Los 32 rumbos - revista on line de viajes
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Grandes destinos / Canadá
Toronto
Una ciudad de cuatro estaciones
Con la llegada del buen tiempo, la capital de Ontario se transforma. El blanco que preside sus inviernos se cambia por el verde de sus jardines, comienzan a salir las flores y brilla el azul en las aguas del lago. Las calles y plazas de Toronto se llenan de gente que conversa, pasea en bici o toma cerveza en alguna de sus animadas terrazas. Exploramos esta metrópoli canadiense que presume de ser una ciudad sin tensiones y estres.
Texto: Josep Guijarro Fotos: Josep Guijarro
Resulta imposible no verla. La CN Tour es el edificio más alto de Toronto, una gigantesca antena de telecomunicaciones considerada por la Sociedad Americana de Ingenieros Civiles como una de las Siete Maravillas del Mundo moderno. Y no les falta razón. Su construcción fue un auténtico desafío para los ingenieros y arquitectos que la proyectaron en los setenta, pues debía ser capaz de soportar un terremoto de más de ocho grados, así como vientos que alcancen los 420 Km./h. A medida que me aproximo hasta ella voy tomando consciencia de sus increibles proporciones. Su antena parece querer rascar la Luna que, prematuramente, ha hecho acto de aparición en el cielo azul del atardecer. A sus pies me siento diminuto, y no es para menos. Sus 447 metros la convirtieron, hasta el año pasado, en la torre más alta del mundo. Ahora la superan dos, la Tokyo Sky Tree y la Torre de televisión de Cantón, que posee algo más de cien metros que la canadiense.
Me han prometido que las vistas, desde el restaurante panorámico, no defraudan. Para ello debo pasar unos estrictos controles de seguridad y tomar los ascensores que, en poco menos de un minuto, me acercan al Lookout (Plataforma de observación interior) y al restaurante 360º, respectivamente.
Y tras superar el primer impacto, generado por un suelo acristalado no apto para quienes sufren de vértigo, me sobrecogen las vistas de Lago Ontario. Sí, en realidad, más bien parece un mar porque, ni siquiera desde esta singular atalaya, soy capaz de vislumbrar la otra orilla.

Uno de los grandes lagos
Y es que el Ontario, pese a ser el menor de los Grandes Lagos posee una superficie de 18.960 Km², lo que lo hace inabarcable a mis ojos. No así el pequeño archipiélago de islas que se extiende frente a Toronto, la más grande de las cuales es Centre Island, que cuenta con una pequeña comunidad de habitantes, un aeropuerto, un club de navegación y un parque de atracciones. Frente a sus costas se fundó la ciudad en 1792. Antes, sin embargo, tanto ingleses como franceses habían creado una serie de postas comerciales; el Fuerte Osewo, en 1722 y el llamado Fuerte Rouillé, que data de 1750. De esos puestos de pieles no queda nada, ni el nombre, pero fueron el germen de Toronto, una voz que, en lengua nativa, significa “punto de encuentro”. Y doy fe que lo es. Según la ONU, esta ciudad de poco más de cinco millones y medio de habitantes ostenta el récord de poseer la mayor cantidad de etnias del mundo. En sus calles se hablan todos los días 86 idiomas distintos. Casi nada.
Y mientras degusto mi primer salmón de Canadá (es una de las exquisiteces gastronómicas que no puedes dejar de probar) en el restaurante 360º de la CN Tour, me sorprende constatar como han crecido los edificios del Downtown, empequeñeciendo los barrios de casas victorianas. Tendré que bajar de las nubes para explorarlos... Y mucho me temo que será un placer.

Paseando por el downtown
Las seis horas de diferencia con España hacen que abandone prematuramente el mullido edredón que cubre mi cama en el flamante The Ritz-Carlton. Este lujoso hotel abrió sus puertas en febrero de 2011 para ofrecer un nuevo nivel de confort tanto a hombres de negocios como clientes vacacionales. Se erige en pleno barrio financiero, a pocos metros del Roy Thomson Hall, una gigantesca sala de conciertos.
Son poco más de las siete y, considerando la enorme cantidad de personas que acuden a este punto de la ciudad para ir a trabajar, me sorprende la ausencia de estrés. “Los canadienses deben estar hechos de otra pasta” -barrunto para mis adentros. La otra cosa que me llama la atención es que los gigantescos rascacielos conviven con antiguas construcciones victorianas. La iglesia prebiteriana de San Andrés, en la esquina suroeste de las calles Church y Adelaida, es un ejemplo de ello. Este bello edificio de 1876 contrasta con las acristaladas oficinas que la rodean.
Subo por University Avenue hasta el Osgoode Hall, una amplia zona ajardinada donde radican los juzgados. La fachada principal mantiene su diseño original de 1860. No lejos de ahí, en la plaza Nathan Phillips, se erige el City Hall, el rascacielos donde se ubica el Ayuntamiento de Toronto, obra del arquitecto finlandés Viljo Revell. Cruzando Bay Street me doy de bruces con el viejo edificio consistorial que cumplió su centenario en septiembre de 1999. El Old City Hall -como se conoce a esta construcción- estuvo a punto de ser demolido durante la planificación del centro comercial Eaton, pero un grupo de ciudadanos y activistas, conocido como los “amigos del Old City Hall”, convencieron a las autoridades para que lo preservaran.

La Ciudad Subterránea
A dos paradas de metro de Osgoode está Queens Park. Tomar el suburbano me dará la oportunidad de conocer la ciudad subterránea. En efecto, bajo el asfalto del cosmopolita Toronto se erige una segunda ciudad. A nadie se le escapa que en estas latitudes los inviernos son muy duros, con temperaturas por debajo de los diez grados bajo cero y altos índices de humedad, por la proximidad del lago Ontario, que acusan todavía más la sensación de frío. Para paliarlo uno puede entrar en cualquier edificio rascacielos y seguir los letreros que rezan “PATH”. 27 kilómetros de pasillos unen el centro de Toronto, desde la Central Ferroviaria en Union Station hasta Yorkville, pero ojo, que no tienen nada de sórdido ni oscuro. Al contrario, el torontoniano puede hacer compras, cortarse el cabello, comer en restaurantes, visitar bancos o terminales electrónicas, etc., sin salir un momento a la calle. Adiós al frío. Increíble.

El Toronto histórico
A medida que conozco más de esta ciudad, más me fascina. En Queens Park me asalta otro edificio decimonónico: el Queen’s Park Circle. Rodeado de una coqueta zona ajardinada, con las estatuas de los fundadores de la ciudad y de la Reina Victoria de Inglaterra, se erige el edificio de la Asambléa Legislativa de Ontario.
Ya estoy cerca de Yorkville, donde radica el Michell-Lee Crystal, sede del Royal Ontario Museum. Se trata otro edificio de líneas angulares inserto en otro antiguo que constituye otra muestra de multiculturalidad de esta metrópoli. Me explico. Lleva el nombre de un chino nacido en Jamaica: Michel-Lee Chin. Este economista ganaría una beca de estudios en los 70 y, en tan sólo una década, amasaría una gran fortuna. Como Toronto le dio la oportunidad de prosperar, regaló esta construcción a la ciudad y, de paso, se exoneró de pagar algunos impuestos.
Antes de almorzar tengo previsto dirigirme a Casa Loma, un castillo construido por un excéntrico industrial entre 1911 y 1914 y que es de visita obligada. Esto me da la oportunidad de pasar frente al campus de la Universidad donde cientos de jovenes celebran su graduación. Me siento afortunado porque la fiesta llena de color los alrededores. Y es que, con la llegada del buen tiempo, Toronto cobra vida. A partir del mes de mayo, los jardines se llenan de flores multicolores y las terrazas de gentes que beben cerveza, miran partidos de Hockey sobre hielo (el deporte nacional) o corren en bici.
El estómago me advierte que es hora de comer. Lo hago en un restaurante italiano de último diseño, el Aria, frente al estadio de los Raptors de Toronto que juega en la NBA.

Yorkville Glamour
Frente a la iglesia de la Redención, cerca del edificio Crystall me espera Alfredo, mi guía en Español. Lleva viviendo 30 años en esta ciudad y presume de conocer buena parte de sus secretos. Juntos recorreremos Yorkville que, en la década de los sesenta, era el barrio hippie de Toronto. Hoy sus casas albergan tiendas de moda, restaurantes de lujo y terrazas de café frecuentadas por estrellas de Hollywood que, curiosamente, ruedan a menudo sus películas en Canadá.
Iniciamos el recorrido por Bloor St. East donde se dan cita las tiendas más exclusivas y condominios estratosféricos (tanto de precio como de altura). En lo alto del futuro Hotel Four Seasons, todavía repleto de grúas, está previsto desarrollar un ático de ¡33 millones de dólares! Ahora me explico la facilidad con la que se dejan ver los Ferraris, Bentley y Aston Martin, por estas calles. ¿Es que aquí no ha llegado la crisis?
Alfredo me recomienda que visite dos lugares pintorescos: Kensington Market y Queen Street West. Lo dejo para el día siguiente porque he reservado mesa para cenar en The Fifth Grill, un restaurante y discoteca ubicados en una antigua fábrica. De hecho, accedes a través de un vetusto montacargas que, al abrir sus puertas, deja al descubierto una tan cálida como ecléctica decoración; barra de zinc, chimenea y un piano que ofrece música en vivo.

Chinatown
Me he referido a la multiculturalidad de Toronto en varias ocasiones, de hecho, la mitad de sus habitantes ha nacido fuera de Canadá. Toronto es una ciudad muy abierta, tanto que, cuando converséis con alguien no os tomará por turistas sino por “toronteses” de raíces hispanas. Pues bien, más del 30% de la población tiene raíces orientales (chinos, vietnamitas y del sureste asiático) que acuden fundamentalmente los domingos, aunque también otros días de la semana, al Chinatown situado entre Spadina Avenue y Dundas Street. Este animado y colorista espacio nació en 1878 cuando un tal Sam Ching abrió un lavadero. Desde entonces, el barrio no ha dejado de crecer.
Tengo la impresión de estar recorriendo una pequeña Saigón con puestos de frutas, verduras y alimentos exóticos. En sus calles advierto la presencia de numerosos edificios del siglo XIX sobre los que han crecido paneles fluorescentes amarillos y rojos con caracteres en mandarín. No puedes perdértelo.

La zona Bohemia
En Spadina con Queen Street West tomo un tranvía que me acercará al Soho de la ciudad. En el hotel Gladstone me espera la simpática Betty Ann Jordan, una periodista que ha analizado el arte y el diseño del barrio bohemio de Toronto. Me cuenta que muchas casas tradicionales se han convertido en salas de exposición. Algunas son tan pequeñas que sólo ocupan un pequeño escaparate. Desde los 70, muchos artistas han recuperado grandes naves industriales convirtiéndolas en talleres. Su empuje motivó que se instalaran boutiques de moda y restaurantes a la última, como el Union o el que radica en el Drake Hotel. Hablando de restaurantes...
Mi “última cena” en Toronto tuvo lugar en el Mengrai Gourmet Thai, un restaurante tailandés de gran prestigio en la ciudad gracias, en parte, a su mediática chef Sasi. Su sana y rica gastronomía puso el broche de oro a mi estancia en este rincón del mundo, lleno de multiculturalidad y un ejemplo de integración y vida sin estrés.

Reportaje publicado en nuestra edición número 24, de Enero 2012. http://www.los32rumbos.com
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