Los 32 rumbos - revista on line de viajes
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Grandes rutas / Cuba
La Habana
Ciudad Hechicera
El 27 de octubre de 1492, el almirante Cristóbal Colón dejó escrito de Cuba que era “la tierra más bonita que hayan visto ojos humanos”. Desde entonces, la fascinación por esta isla caribeña no ha menguado en absoluto y su capital, La Habana, sigue siendo parada obligada para cualquier viajero dispuesto a dejarse llevar por su hechizo de caribeño.
Texto: J. Guijarro y P. Hervías Fotos: Josep Guijarro
Decía Orson Welles que “la mejor forma de vencer la tentación es caer en ella”. Se trata de una afirmación que puede aplicarse a muchas circunstancias pero que, en este caso particular, describe la profunda atracción que ejerce La Habana para muchos europeos. No en vano, según cifras oficiales, más del 50% del turismo a Cuba procede de este lado del océano.
La Habana mira al mar desde su malecón, una de las principales arterias de la ciudad, constituida por un espigón de cinco kilómetros de longitud que se extiende de Este a Oeste y, donde no sólo rompen las olas, sino que el visitante puede tomar el pulso a los habitantes de la isla observando sus amores, juegos, música, tristezas y encuentros.
Lo contemplamos fascinados desde el imponente castillo de los Tres Santos Reyes Magos del Morro, una fortaleza erigida entre 1589 y 1630, para proteger la entrada a la dársena de los piratas e invasores extranjeros.
Y es que, como todos los puertos, La Habana es un lugar de llegadas y salidas, de reencuentros y despedidas, un cóctel de mezclas étnicas, de idas y vueltas de la historia, marcadas a fuego.

Enclave mágico
Ciudad de sortilegios, la capital cubana surgió por sí sola alrededor de una ceiba (un árbol sagrado) entre 1512 y 1519, sin que exista documento alguno que dé fe de su nacimiento. De acuerdo con la tradición, La Habana fue el último de los siete pueblos fundados por orden de Diego Velásquez de Cuéllar. En 1828 se erigió un monumento, conocido como El Templete, en el lugar donde se cree que tuvo lugar la primera misa y se constituyó el primer cabildo de la ciudad, hacia 1519. Hasta allí nos dirijimos. Por el camino los flamboyanes en flor, un árbol conocido también como del fuego (debido al encendido color rojo de sus flores), nos recuerdan que estamos primavera. Las calles son un hervidero de gente que viene y va, de vehículos de otras épocas que parecen trasladarte en el tiempo. Por ahí circula un Chevrolet BelAir del 57 y más allá nos encontramos un Cadillac Eldorado del 56, un Ford Fairline del 55 y hasta un Oldsmobile Rocket del 53. Es sencillamente alucinante. Nos detenemosen la Plaza de Armas. Allí, en la confluencia de las calles O’Relly y Banillo, se erige un pequeño edificio de estilo clásico, rodeado por un jardín donde destaca una ceiba. Cada 16 de noviembre, día de San Lázaro o de la Caridad del Cobre, muchos habaneros vienen hasta aquí para seguir una tradición ancestral, camuflada bajo el aniversario de la fundación de la ciudad. “La ceiba solo entiende el lenguaje del corazón –sentencia una mulata vestida de blanco impoluto-. Con o sin oraciones –prosigue-, todos los hombres son sus hijos cuando vienen a ella. Las palabras se le meten por su tronco y te concede los deseos. Prueben a dar tres vueltas”.
No perdemos nada por hacerlo. Apoyamos la yema de los dedos sobre el tronco arrugado y gris del árbol y damos tres vueltas a su alrededor. Sabremos más tarde que la tradición está marcada por el sincretismo que impuso el encuentro caribeño de la cultura africana y española. Así, la de las tres vueltas a la ceiba del Templete está muy relacionada con las leyendas africanas de ese árbol y las del orisha Aggayú Solá (una deidad adorada por los santeros).
Del contacto entre las religiones africanas y el catolicismo, surgió un sincretismo religioso en el que se identificaba a una deidad o orisha con un icono cristiano.
Es fácil identificar a los santeros por las calles de La Habana. Van vestidos completamente de blanco y lucen collares o pulseras de llamativos colores que corresponden a su santo. Se calcula que el 70% de los cubanos creen en esta religión. Una paradoja en un país socialista ¿no?
La santería nos llevará –casi por azar- a un lugar muy peculiar dentro de La Habana: el Callejón de Hamel, situado en el popular barrio de Cayo Hueso, al norte de la ciudad. Las paredes de este singular espacio están cubiertas de murales policromados donde el color dominante es el rojo, como tributo a Shangó. Y es que estos escasos cien metros de callejón contiene dioses, orishas, nkisi, gigantescas aves en vuelo y iremes o diablitos, respaldados con frases y sentencias que resumen el ideario de Salvador González. Este artista pretende acercarnos de este modo al entorno de la adivinación, del culto Ifá, procedente de Nigeria.
Muchos turistas han sucumbido a la belleza del enclave y a la hospitalidad de sus vecinos que ofrecen bebida, comida, conversación y música a los visitantes. En Cuba, compartir es lo más natural; por eso, ayudar a un compañero llevándolo a algún sitio, ofrecer una buena comida o prestarle unos pesos cuando está en apuros constituye un deber nacional. En cada cubano vive un anfitrión dispuesto a abrir su casa y compartir un poco de charla, a pesar de que el auge del turismo ha aumentado la picaresca y el espíritu de supervivencia. Las palabras más utilizadas en su vocabulario son “conseguir” y “resolver” fruto, precisamente, de las necesidades económicas por las que atraviesa el país. Un salario alto ronda en torno a los 25 euros que, si bien son únicamente para la cesta de la compra, (la vivienda, la escuela y la medicina son gratis) sigue siendo muy poco dinero. De este modo, los cubanos consiguen y resuelven por todas partes: particulares que ofrecen visitas guiadas por la ciudad, que emplean su coche como taxi, que te venden puros por la calle o que se ofrecen a ser fotografiados por unas monedas. Como escribía el novelista británico Graham Greene, “cualquier cosa es posible en La Habana” y es posible que ésa sea una de las razones por las que esta ciudad enamora a sus visitantes .

Recorrido turístico
A medida que nos aproximamos al centro neurálgico y colonial, La Habana nos muestra más indicios de su glorioso pasado con tesoros arquitectónicos como el Teatro Nacional o el Capitolio, construido con caliza blanca y bloques de granito a semejanza al de Washington D.C, aunque este es ligeramente más alto. Cualquier esquina se conviertirá en un maravilloso fondo fotográfico pues, sólo La Habana Vieja, contiene más de novecientos edificios de importancia histórica con estilos que van del barroco -caso de la Catedral- al Art déco, como el Edificio Bacardí , que fue terminado en 1929.
A propósito de Bacardí. Durante casi un siglo esta compañía había fundado el imperio del ron en Santiago de Cuba. La caña de azúcar cultivada en la isla proporcionaba la materia prima para destilar licores de alta calidad. Pero en 1959 retiraron la marca y todos sus derechos de Cuba y huyeron de los revolucionarios que les acusaban de estar comprometidos con la corrupta política de los años 50. Algo parecido ocurrió con el Havana Club, marca fundada por la familia Arrechavala. Con la revolución, Castro desmanteló el negocio y vació la marca hasta que, en 1993, firmó un acuerdo con la empresa francesa, Pernod Ricard, para la producción y distribución del ron bajo la marca original, Havana Club. La familia quiso entonces proteger sus intereses y vendieron la receta y la marca a Bacardí. Cuba dice que sólo ellos pueden vender el verdadero ron cubano (aunque, por el embargo, no se puede exportar a Estados Unidos) y la familia dice que sólo ellos tienen la receta original de Havana Club.

La Habana revolucionaria
Y es que la Revolución cambió sustancialmente el aspecto del país y la forma de vida de los cubanos que, tras la caída del muro de Berlín y sin la ayuda comercial del bloque soviético, se vieron abocados a una economía de auto-subsistencia por falta de aliados. La auténtica precariedad, sin embargo, llegó con el bloqueo económico y la crisis de los noventa. El turismo será, a partir de entonces, la tabla de salvación para salir del empobrecimiento progresivo y, seguramente, la razón por la que, a pesar de las evidentes dificultades, el socialismo revolucionario sigue latiendo en la conciencia colectiva.
En nuestra agenda figuraba la visita al antiguo Palacio presidencial, que hoy día alberga el Museo de la Revolución. Su visita defrauda, fundamentalmente por su alto nivel propagandístico pero, si algo llama la atención, es el espacio trasero donde se conserva -tras una estructura de cristal vigilada las 24 horas- la embarcación Granma que trasladó a Fidel, y a otros 80 revolucionarios, desde Tuxpan (México) hasta Cuba, en diciembre de 1956.
Otra visita obligada es el Memorial a José Martí que se erige en la Plaza de la Revolución. Dos de los salones muestran aspectos de la personalidad del Héroe Nacional cubano, estrechamente vinculados a la gesta independentista de la isla, aunque lo más llamativo es el ascenso al mirador, mediante un pequeño ascensor que cuesta 2 CUC, localizado a 139 metros sobre el nivel del mar, siendo por tanto el edificio más alto de la ciudad.
Frente al memorial se extiende la aludida Plaza de la Revolución, una enorme explanada, rodeada de edificios grises, que ha servido de escenario a las más grandes concentraciones populares de los últimos 40 años. Entre ellos, el Ministerio del Interior, conocido por su enorme mural del Che Guevara y la frase “Hasta la victoria siempre”.

De mojitos y daiquiris
El calor aprieta en La Habana así que, siguiendo el dicho del escritor Ernest Hemingway, que reza: “mi Mojito en la Bodeguita... y mi Daiquiri en el Floridita”, decidimos realizar una parada en estos dos emblemáticos locales. Por el primero han desfilado numerosos visitantes, desde escritores a políticos, que han dejado su huella en el local, ya sea mediante algún recuerdo, fotografía o un grafiti en sus paredes. El segundo está considerado como la cuna del Daiquiri y, fue frecuentado por el aludido escritor en la década de los años 30 cuando escribía su obra Por quien doblan las campanas.
La oferta de ocio es muy completa en la capital cubana desde cafés o salones apacibles con música en vivo hasta discotecas de hotel que abren hasta bien entrada la madrugada. Merece la pena, por ejemplo, dejarse caer por el Habana Café, un local muy recomendable que está sito en la zona del Vedado (que recibe el nombre del gobierno colonial que declaró el lugar como territorio vedado para las construcciones para proteger un soberbio bosque de caobas, ácanas, robles y cedros, que cerraban el paso a los ataques de corsarios y piratas) y el Tropicana, un cabaré al aire libre donde pudimos saborear el estilo retro de los años 50. Esta extravagancia nocturna cuenta con bailarinas y vedetes vestidas con plumas y lentejuelas a las que verás bailar con tu botella de ron en la mesa y diversos aperitivos que no brillan, precisamente, por su calidad. Las entradas, además, no son baratas: el precio medio es de 75CUC, dependiendo del asiento. La mejor manera de reservar las entradas es a través de su hotel, que normalmente ofrece el translado. Nosotros lo hicimos desde el Barceló Habana Ciudad (ver guía práctica), un moderno hotel situado en Miramar, la zona residencial antes de la revolución, plagada de suntuosas mansiones. Situado frente al litoral, este barrio posibilitó la existencia de numerosos balnearios, clubes sociales y de yates de los sectores adinerados. Hoy alberga embajadas y edificios públicos y merece la pena darse una vuelta por él.

La joya de la corona
Pero para conectar con la esencia de esta tierra, no hay nada como recorrer el paseo del Prado (oficialmente Paseo de Martí) que guarda cierto parecido con La Rambla de Barcelona, aunque en estado marchito, claro. Sí, porque este majestuoso bulevar de estilo europeo, custodiado por leones de bronce y que conecta el Capitolio con el Malecón ha ido viniendo a menos desde que fuera proyectado en 1770. Con todo, nos llaman la atención algunas fachadas como la del palacio de los Matrimonios, el teatro Fausto o el edificio Ramón Areces, fundador de El Corte Inglés.
Desde aquí es fácil internarse en la joya de la corona, La Habana Vieja, y visitar sus cinco plazas. Podemos pasear por la calle de los Oficios, arteria principal de lo que en origen se llamó San Cristóbal de la Habana. Oír los ecos de los pregoneros en la Plaza Vieja; en la calle Mercaderes, el traquetear de los carretones sobre al adoquinado o admirar la Catedral, obra cumbre del barroco cubano, que nos recibirá perfectamente integrada en uno de los conjuntos coloniales mejor preservados de América.
De las calles del centro -adecentadas con fondos de la UNESCO- resplandecen respecto a otras áreas de la ciudad y están llenas de contrastes, entre edificios históricos y otros de corte moderno.
De regreso al hotel un joven caricaturista nos para en la calle. Nos muestra algunas viñetas reivindicativas y se anima a hablar de la situación que vive Cuba en estos momentos. “Voy a la primera manifestación”- nos explica. Algo está cambiando en la mayor de las Antillas, un cambio que muchos ansían. Le deseamos suerte mientras él nos lanza una frase “Adios pescao y a la vuelta picadillo”, una expresión que se utiliza cuando salguien se va de Cuba. Pero nosotros... volveremos.

Reportaje publicado en nuestra edición número 8, de septiembre 2010. http://www.los32rumbos.com
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