Los 32 rumbos - revista on line de viajes
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Destinos / Italia
Pompeya
Un viaje en el tiempo
Dos siglos y medio de excavaciones han devuelto Pompeya a la superficie. Las cenizas del Vesubio que sepultaron a esta opulenta acrópolis romana la han protegido de la erosión durante siglos y nos permiten conocer ahora detalles sorprendentes de los romanos que la poblaron hace 2.000 años. Visitar Pompeya es hacer un viaje en el tiempo
Texto: Josep Guijarro Fotos: Josep Guijarro

Pasear por Pompeya a última hora de la tarde, cuando han desaparecido los miles de turistas que la abarrotan a diario, es un privilegio que sobrecoge al más experimentado viajero. La inmensidad de la ciudad romana, que ocupa la friolera de quince hectáreas, y la excelente conservación de muchos de sus edificios, esculturas y frescos, estimulan la imaginación y facilita el viaje en el tiempo. Me transporta al siglo I de nuestra era, cuando esta acrópolis -ahora vacía y yerma- se hallaba en pleno esplendor y era un hervidero de gentes, de color y vitalidad, situada en las laderas del Vesubio. En el año 79, una devastadora y repentina erupción de este volcán arrasó y sepultó todo el valle y con él a esta opulenta villa con sus veinte mil habitantes. Algunos de ellos parecen retorcerse aun de dolor cuando observas sus cuerpos petrificados dispuestos, cual museo del horror, tras una cristalera a la salida del recinto. Tuvo que suceder de forma repentina. Sus posturas, sus muecas de dolor impresionan sobremanera por mucho que los arqueólogos insistan que se trata sólo de moldes obtenidos a base de rellenar los huecos de la lava que los calcinó. Se trata de una de las paradas más morbosas del recorrido pero no la única porque, al mediodía, las colas para entrar al lupanar de Pompeya recuerdan a las de cualquier cine que exhibe en cartel un peliculón. Sólo que aquí, las personas que aguardan pacientes su turno para entrar, no van a ver a su actor preferido sino a unas sorprendentes escenas de sexo pintadas en vistosos frescos que otrora decoraron este prostíbulo de dos milenios de antigüedad. ¡Y yo que pensaba que eso de las posiciones era moderno...!

Una ciudad opulenta
En Pompeya no faltaba de nada. Caminando bajo un sol de justicia por la Vía de la Abundancia constato como la calle disponía de aceras con “pasos de cebra” incluidos, que tenía alcantarillado, viviendas unifamiliares e, incluso, bares. Mi guía me explica que sus ciudadanos eran aficionados a tomar el aperitivo, a darse relajantes baños y a realizar alguna que otra pintada. De hecho puedo contemplar algunos graffiti de las elecciones donde el patricio de turno pedía el voto a sus vecinos como los políticos de hoy. “Qué poco ha cambiado el mundo” –me digo. Y me sorprendo al saber que, en el siglo XVIII, el rey Carlos III tomó a Pompeya como modelo para embellecer la ciudad de Madrid y resolver sus graves problemas de salubridad. Y es que Pompeya ha fascinado a sus visitantes desde su hallazgo casual a fines del siglo XVI, cuando una obra puso al descubierto las primeras ruinas. Las primeras exploraciones arqueológicas, sin embargo, no llegaron hasta mucho más tarde, en el siglo XVIII, cuando el entonces rey de Nápoles, Carlos de Borbón, enamorado de lo que allí había, ordenó el primer estudio sistemático de la acrópolis romana. Hoy podemos contemplar un porcentaje muy pequeño de la ciudad. Dicho de otro modo, sólo 15 de las 44 hectáreas que tenía. Y es que gran parte de Pompeya sigue bajo tierra guardando celosamente sus secretos. Los arqueólogos dicen que es mejor así pues los dos millones de turistas anuales que visitan el recinto erosionan las ruinas como lo hacen, también, el viento, la lluvia y otras inclemencias meteorológicas. A nadie se le escapa que todo está a la intemperie. Sin embargo, el suceso más doloroso y perturbador fue el terremoto que asoló la región en 1980 y que afectó a varias hectáreas de la ciudad que todavía permanecen cerradas al público. Para preservar este legado impresionante se creó el llamado Proyecto Pompeya.

Un relato histórico
Me detengo en la Casa del fauno, un suntuoso domus ahora en ruinas que conserva una divertida estatua en su jardín. Una legión de japoneses disparan sus cámaras a discreción contra la pequeña estatua situada en el centro. Huyo del bullicio rumbo al templo de Apolo, aunque también allí es difícil escapar a la voracidad de los turistas. Pruebo mejor suerte en el templo de Júpiter, a este paso recorreré todo el panteón de los dioses romanos. Allí unos escolares con la bandera de Italia posan ante mi objetivo mientras conversan con un familiar por el telefonino “Estoy en Pompeya, mami”. Y no puedo evitar echar la vista atrás. También de niño soñé con pisar algún día las ruinas de esta acrópolis. Como ellos, había estudiado a Plinio. Él nos legó el relato dramático de la erupción del Vesubio, describió como su tío, Plinio el Viejo comandante en jefe de la flota romana del Miceno, pereció con sus hombres cuando acudía a prestar ayuda, víctima de las emanaciones tóxicas del volcán. Murieron en el puerto de Mesina. Debió parecer un castigo divino: terremotos, el mar retirándose y dejando en seco un repertorio de criaturas marinas para regresar, después, en forma de un devastador tsunami. Todo transcurrió en unas pocas horas y muy pocos lograron sobrevivir. No menos de 15 películas han inmortalizado –algunas de forma magistral- la tragedia de Pompeya: La ciudad sepultada, Los últimos días de Pompeya o el reciente documental dramatizado Pompeya, el último día(2007). Ahora acaba de estrenarse Pompeya del director Paul W.S. Anderson que cuenta con un staff de lujo con actores como Kit Harington ('Juego de Tronos'), Emily Browning ('Sucker Punch') o Kiefer Sutherland de la serie '24'.
Seguro que ha sido fácil ponerse en el papel. La acrópolis es evocadora para cualquiera con un mínimo de sensibilidad.

Edificios representativos
Sigo mi periplo por las numerosas casas particulares y observo ensimismado como muchas de ellas han conservado sus estancias, atrios y jardines. Algunas de estas viviendas presentan importantes restos de pintura mural y de mosaicos que nos ayudan a entender cómo era la vida hace dos mil años.
Pompeya es el sueño máximo de todo arqueólogo. Aquí el registro primitivo quedó intacto, y bastó con el paciente trabajo de varios siglos para ir descubriendo centímetro a centímetro una ciudad entera de la época de Cristo.
El lugar más visitado es, sin lugar a dudas, el prostíbulo o lupanar que reabrió sus puertas en el año 2006. Seguramente no es el más suntuoso ni el más importante de los edificios pero su visita nos ofrece un testimonio de las costumbres sexuales de la época. Fue descubierto en 1862 en la zona más antigua de la ciudad y, junto a las pinturas eróticas, es sorprendente encontrar camas de ladrillo junto a las paredes y graffitis de los clientes con los nombres de las meretrices o de sus acompañantes.
La prostitución no estaba prohibida en Pompeya. Quienes se dedicaban a la profesión más vieja del mundo eran, fundamentalmente los esclavos (de ambos sexos) procedentes de otros países, como Grecia. Una de las características del lupanar, descubierto por los investigadores en 1862, es que fue construido exclusivamente como lugar de citas.

La villa de los misterios
El estilo decorativo de Pompeya marcó un hito en la época. Aquí se construyeron las más bellas casas, y el jardín porticado sustituyó a la huerta. Las paredes, pintadas de blanco con anterioridad, se decoraron aquí con estucos policromados que imitaban la belleza del mármol. Un vivo ejemplo es la llamada villa de los misterios. Su importante estructura arquitectónica y su rica decoración la ha convertido en una de las más famosas villas suburbanas de Pompeya. Fue erigida en el siglo II antes de Cristo y en ella podemos reconocer una bodega y su lagar para prensar uvas. La fama de esta villa, sin embargo, se debe principalmente a la grandiosa decoración pictórica de una de las salas que representa 29 figuras de tamaño natural y que parece simbolizar el rito de iniciación de las esposas en los misterios dionisíacos. Dibujo en mi cuaderno alguna de ellas y tomo anotaciones de todo cuanto me sorprende, que es mucho. Después atravieso la necrópolis y me dirijo al anfiteatro erigido alrededor del año 80 antes de Cristo, lo que le convierte en uno de los más antiguos que ha llegado a nuestros días. Sus gradas podían albergar aproximadamente 20.000 espectadores. Desde las escaleras exteriores de doble rampa accedo a las gradas que mi imaginación llena de color, de gentes, de ruido y, también, de violencia. Fue en esta arena donde los vecinos de Pompeya se enfrentaron a los de Nocera por un asunto sin importancia durante un espectáculo de gladiadores que organizó Livineyo Régulo en el año 59. Aquello devino en tragedia y los juegos fueron suspendidos durante una década.
Mi visita a la antigua Colonia Cornelia Veneria Pompeyanorum toca a su fin. Mientras tomo aire frente a la puerta de Nola, con la necrópolis a extramuros mostrando sus tumbas y exedras, no puedo por menos que soñar con el esplendor de una época y con los tesoros culturales y arqueológicos que todavía quedan por descubrir.


Reportaje publicado en nuestra edición número 4, de marzo 2010. http://www.los32rumbos.com
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