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Viajes de aventura / Túnez
Túnez
Aventura en el desierto
Túnez es, seguramente, la mejor puerta de entrada a áfrica. la apertura de sus gentes y su estilo de vida nos recuerdan poderosamente a las costumbres mediterráneas pero en sus límites podemos hallar paisajes sobrecogedores -como el desierto- para vivir aventuras increíbles.
Texto: Josep Guijarro Fotos: Josep Guijarro

Tozeur es, probablemente, una de las zonas menos explotadas turísticamente de Túnez. Esta región está situada al sur del país y en ella se funden tres desiertos: el llamado desierto de roca, el desierto de sal, y el desierto de arena. Así que, tras algunos días en un destino sorprendente como Hammamet y sus playas, las visitas culturales y compras en las medinas de Sousse y Monestir, me embarqué en un vuelo de Tunisair rumbo al desierto. Mi objetivo: vivir una excitante experiencia sorteando las dunas a bordo de un 4x4, visitar los oasis, avistar espejismos y pasar una noche en el desierto durmiendo en una jaima.

Aventura en 4x4
En el aeropuerto de Tozeur me esperaba Amor, el chofer de la empresa Nomades que, en los próximos días iba a ser mi guía en esta aventura.
La música árabe a todo trapo, el aire acondicionado a tope y, por delante, poco menos de 100 kilómetros hasta nuestra primera parada: Chebica, un bello oasis de montaña situado en las terrazas del Atlas, en la frontera con Argelia.
El paisaje es impresionante. La cordillera se erige desafiante sobre un horizonte plano y árido. En su base es visible un amplio palmeral y un pueblo abandonado. Sucedió en 1969 cuando una terrible inundación convirtió Chebica en un pueblo fantasma. Sus casas de adobe albergan hoy algunos puestos con recuerdos y souvenirs y algún que otro chiringuito donde comprar agua.
Me calzo el turbante en la cabeza y, tras hacer acopio de bebida para suplir el duro sol de mediodía, empiezo a ascender las primeras estribaciones rocosas, antes de que los turistas rompan el encanto de este mágico enclave.

Oasis de montaña
No muy lejos de allí me topo con un riachuelo que discurre entre las rocas, formado un pequeño lago de aguas verdes y una cascada. Me sentiría como Lawrence de Arabia de no ser por los mercaderes que están por todas partes, ofreciendo baratijas a un dinar y rosas del desierto.
Desde lo alto, la panorámica no puede ser más evocadora, con Chebica a mis pies, sin tejados, y el inmenso palmeral del oasis.
Después pongo rumbo a Tamerza, donde se ubica la Gran Cascada, un salto de agua del río Selja que discurre entre pronunciadas gargantas dotadas de un increíble colorido.
Decido darme un chapuzón en sus aguas ante la atónita mirada de algunos turistas alemanes. A pesar del calor, el agua está fría. Una gozada.
Amor me propone almorzar en Tamerza que, como Chebica, también está abandonado. Pero, a diferencia de éste, el antiguo pueblo de Tamerza se nos presenta salpicado de jardines y grupos de palmeras. La panorámica que observo desde la piscina del Hotel Tamerza Palace es espectacular. Muestra al pueblo abandonado incrustado al palmeral con las montañas al fondo. De postal.
El moderno establecimiento donde hemos hecho parada y fonda dispone de un estupendo spa, así como unas atractivas habitaciones, a la altura de los más exigentes.
Tuve ocasión de probarlas después de comer un magnífico cordero asado y de saborear el pan y los dulces típicos antes de poner rumbo al desierto. Mi guía me recuerda que en esta zona se rodaron algunas escenas de la película El paciente inglés.

Escenarios de cine
Mi próximo destino es, también, muy cinematográfico. Se ubica en un lugar mucho más remoto si cabe: el desierto.
Recorremos la estrecha P16 hasta que, llegados a un punto que no puedo precisar, Amor gira violentamente el volante para internarse en el Chott El Jerid, un antiguo lago salado de más de cinco mil kilómetros cuadrados que se extiende majestuoso ante mis ojos, más allá del horizonte. Y, a medida que nos internamos en esta inhóspita región, me fascina contemplar los espejismos que surjen por todas partes. Juraría que ante mi hay agua mas, sin embargo, todo es fruto del sol, de los cristales de sal y de mi cerebro. Hasta me parece ver flotar es esta superficie reflejante a algún solitario camello, increíble.
Pronto despertaré de mi estado aletargado porque Amor ha empezado a sortear las enormes dunas de arena y el 4x4 en el que viajamos empieza a parecerse más a una batidora que a un vehículo de cuatro ruedas. No van a tardar en dejarse ver otros coches en esta aventura apta sólo para experimentados conductores. Pese a que algunos turistas se atreven a viajar solos por el desierto recomendamos contratar los servicios de un guía local que, además de no perderse, nos puede facilitar información sobre los lugares que visitamos durante el raid. Y es que a lo largo de la ruta podemos contemplar diversas formaciones de arena y sal, rocas pintorescas y hasta de decorados de cine.
Disfruto del espectáculo hasta llegar al llamado Onk Ejjmel donde se conservan los decorados de la mítica Guerra de las Galaxias.
No puedo eludir mi espíritu freak y desciendo del vehículo para internarme en algunas de las viviendas de cartón piedra y las acribillo a fotografías. Sólo faltan C3PO y R2D2 porque me siento como Luke Skywalker en busca de la princesa Leia.
Se dice que George Lucas no tuvo excesiva suerte aquí, ya que durante el rodaje estuvo lloviendo a cántaros, algo que no se conocía en Tozeur desde hacía más de medio siglo. Si bien la mayoría de turistas se desplazan hasta Tatmata para ver las viviendas trogloditas que fueron inmortalizadas en la gran pantalla como el planeta Tatooine, suelen olvidar este otro increíble decorado que tiene como escenario natural el desierto de sal. Se conserva magníficamente, en parte porque algunos mercaderes locales llegan hasta aquí para encontrarse con turistas a los que vender.

Dormir en el desierto
No muy lejos de allí se extiende el desierto de arena, con sus onduladas dunas. Nos sorprende el crepúsculo que tiñe de rojo el cielo mientras, a mis espaldas, la Luna se deja ver. Un hombre ataviado como un tuareg, completamente de negro y con una antorcha en la mano me conducirá a la jaima que me servirá de hotel para esta noche.
Las estrellas han comenzado a brillar en el firmamento. Me descalzo y empiezo a andar por la fina arena para llenarme de sensaciones. Es una experiencia única.

Tozeur, la puerta al desierto
A la mañana siguiente encaminaré mis pasos a la medina de Tozeur que es, para muchos, la puerta al desierto de Sahara tunecino.
Para entender la vida en esta población resulta imprescindible recorrer su laberíntico y evocador barrio antiguo. Sus viviendas están construidas a base de ladrillos sin cocer que dibujan relieves inspirados en tapices y caligrafías. Sus estrechas calles son un hervidero de gentes que se mueven a pie, en moto o, incluso, en calesa. Me monto en una para visitar su inmenso palmeral. Rodeado de pesadísimas moscas alcanzo el segundo palmeral más grande de Túnez, con más de doscientas mil palmeras y donde puedes pasear durante horas.
La zona más animada de la ciudad es la avenida Habib Bourguiba, donde se encuentra la mezquita el-Ferdous, a la que lamentablemente no se permite la entrada al turista, sólo a los musulmanes. Cerca de allí se extiende el mercado central, donde podrás comprar carne de camello, o dulces, piezas de artesanía, artículos de alfarería, cuero, alfombras o mimbre entre otros. Y todo a precios locales con el inebitable regateo.

Un poco de Historia
En realidad, Tozeur sigue sosteniéndose gracias a su economía de oasis cuando los bereberes llegaban hasta aquí en sus largas caravanas de camellos. La ciudad posee una completa infraestructura para el turismo, con numerosos hoteles, algunos de ellos resultan espectaculares en tamaño y equipamiento, así como variados restaurantes. En la faceta cultural es inebitable la visita al museo etnográfico, con una exposición permanente Dar Zaman, 3.000 años de historia tunecina.
Finalmente, merece la pena pasear por el barrio de Ouled el Hadef, que data del siglo XIV, sus calles pasan bajo espesas bóvedas adornadas con ladrillos con dibujos. Una gozada que te transportará en el tiempo.


Reportaje publicado en nuestra edición número 6, de mayo 2010. http://www.los32rumbos.com
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