Los grandes ríos europeos han sido portadores de grandes historias, de leyendas que se dan cita en sus márgenes, de grandes batallas por el control de las zonas más ricas en producción y sobre todo, en valor estratégico. Magnos castillos que se alzan entre los serpenteantes meandros de estos grandiosos cauces fluviales, y por esa razón sus nombres resuenan tanto en nuestra memoria como en nuestros oídos.
El Rhin es uno de esos cauces, el río más largo del oeste de Europa, con 1.320 kilómetros que se deslizan por seis países diferentes. Está asociado con cientos de mitos y antiguas leyendas románticas, pero en realidad, esta gran corriente representa algo más que un caudal de agua. Encarna un modo de vida, unido principalmente a la naturaleza, a la cultura y a su gente.
El bajo Rhin es casi la parte final de un largo viaje que comienza en las montañas de Suiza y que acaba dividido en Holanda. En el último tramo de su recorrido, disfruta de un extenso paisaje, que atraviesa prados, pantanos, landas con alamedas y parques nacionales. Pero también venerables ciudades que gozan de huellas del pasado romano, molinos de viento y agua, castillos rodeados del líquido elemento y palacios. La atmósfera del paisaje solitario que parece interminable y las latentes grandes ciudades, forman un fascinante contraste que han sabido aprovechar Alemania y Holanda, para unirse en una fantástica propuesta que nos ofrecen un “coolbreaks”, nombre con el que han bautizado una increíble iniciativa que nos propone romper la rutina disfrutando de dos países que nunca antes, han estado tan unidos.
Tradiciones
Las mañanas en la Renania alemana, suelen despertar brumosas. Las nubes bajas dotan de un aire misterioso los prados verdes y los castillos de leyenda. Nuestros pasos se adentran por aquellas tierras de fábulas griálicas, para disfrutar de momentos mucho más terrenales. Pasar la mañana divirtiéndonos en Neuss, en una pista de sky artificial, dará paso a caminar a algunos de los castillos que abundan en la región. Uno de ellos se erige en la bella ciudad de Krefeld-Linn. Se trata de un espectacular burgo situado en lo alto de un islote, rodeado por un foso en el que los cisnes revolotean a sus anchas. Curiosamente, este burgo siempre ha estado unido al gremio de los tejedores de lino, que cada Pentecostés celebra en Linn un mercado antiguo en el que se recrea esta tradición.
Siguiendo hacia Kleve me detengo brevemente en Krefeld, la ciudad del terciopelo y la seda. El centro de la ciudad se viste de fiesta una vez al año, convirtiéndose todo en una gran pasarela de moda al aire libre. Allí jóvenes y no tan jóvenes pasean por las calles con sus mejores galas, mientras una marabunta de gente va de un escenario a otro a disfrutar de un pase de modas, de una exhibición infantil, bailes o, simplemente a ir de compras por las tiendas que permanecen abiertas las 24 horas. Tal vez algo mareada entre tantas olas humanas, Kleve se me aparece como un oasis de tranquilidad en un mar de tormenta.
El guardián del Grial
Cada vez nos acercamos más a la frontera con Holanda, la ciudad de Kleve está repleta de historia. Una tradición que nos lleva a la Inglaterra de Enrique VIII y a las leyendas heroicas europeas que se une con el largo recorrer del río. La noche se me ha echado encima y en un rápido paseo cerca del Rhin, me encuentro con la visión del emblema de la ciudad encaramado en la cima más alta del burgo, el Castillo del Cisne. La iluminación nocturna lo dota de una teatralidad mística que nos hace creer la historia del linaje griálico de la villa, ya que cuentan que el mítico Lohengrim fue quién salvó a la princesa Elsa de una muerte segura, casándose con ella más tarde a condición de que nunca preguntara de donde venía, ni su nombre, ni a que se dedicaba. Fue el propio Grial el que había dispuesto que cuando alguno de sus caballeros saliera de su reino, lo habrían de hacer en el más absoluto anonimato. De manera tal que si se descubriera su identidad, estarían irreversiblemente obligados de regresar. Desgraciadamente para Elsa, después de veintiún años de feliz matrimonio, dada las presiones que recibió cedió a su voluntad y preguntó finalmente de donde venía y cual era su nombre. Él respondió que era un caballero del Grial, hijo de Perceval y que el mismo cisne que lo trajo, debía llevárselo. Elsa, presa del dolor después de su marcha, murió irremediablemente de tristeza. Y por ello el cisne es el animal que se encuentra en lo mas alto de la torre, en la fuente del nombre de aquel animal, en el blasón de la localidad…una ciudad que olvidando el mito, nos lleva a la vida de Anna de Cleve que aun después de divorciarse de Enrique VIII fue de las pocas que logró “llevarse bien con él” y no “perder” su cabeza.
Jardines de ensueño
A la mañana siguiente, el sol volvió a ser benevolente conmigo para que disfrutara de los jardines barrocos diseñados por el gobernador Johann Moritz van Nassau-Siegen en Kleve. En el siglo XVII, el gobernador quiso que la reconstrucción de la ciudad se realizara igual que su modo de vida, por ello los diseños de estos jardines son copias desde los de Berlín y Versalles entre otros. Su diseñador Jacob van Campen, distribuyó desde la colina central doce veradas que recorren diferentes lugares con vistas impresionantes.
Amanece y la sinfonía número 9 de Beethoven comienza a sonar en mi memoria, los jardines se llenan de faunos y unicornios que revolotean alrededor de un tranquilo lago lleno de flores y arboles, miro a los lados y veo un anfiteatro en el que semicírculos crean un bello escenario del jardín, sobresalen terrazas con estanques y fuentes recordando la forma de un teatro griego con una estatua de Palas Atenea. Un parterre se levanta entre halos de divinidad y detrás de donde me sitúo, como si me encontrara en la misma película de Disney, Fantasía, tengo tras de mi una estatua que parece dirigir desde lo alto la orquesta natural más bella recogida en un vergel.
Remando por el Rhin
Pero, para despertar de este idílico escenario, lo mejor, remar hasta Holanda. Y bien digo, ya que intentando emular la marcha de Lohengrim, me echo al agua sin género de dudas para durante dos horas, remar en dirección al otro lado de la frontera. Entre corrientes, bandeos de las olas dejadas por los grandes cargueros y caballos de rizadas crines corriendo salvajes por la orilla, llegué destrozada al Parque Nacional de Millingerwaard. Estaba en Holanda y mi siguiente destino sería la ciudad de Nijmegen y el río al que había ido a parar era el mayor afluente del Rhin, antes de su “desaparición” en el mar, el Waal.
Ciudad de romanos y guerras
Nijmegen es la ciudad más antigua de los Países Bajos. Su nombre significa mercado nuevo, y es porque nos encontramos con una villa con legado mercantil por sus buenas comunicaciones tanto por tierra como por agua. Bátavos, romanos, barbaros…todos ellos de alguna manera se sintieron atraídos por la buena localización de este lugar. Lo más curioso, es que gracias a todas las remodelaciones, construcciones y otros menesteres del hombre actual, se han ido encontrando cientos de objetos del campamento romano, Noviomagus, que se asentó en Nijmegen. Hoy frente al Parque Valkhof, que albergó un fuerte bátavo, varias obras romanas y un palacio de Carlomagno y que ahora se puede disfrutar de una capilla y ruinas del castillo de Barbarroja, se encuentra la réplica de unos pilares de una columna del triunfo de la época de Tiberio, descubiertas hace poco tiempo y que los originales se exponen en el museo del mismo nombre que el parque, Museo Valkhof, en el que también pude disfrutar de la colección de cascos romanos más grande del mundo.
Nuestros piés siguen pisando las calles que antaño usaron los romanos, y por ello, su vía principal se sostiene por encima del cardo principal que nos acerca a la plaza central donde se ubicaba el mercado y que ahora está repleta de locales con historia como el más antiguo que se llama In de blaaumehand, La mano azul. Este lugar se encuentra justo al lado de la imponente catedral de San Esteban que data del siglo XIII, y que en su interior guarda tesoros de la pintura flamenca así como un órgano que es usado para realizar conciertos.
Cierto es que aunque la historia de la ciudad es impresionante, es quizás más conocida por un fatídico hecho durante la II Guerra Mundial y debido a su emplazamiento estratégico y su cercanía con Alemania, Nijmegen fue la primera urbe de los Países Bajos en ser invadida por las tropas nazis. Más adelante las aliadas lanzaron varias bombas sobre ella, creyendo que bombardeaban la alemana Kleve. Desgraciadamente, el centro de la villa holandesa quedó bastante tocada, convirtiéndose más adelante en el centro de la Operación Market Garden, la mayor aerotransportada de la Segunda Guerra Mundial que intentaba apoderarse de los puentes y en la que finalmente los nazis ganaron al quedarse con Arnhem y puente de mismo nombre.
Van Gogh en el campo
Ya del otro lado, y pasando Arnhem, nos adentramos en un curioso parque nacional, el de Hoge Veluwe. Dentro de él existe uno de los museos más impresionantes de Holanda, el Kröller-Müller. Este lugar, espectacular, se creó gracias al empeño de Helene Kröller-Müller y el dinero de su marido Antón Kröller con la primera compra en 1907, de la obra “Tren en el modo Paisaje” de Paul Gabriel. Bajo el asesoramiento de H.P Bremmer, llegó a recopilar más de 11.500 objetos de arte entre los que se encuentra la mayor colección de cuadros de Van Gogh, sobre todo de su primera época, después del museo de Amsterdam. El museo fue cedido al estado Holandés, poco antes de la muerte de la señora Helene, comenzando a ser remodelado hasta lo que podemos ver hoy en día. Jardines repletos de esculturas, varias alas nuevas y sobre todo disfrutar dentro de un parque nacional la maravilla de la naturaleza y el arte en un todo que puede dar el colofón final de un viaje en el que he podido disfrutar de absolutamente de todo, moda, paisajes, naturaleza, comida y la posibilidad de tener dos países en la palma de la mano.