La región del Piamonte italiano vive a la sombra de Turín que es, ineludiblemente, el principal foco de interés turístico. Pero, más allá de esta urbe de plazas que parecen salones y pórticos de sobria elegancia, con cafés históricos, conocidos por su chocolate y por sus minúsculos pasteles, se esconden otros lugares llenos de encanto y enormes atractivos, tanto históricos como paisajísticos.
Un ejemplo de ello es Biella, una tranquila localidad piamontesa, de gran tradición lanera, que nos propone cultura, gastronomía y naturaleza, además de un entorno natural excepcional.
La tradición textil de Biella se remonta hasta mediados del siglo XII. Al parecer, la fundación de la villa se relaciona con un regalo que el emperador del Sacro Imperio Romano, Carlo III el Gordo, realizó al obispo de Vercelli (ciudad que hoy aun, mantiene una pequeño rivalidad con Biella) en el 882. Gracias a la expansión de la industria lanera y, también el oro, la riqueza de esta región ayudó a que se comenzaran a construir grandes palacios y castillos que hoy en día han ido convirtiéndose en pequeñas casas bodegueras que acogen a viajeros en un régimen de B & B (Break and bredfast) y son dinamizadores del turismo.
Arriba y abajo
Biella se separa en dos: la Biella Piano (plana) y la Biella del Piazzo. La primera podría estar centrada en la Piazza del Popolo, aunque para llegar a ella hemos cruzado el jardín Antonio Mauricio Zumaglini, donde descubrí que el emblema de la ciudad es un oso. Desde la plaza, coronada por la fuente de Moisés, se disfruta de la visión del “reciente” Duomo de St. Stefano, un edificio del siglo XIX, y el pequeño Baptisterio de San Juan Bautista, consagrado a él porque en su interior se conserva, según la tradición, un pedazo del cráneo de este apóstol. El campanario es del siglo XI aunque el lugar ya era considerado sagrado desde mucho antes ya que se erigió sobre un templo romano. Me llama la atención una placa situada en el Baptisterio; dos “Putti” (querubines paganos) de mármol que fueron encontrados en el cementerio de la iglesia y que prueban lo que expliqué anteriormente.
Dentro del Duomo (la catedral), me sorprendió encontrar en la sacristía, dos frescos considerados paganos por el concilio de Trento. Uno muestra a Jesús con numerosas herramientas de trabajo de los laneros. Es conocido como el Cristo della Domenica y fue pintado entre 1460 y 1470. Junto a el una madonna con il bambino, que es la representación en un bisel de la Virgen sentada en un trono semejante a una catedral, rodeada de una decoración floral.
La parte alta
Un funicular me traslada ahora a la Biella del Piazzo, llamada así por la Piazza creada por el ya mencionado obispo de Vercelli, en 1160, con intención de instalar allí allí su vivienda. Entramos en la zona Güelfa, es decir, quienes tomaron partido por el Papa en el siglo XII apoyando a la Casa de Baviera .
Desde allí se puede ver el parque de la Burcina. Su curiosa historia nos lleva a su antiguo dueño, Giovanni Piacenza que compró el monte pensando en crear un jardín de tipo inglés lleno de árboles de todo tipo, en el que podemos encontrar sequoias gigantes, pinos, sauces y flores de casi todas partes del mundo. Hoy, es un lugar en el que los bieleses pasean despreocupados, respirando aire puro cerca de su ciudad.
PASADO INDUSTRIAL
Biella está repleta de fabricas abandonadas, que aprovechando el río, tomaban su energía de sus aguas. Algunas se han reconvertido en verdaderas museos. Es el caso de la Citta del l’Arte, en la que podremos disfrutar de exposiciones de arte moderno y, a la vez, tomar conciencia de responsabilidad con nuestro entorno. Pero lo más interesante se encuentra en su interior, la Fundación Pistoletto (ver recuadro).
Biella, en suma, posee un enorme interés cultural, histórico, paisajístico y gastronómico que permiten posicionarla como un destino de fin de semana excepcional.