se salpican de recuerdos. Grandes plazas dan paso a Los Jardines del Alcázar, la entrada a las Caballerizas Reales y otros lugares que, escondidos en recónditas esquinas, ocultan sorpresas increíbles. La noche se nos echa encima en un patio andalúz repleto de flores de geranios que desprende un olor fresco.
La de mañana se despide de nosotros el recorrido de una manera familiar y entrañable, donde Paco, el dueño del lugar, nos ofrece una visita al centro de interpretación "Memorias del vino". Allí, entre barricas, fotografías y recuerdos de los trabajadores de antaño termino mi viaje, como no, con una copa de fino y clavando mi mirada a los viñedos que tengo alrededor.


Reportaje publicado en nuestra edición número 49, de marzo 2014. http://www.los32rumbos.com
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