Los 32 rumbos - revista on line de viajes | |||
Escapadas / Italia | |||
Venecia secreta | |||
La capital del amor | |||
El Gran Canal, los puentes que se pierden entre callejuelas, los palacios se alzan altivos recordando mejores épocas. Estamos en la Serenisima, en la bella ciudad de Venecia dónde el tiempo parece haberse detenido. |
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Texto: Patricia Hervías Fotos: Josep Guijarro
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Tengo la extraña sensación de que mi mente retiene los lugares donde viajo en diferentes tonalidades. Colores vivos, tonos más suaves, en otras ocasiones son grises y fríos. También hay destinos en blanco y negro, pero Venecia acude a mi mente, quizás por su encanto añejo o por su impronta histórica, en color sepia. Sí, ese color entre anaranjado y marrón que pinta de una manera especial esos lugares en los que siempre has soñado. Venecia es uno de ellos que se convierte casi en un marco de impredecibles sucesos, donde el tiempo puede parecer que ha quedado estancado entre sus canales. Imperio Marítimo La ciudad de Venecia, siempre famosa y ocasionalmente misteriosa, se convirtió en el siglo IX en capital de un gran imperio marítimo que a punto estuvo de conquistar todo el Mediterráneo. Fue conocida a la sazón como la Serenísima y se erigía –todavía hoy- sobre una laguna habitada por los vénetos desde la más remota antigüedad, los arqueólogos calculan que alrededor del 1.300 a.C, pero, no fue hasta las invasiones bárbaras, cuando éstos deciden instalarse en palafitos y dificultar así la invasión de los ejércitos enemigos. Siglos después, en el año 697, se nombra al primer Dux y se instala en el islote de Rialto en torno al cual se formará la capital mercante más conocida de la historia, rivalizando directamente con Génova: Venecia. Su gran época de esplendor como ciudad-estado consiguió llenar sus canales de bellos palacios, de iglesias y magníficas obras arquitectónicas. También atrajo a las mentes más brillantes, a los grandes pensadores y artistas; nombres propios como los pintores Tizziano, Tintoretto o El Veronés y escultores como Andrea Verrochio, célebre por ser el maestro de Leonardo Da Vinci, que sin ser veneciano, fijó su residencia en esta primorosa ciudad que ha sido cuna, además, de ilustres exploradores y navegantes como Marco Polo. Poco podía imaginar el célebre mercader que desembarcarían a diario miles de almas en sus callejas y canales, procedentes de gigantescos barcos. Y es que, la Serenísima, sólo es serena y tranquila –paradójicamente- cuando los cruceristas se van, al atardecer, cuando la luz del ocaso tiñe el cielo de anaranjado –sepia en mis recuerdos- y los edificios más emblemáticos se recortan en negro. Venecia, entonces, se vuelve más romántica que nunca. Y ayuda a esta sensación, también, su aspecto decadente, las ventanas con la ropa tendida, los palacios “hundiendo” sus pilares en el agua y los “ponti” añejados por la humedad. Pero, no te equivoques, en Venecia si rascas más allá de la superficie, puedes encontrar rincones llenos de modernidad que –eso sí- han sabido integrarse y respetar la estética de la ciudad con más o menos éxito. Pero, para descubrirlos vas a necesitar andar y andar mucho, otra paradoja de la ciudad de los canales. Esplendor Veneciano Mi camino comienza recorriendo las callejuelas que me llevan hacia el Puente Scalzi, para ir al encuentro de la Iglesia de Santa Lucía. Para ello, me adentro por el Barrio de San Polo y Santa Croce que me permite conocer un poco más de la disposición de la urbe sin tener que “pelear” con las hordas de turistas que asolan todos sus rincones. Son callejuelas entrecruzadas que, con suelo empedrado, me conducen hasta una de las maravillas más conocidas de Venecia: el Ponte Rialto. Éste, como ya mencioné, está situado en la zona alta y fue el primer puente que se construyó (a finales del siglo XII) para cruzar de un lado al otro del llamado Gran Canal, que divide en dos ciudad, como si fuera una gigantesca “S” al revés. La edificación inicial era de madera pero debido a los sucesivos incendios que sufrió, se decidió reemplazarlo por otro de piedra, a principios del siglo XVI. Y, aunque está repleto de turistas ávidos de encontrar una baratija con la que regresar a su lugar de origen, merece la pena echarle un vistazo cuando regresa la magia a sus piedras, al anochecer. Pero mientras, en pleno Gran Canal, los vaporettos, las góndolas y barcos surcan sus aguas en un congestionado curso fluvial. Esta arteria es quizás una de las más bonitas y evocadoras. Podemos optar por navegarlo o por caminar por sus riveras. En ambos casos podremos disfutar de cerca de cien palacios y sus espectaculares fachadas. Y, es que hubo una época en la que las familias ricas tenían casi el deber de ubicar aquí un palacio pues, además de otorgarles importancia y distinción, facilitaba la actividad comercial. Digamos que la gran mayoría eran a la vez vivienda familiar y sede del negocio. En consecuencia, si el palacio era hermoso y disponía de una buena fachada, los posibles clientes sabrían de inmediato la importancia del comerciante que residía allí. Los cerca de cien palacios que se encuentran construidos en este lugar privilegiado, se levantaron a lo largo de un período de cinco siglos, permitiendo reconstruir la historia de la ciudad gracias a los distintos estilos arquitectónicos y las influencias artísticas. Pero la fachada que da a la calle, no os creías, es mucho más sobria. Continúo caminando por las estrechas calles atestadas de pequeñas tiendas de souvenirs que con más o menos éxito, intentan vender una máscara o algún detalle en cristal de la famosa isla de Murano. Hay un dato escalofriante: el 80% de los turistas que visita Venecia gasta menos de 15 euros. En pocos minutos me situó en una de las plazas más conocidas de todo el planeta: La Plaza de San Marco. Emplazada en el barrio de mismo nombre y núcleo histórico de la ciudad de los dux, este enclave cuenta con una perspectiva perfecta y monumentos imponentes que ponen en evidencia el pasado glorioso de Venecia. Lo que quizás llama más la atención de esta imponente plaza, que forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, es su basílica. Alberga las reliquias del apóstol San Marcos, en su interior, los increíbles mosaicos dorados, muestran los vínculos existentes entre Constantinopla y Venecia. La entrada al interior es gratuita. Antes de hacer cola asegúrate de haber dejado en la consigna de una calle adyacente (también gratuita) tu bolso o mochila pues sólo podrás entrar tu cámara. Suspira… La basílica reúne lo que fue Venecia en tiempos de su Imperio (curiosamente sólo el pórtico de Alipio, que muestra el traslado del cuerpo de San Marcos, es de la época -siglo XIII- y nos deja ver cómo era la basílica original), esa mezcla asombrosa entre Oriente y Occidente. No menos imponente es la Torre del Reloj, en la que se indican no sólo las horas, sino las fases de la luna, el recorrido del Sol en relación con los signos del zodiaco y las estaciones. Sobrecoge -asimismo- el Campanile, que servía como cuerpo de guardia durante las sesiones que el Gran Consejo de la Serenísima celebraba. En 1902 la torre se desplomó, matando ¡A un gato! Y fue levantada por completo. Desde allí -aseguran- Galileo trabajaba en sus teorías. Justo frente a esta torre se erige el gran Palacio Dux, una verdadera obra de arte del gótico veneciano, que no sólo servía de residencia, sino que allí radicaban los órganos del estado y las dependencias de la temida policía secreta. ¿Y por qué era tan temida? En el primer piso del palacio existen unas fauces de león encastradas en la pared. Servían como buzones para recoger las denuncias hacia las personas o sucesos. Al principio eran recogidas anónimamente, lo que provocó muchos apresamientos y muertes injustas. Para remediarlo, a partir del siglo XIV se pidieron dos firmas y, de repente, las denuncias cayeron en picado. Puede que me enamore la visión del Puente de los Suspiros, más por su belleza que por su historia, pues al estar cerca del Palacio, se realizó para que los reos no salieran a la calle entre el juicio y posterior encarcelamiento en las prisiones. Suspiros…por ser la última vez que vieran la luz por las minúsculas rendijas de su pequeña ventana. Me sorprendo al mirar un edificio. Lo reconozco y sonrió para mí. Se trata del Palacio Danieli (hoy lujoso hotel), en la Riva degli Schiavoni, que ha servido de escenario para películas de la saga de007. Escondido en un pequeño campo y limitando con una hermosa iglesia renacentista, reconoceremos uno de los teatros más sorprendentes de la historia: El Teatro de la Fenice. Inaugurado en 1792, en el mismo emplazamiento de una antiguo teatro incendiado, se consideraba que tenía una de las más hermosas salas del mundo. Pero fue destruido en un incendio en 1836 reconstruyéndose, de nuevo, en estilo neoclásico. Sede de las mejores óperas del mundo, de las mejores voces y sonidos instrumentales, en 1993 volvió a ocurrir una desgracia que, esta sí, fue retransmitida en directo y a todo el mundo. La Fenice volvía a quemarse, esta vez gracias a la mano del hombre, pues prefirieron calcinar el edificio a tener que pagar demoras al terminar una obra. Aunque después de diez años, el Fénix, La Fenice, volvió a resurgir de sus cenizas. Quiero conocer uno de los barrios más agradables de Venecia. Y cuando me encuentro en él, noto como una verdadera bocanada de aire me sacude. Estoy en el barrio Dorsoduro y frente a la muchedumbre que se da cita en la Plaza de San Marcos y en el Gran Canal, las calles y canales de este barrio son mucho más tranquilos y anchos, aunque siguen conservando su aspecto intimista y romántico. Camino por él y me doy cuenta que es el más elegante de la ciudad. Sus callejuelas se retuercen como intentando atrapar historias, recuerdos y paseos de enamorados entre los puentes que te llevan de un lado al otro. Me dispongo a abandonar la Serenísima y quiero hacerlo, también caminando. Por ello me dirijo al barrio de Cannaregio, que fue guetto de los judíos desde 1492. A estos infelices se les obligaba a llevar puesto un gorro amarillo para poder reconocerlos. Voy camino del Piazzale Roma, el centro de comunicaciones, donde se reúnen trenes, autobuses y vehículos privados. No deja de maravillarme como a pocos metros de todo este ruido se abren callejuelas que son paraíso de los eternos románticos y los poetas que necesitan inspiración. Una inspiración que a mi, personalmente me rompe el famoso Puente de Calatrava, un esqueleto de acero que desluce en una ciudad tan evocadora como Venecia. No quiero seguir mirando mucho más hacia atrás y por eso, sin despedirme de ese puente futurista, pongo rumbo a la estación para dejar de soñar en pasado y comenzar a hacerlo en futuro. Pues sé que aquí regresaré. |
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Reportaje publicado en nuestra edición número 16, de mayo 2010. http://www.los32rumbos.com Todos los derechos reservados. |
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