Los 32 rumbos - revista on line de viajes | |||
Escapadas / Francia | |||
País cátaro | |||
Castillos de película | |||
Ni el séptimo arte se ha resistido al embrujo de los castillos cátaros. Muchas de las callejuelas de la turística Carcassonne o algunas de las fortalezas medievales más representativas han sido escenarios de películas ambientadas en la Edad Media |
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Texto: Patricia Hervías Fotos: Josep Guijarro
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Fue una casualidad pero convirtió aquella tarde otoñal en una anécdota de cine que no tardaría en comentar a amigos y familiares. Era ya la hora del crepúsculo cuando remonté la cuesta que conduce al castillo de Puivert, en la región del Quercob. La explanada que da acceso a esta robusta construcción del siglo XII contenía numerosas piedras de papel maché, césped artificial y diversos objetos de tramoya. Pronto divisé a un cortejo de personas que salían deprisa de su interior, entre ellos el mismísimo Roman Polansky que, a la sazón, rodaba en Puivert algunas escenas de la película La Novena Puerta, un film protagonizado por Johnny Deep donde encarga a un investigador que busca un libro incunable escrito por el mismísimo diablo. Como no puede ser de otra forma, el manuscrito se hallaba en este castillo que nada tiene de diabólico. Al contrario, tras sus muros nació el movimiento trovadoresco. De hecho, es posible visitar hoy una sala que ha sido considerada joya del patrimonio francés: la llamada Sala de los Músicos. Cada uno de los canecillos que conforman la bóveda tiene esculpido un músico diferente. Portan en sus manos instrumentos como el salterio, una viola de arco, una flauta y así hasta ocho, curiosamente el número de notas en la escala musical. Puivert fue –como dije- cuna de trovadores, del amor cortés, y su fama llegó tan lejos que, a épocas, los concursos entre trovadores de toda Europa se hacían imprescindibles. Peire Vidal componía bajo el mecenazgo de los señores que pagaban por sus rimas, canciones y sonetos secretos del cantar d’amour. Esta fuerte impronta nos lleva a comprender como otros dos directores eligieron este escenario para sus películas. Puivert es un baluarte apostado en un cerro de laderas acogedoras que, a pesar de ser bastión cátaro durante poco tiempo, se convirtió más en un castillo señorial que en una fortaleza defensiva. Sino que se lo pregunten a la Dama Blanca, una princesa aragonesa que decidió quedarse en él hasta el final de sus días, mirando las puestas de sol desde un lago cercano, dicen que sentada en una piedra parecida a un trono. El único inconveniente que encontró fue que el viento y el agua le molestaban. Por eso Jean de Bruyères, el señor del castillo, ordenó bajar el nivel de las aguas. Cuenta la leyenda que por culpa de aquellas obras, el lago se desbordó matando entre otros a la Dama. ¿No es una leyenda de película? La Cité de Carcassonne Entre rayos de sol abrasadores, campiñas recién segadas de paja y rastrojo, de viñedos a punto de madurar y de contrastes de verde en los bosques, se levantaba orgullosa la Cité de Carcassonne. Esta ciudad fortificada ha formado parte de películas tan conocidas como La Novia de Frankestein, con Sting, El Principe de los Ladrones, con Kevin Costner, o Los Visitantes, con Jean Renó. Se trata de un lugar idóneo para la recreación de escenas medievales. En su construcción se mezclan murallas romanas del siglo II antes de Cristo (de la antigua colonia Iulia Carcaso), las visigodas del siglo VII y las de Simón de Montfort, en el siglo XII. Recorriendo sus calles resulta fácil imaginar a Ramon Roger de Trencavel, conde de la ciudad, entrando por la puerta de Narbona o recrear aquel fatídico 3 de agosto de 1209 cuando el de Montfort decidió arremeter contra la ciudad y la llenó de cruzados. Imaginaba al conde sudoroso subiendo por última vez, en dirección a la catedral de San Nazario para prepararse ante el asedio. Hoy las calles de la Cité están repletas de establecimientos; restaurantes, tiendas de souvenirs y magníficos hoteles. Destaca, en este sentido, el Hôtel de la Cité, situado entre magníficos jardines y curtidos muros de piedra, ubicado entre el castillo Condal románico y la citada basílica gótica de San Nazario. Esta última es un edificio de arquitectura románica que se terminó en la primera mitad del siglo XII, pero sufrió modificaciones góticas en los siglos posteriores. Por ello, la parte trasera posee una estructura románica, bella pero severa y oscura, que contrasta con el gótico luminoso del ábside y transepto, dotado de vidrieras excepcionales. A esta calidad y belleza contribuyó en el siglo XIX la renovación estructural del arquitecto Viollet le Duc, quien incorporó gárgolas a su estampa, algo que en un principio podríamos pensar era de época gótica. Pero, San Nazario perdió en 1801 su carácter de catedral, en beneficio de la iglesia de Saint-Michel, en la ciudad baja, concediéndole en el año 1898 el papa León XIII el título de basílica. Cuando sales de allí y te encuentras de nuevo en las engalanadas calles, dentro de las murallas, puedes acercarte hasta el museo de la inquisición donde se exponen mil y una formas de tortura utilizadas durante el medievo. No te dejará indiferente. El pueblo del misterio Nuestro último destino es un pequeño pueblo del Razés que, hasta hace poco, no figuraba en las guías turísticas y que, tras el éxito del Código da Vinci, ha visto como se multiplicaban sus visitas. Me refiero a Rennes-le-Château. En realidad no es un castillo lo que hallaremos allí, pero sí un lugar con vestigios megalíticos, romanos y visigodos. Este antiguo paso obligado del Camino de Santiago, se halla situado por encima de los valles del Aude y del Sals, desde el cual se podía vigilar tanto el paso a los Pirineos como la región del Languedoc. En el siglo XII, Alfonso II de Aragón reivindicó el territorio, para convertirse en una más de las zonas de refugio para cátaros hasta 1210, fecha en que Simón de Montfort, lo tomó y entregó a su compañero de cruzada Pierre de Voisins. En 1362 Enrique de Trastamara lo destruyó casi en su totalidad y no fue reconstruido de nuevo hasta finales del siglo XIX. Y es aquí donde empieza su misterio. Se dice que el párroco François Berenguer Saunière se hizo rico de la noche a la mañana. ¿Qué fue lo que encontró en el interior de su iglesia? Para unos evangelios prohibidos, para otros el mapa a un tesoro. Nadie se pone de acuerdo. Tras alojarme en el Château des duques de Joyeuse, un magnífico hotel ubicado en un castillo del siglo XVI, recorrí los cuatro kilómetros que separan Couiza de Rennes-le-Château. Durante el ascenso por la sinuosa carretera se hace visible la silueta de una torre neogótica, la Tour Magdala, un edificio que el párroco utilizó como biblioteca y que protagoniza una historia de intrigas, de conspiraciones y de tesoros. Rennes-le-Château ha sido escenario de alguna película, como Revelatio o parte importante de El Código Da Vinci que también ha sido llevado a la pantalla. Numerosos documentales de la BBC componen el puzzle cinematográfico y de intrigas del cristianismo. Y es que se dice que Saunière encontró un secreto que le permitió vivir holgadamente gracias a las rentas que los protectores del Vaticano le proporcionaban. Un secreto en la línea argumental de El Código da Vinci y que ha conducido al pueblo a numerosos cazatesoros que dejaron su huella a base de dinamita en los alrededores. Hoy podemos visitar el museo del abate donde podremos reconstruir esta mágica historia a camino entre la leyenda y la realidad. La visita a la iglesia es indispensable. Allí nos aguarda una siniestra pila bautismal, cuya base es el demonio Asmodeo, el guardián del tesoro según la tradición salomónica. La talla sobrecoge por su mirada perdida y sus ojos desorbitados, aunque luego no tanto la iglesia, pequeña en comparación a la de los pueblos de alrededor, pero llena de mensajes por descifrar. Y a ese cometido vale la pena dedicarse para estimular la imaginación, no sólo de los cineastas, sino también de los viajeros. |
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Reportaje publicado en nuestra edición número 3, de enero 2010. http://www.los32rumbos.com Todos los derechos reservados. |
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