Los 32 rumbos - revista on line de viajes
VERSIÓN PARA IMPRIMIR
Grandes destinos / Cuba
Cayo Santa María
Excelencia del caribe cubano
Abocados a ser en un futuro cercano un destino turístico de lujo en Cuba por la excelencia de sus playas y fondos marinos, sus prístinas aguas y su maravilloso entorno natural, los Cayos Santa María y Ensenachos forman parte de una extensa área considerada Refugio de fauna y especies vegetales. Viajamos hasta ellos en un trayecto por tierra que nos descubrirá pequeños pueblos llenos de encanto.
Texto: Patricia Hervías Fotos: Josep Guijarro
Un viejo autobús es compañero de mi periplo por las ciudades y los pueblos de este país caribeño mitad descubierto, mitad por descubrir. Para mi resulta complejo entender el modo de vida de los habitantes de esta isla, que rinden tributo y admiración a viejas figuras como Hemingway; que explicó como nadie a los extranjeros el modo de vida cubano, o Ernesto Che Guevara, icono eterno y Universal donde los haya.
No soy amante de las idealizaciones, ni de los iconos, pero en el camino que desde La Habana ha de llevarme a mi destino final, Cayo Santa María, hallaré varias poblaciones en las que estos dos grandes personajes están omnipresentes en la memoria de las gentes.
Probablemente es mucho más sencillo tomar un avión en la capital de Cuba y aterrizar en el aeropuerto de Las Brujas, en los exóticos Cayos pero eso lo dejaré para mi regreso.

¿Daiquiri? Bien frío, gracias
El calor es sofocante pero tengo la extraña sensación de que no es tan pesado como imaginaba en principio. Mi primera parada tiene lugar muy cerca de La Habana, en el poblado de San Francisco de Paula. Allí -me han asegurado- podré ver cómo vivió en Cuba Ernest Hemingway. En 1939 el escritor alquiló aquí una casa de campo, la denominada finca La Vigía, en lo alto de una colina desde la que se divisa La Habana. Le gustó tanto el lugar que, un año más tarde, compró la vivienda y la propiedad hasta los sesenta.
Después de pagar la correspondiente entrada a una malhumorada señora sentada en la entrada, en una silla de plástico, camino por lo que ha venido a denominarse Museo de Hemingway. Esta arbolada finca contiene la vivienda que permanece exactamente igual que el día que se marchó el escritor. Desgraciadamente, no puedo entrar a su interior porque las autoridades temen que alguien pueda robar algún detalle original. Tengo que conformarme con mirar desde las ventanas y las puertas. Me llaman la atención las muchas cabezas de animales disecados que cuelgan de las paredes de un gran salón, o un gramófono, que quizás aún podría seguir funcionando. Pero lo mejor es pasear por el jardín y encontrar para sorpresa de propios y extraños, un curioso cementerio canino, o el bote de pesca que usaba en sus aventuras marinas. A los cinéfilos, amantes de las historias curiosas, les encantará saber que en la piscina de esta finca se bañó una vez Ava Gadner desnuda.
Con el calor como compañero, casi me apetece tomarme uno de los daiquiris que tan famosos hizo el escritor en el Floridita, pero mis pasos, en este caso los de las ruedas del bus, me llevan hasta Cojímar. No serán más de siete kilómetros los que me separen de este pintoresco pueblo que un día obtuvo fama mundial.

El viejo y el Mar
Posiblemente, este tranquilo pueblito aún guarda mucho de sus historias pesqueras y aventureras de Hemingway, ya que fue fuente de inspiración para su novela El viejo y el mar. Mientras me adentro entre sus callejuelas, imagino sus casas y grandes caserones en la época que Cuba fue lugar de descanso para los adinerados que buscaban tranquilidad, mientras los escritores encontraban inspiración en aquellas barcas pesqueras arribando de la mar con las capturas más curiosas, entre las que tiburones y todo tipo de pescados se encontraban como sus bienes más preciados.
El lugar se pone de moda a mediados del siglo XIX, cuando la burguesía criolla cambia sus costumbres veraniegas para ahora reunirse en las costas. Y fue Cojímar una de las más famosas, ya que poseía riquezas conocidas por sus aguas mineromedicinales, que desde principios del siglo pasado se descubrieron por la población haciendo su playa, aún si cabe, más popular.
Su historia fue curiosa, ya que mediante una colecta se construyó una carretera que enlazó la villa de Guanabacoa con Cojímar, para poder ir a veranear. Más tarde se construyeron baños para familias blancas y personas de color separados. Luego una ermita católica, bajo advocación de Nuestra Señora del Monte del Carmelo, en 1879, motivando así a que todas esas familias acomodadas de Guanabacoa, construyeran sus casas para veranear en Cojímar y también que se edificaran hoteles en el pueblo, lo que leconvirtió en afamado balneario, condición que mantuvo hasta mediados de la década de los cuarenta.
Descubriendo los rincones de esta curiosa pedanía, me encuentro frente a parte viva de la historia de esta villa. El restaurante La Terraza de Cojímar encierra los secretos de uno de sus visitantes más ilustres Hemingway, y por eso estoy aquí, he venido para seguir los pasos de este conocido escritor.
Envuelto en un fascinante entorno y con todo el encanto de épocas pasadas, el lugar se encuentra a orillas de las aguas del Mar Caribe. Su historia habla de que abrió por primera vez en 1925, con un nombre diferente al que conocemos ahora. Pasados los años se convirtió en fonda para pescadores y transeúntes, hasta que se transformó en lo que es en la actualidad y que, además, gracias al respaldo involuntario de Ernest Hemingway, es popular en todo el mundo. Me decido finalmente a pasar a su interior y ya dentro, las fotografías de un pasado quizás mejor, inundan las paredes del lugar casi respaldando las míticas historias que delante de una copa de ron se contaban e inspiraban al escritor norteamericano.
Me despido, después de un rico almuerzo a base de pescado de este mítico lugar y tomo mi transporte en la plaza dedicada al novelista y Premio Nobel para continuar mi camino hacia una de las poblaciones más bonitas que encontré en mi camino hacia el paraíso, Remedios.

Un remanso de paz
A unos 60 Km. de mi destino final topo con la octava ciudad fundada por los colonizadores españoles en el siglo XVI, Remedios. No hay mucha gente en las calles porque el Sol está en su punto más álgido y castiga con fuerza. La tranquilidad hace que pueda pasear tomando como punto de partida la plaza José Martí, conocida anteriormente como Parroquial y de Isabel II, respectivamente. La flanquean bellos flamboyanes y casas de estética colonial, con grandes portales en forma de corredor, amplios ventanales y grandes aleros, que nos permiten rodear la plaza casi al completo en un día lluvioso, sin mojarnos o, lo que es mejor ahora, sin que la inclemente fuerza del Sol incida directamente sobre nosotros.
Sus calles son irregulares y me llaman poderosamente la atención. Por ello decido internarme en ellas y pasear e interactuar con sus moradores. Converso con unos minutos con un hombre que me pregunta de dónde soy. Al revelarle mi procedencia me cuenta que parte de su familia reside en España, o como él dijo, en La Madre Patria. Comentamos cosas banales sobre la vida, hasta que me invitó a entrar dentro de la iglesia. Allí me indicó que encontraría una curiosa imagen de la virgen.
Se despidió de mí tan lentamente que casi parecía una película a cámara lenta, y yo me dirigí a la iglesia de San Juan Bautista buscando esa imagen. Mi sorpresa fue mayúscula al encontrar que la figura de la Inmaculada Concepción que me señaló, estaba embarazada. Me despertó de esa ensoñación un trueno, parece que llega una de esas tormentas tropicales. Aprovecho para salir de la iglesia y continuar mi camino. Me espera, ahora sí, una de las figuras más representativas de este singular país: El Che.

Hasta la victoria siempre
Si fuéramos capaces de unirnos, qué hermoso y que cercano seria el futuro”. Y esta frase, aunque poco conocida, es una de las muchas que Ernesto Che Guevara pronunció durante su vida revolucionaria y de lucha.
Han sido varias horas de recorrido hasta llegar a un singular monumento erigido en la localidad de Santa Clara. Desconocido para muchos de los que van en tours convencionales, esta ciudad se encuentra a 270 Km. de La Habana, siendo un lugar sereno. Y, ¿por qué Santa Clara?
La historia que tiene el Che con esta población es significativa, ya que a finales de diciembre de 1958, se dirigía desde Sierra Maestra hasta La Habana. Batista decidió enviar un tren blindado cargado de refuerzos hacia Santa Clara para frenar el camino de los rebeldes. Enterados de la situación, los revolucionarios levantaron las vías e hicieron descarrilar el tren. Poco después, se rendía la defensa de la ciudad. Doce horas más tarde de la toma de Santa Clara, Batista huía del país y comenzaba el régimen político que sigue vigente hoy. De ahí que en los 80 se construyera un mausoleo en memoria del revolucionario argentino y sus compañeros.
Entro en el interior del museo para conocer cuáles son las pertenencias que allí se guardan y son muchos efectos personales tales como ropa, cartas, diarios, fotografías, hasta las jeringuillas... (no olvidemos que Guevara era médico). Y en una sala aparte, con la luz atenuada, allí, se encuentra su tumba junto con la del resto de sus compañeros.
Ya no hay más paradas hasta mi destino final: Cayo Santa María, mi oasis propiamente dicho. Allá atrás dejo la gran estatua del guerrillero con su “Hasta la victoria siempre”.

Cayo Santa María, un Paraíso
Son cientos los cayitos que hay frente a la costa del norte de la provincia de Villa Clara, donde me encuentro. El paisaje va cambiando según me acerco y presagian sol, arenas blancas y transparentes aguas azules. Son tres los cayos más importantes, Las brujas, Ensanachos y Santa María. Y todos ellos están unidos por una gran carretera de 48 kilómetros llamada El Pedraplén. Su construcción nada tuvo que ver con lo que se hizo en Varadero, ya que se intentó preservar en mayor medida que no hubiera tanto impacto medioambiental.
Llego a mi paraíso personal, en la puerta del Barceló Cayo María encuentro la entrada al descanso y la buena cocina. Por ello, cuando dejo todas mis cosas en la habitación, salgo a pasear por aquellas largas playas provistas de arena blanca que se confunden con el horizonte. Para disfrutar de las últimas horas de sol antes de partir a la mañana siguiente.
De regreso a La Habana, tomo finalmente un avión y mientras va tomando altura, miro embobada el diseño caprichoso de los cayos. Pequeñas islas que salpican el mar Caribe, de color azul intenso y el verde que las puebla. Me despido mentalmente, haciendo una muesca en mi cuaderno de viaje, en él reza: “Pendiente de disfrutar”.


Reportaje publicado en nuestra edición número 20, de Noviembre 2011. http://www.los32rumbos.com
Todos los derechos reservados.