Los 32 rumbos - revista on line de viajes
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Destinos inquietantes / Chequia
Praga
La ciudad mágica de Europa
Situada en pleno centro de Europa, la ciudad de Praga se distingue por sus grandes historias repletas de luces y sombras, de misterio y leyendas que la dotan de un misterioso halo místico que sólo el visitante podrá descubrir.
Texto: Patricia Hervías Fotos: Josep Guijarro
La noche va tomando forma en las calles de Praga. La ciudad va transformándose lentamente en un espectáculo en el que la alquimia forma parte de todos y cada uno de los rincones que la niebla, casi imperceptible, empieza a envolver, como si de una cortina semitransparente se tratara. Pocas son las almas que deciden quedarse entre ellas temiendo verse abrazados por el misterio que desprenden los años y secretos de esta bella ciudad centroeuropea.
Los enigmas de Praga cobran vida cuando las góticas cúpulas y altivas torres pierden el favor del astro sol e intentan despertar de su somnoliento sueño. Ahora, son las almas más inquietas, tanto la de los turistas accidentales como las de los viajeros experimentados, las que recorrerán una ciudad diferente. Retendrán en su retina y en sus cámaras de fotos espacios mágicos que no estarán contaminados por el paso innegable del día a día, y de un lugar a otro, nos llevarán a intentar descifrar el secreto de la belleza de la capital de la República Checa.
Al llegar a esta ciudad desconocida nos recorrerá un sentimiento cultural inmenso, donde la literatura, la historia y la música, nos acompañarán en casi todo nuestro recorrido. La “capital mágica de Europa”, en palabras de André Bretón, nos transportará hasta la cima de un éxtasis romántico que puede hacernos sentir más de lo que probablemente nuestra alma mortal sea capaz de retener.

Flotar sobre Malá Strana
La noche se ha hecho dueña de sus arterias vitales, y la ciudad ha cobrado un nuevo tono. Uno que se siente disparejo dependiendo de la “pequeña villa” en la que te encuentres, pues Praga es muchas en una misma y guarda enigmas para los ojos que quieran ver.
Ligeros, mis pies se escapan como una liviana sombra hacia el Malá Strana, la parte pequeña, que se extiende a lo largo de la orilla occidental del espectral río Moldava, bajo la colina del Hrad. Allí, una pequeña villa toma forma: “Hay en este barrio un aire siniestro como en ningún otro lugar del mundo. Nunca está claro y nunca está totalmente de noche” dejó escrito Gustav Meyrink, que pensaba exactamente lo mismo que yo cuando miró, iluminado por las anaranjadas luces, el Castillo de Praga. Éste se eleva majestuoso sobre un monte que domina la Ciudad Vieja desde el otro lado del río. El gradual ascenso hacia él, lo realizo por la calle Nerudova hasta los pies del castillo. Puedes hacerlo también en tranvía. Esta calle es una de las más conocidas de Praga, pues lleva el nombre del poeta y escritor Jan Neruda y de quién el conocido premio Nobel chileno Ricardo Elicer Neftalí Reyes Basualdo tomó el pseudónimo de Pablo Neruda. A los lados de la vía, existen dos bellos edificios palaciegos, con sus atlantes moros en un caso y la otra con una portada decorada con águilas. En la otra parte, está la iglesia de la Virgen María de los Teatinos, para la que Guarino Guarini propuso un proyecto en el siglo XVII que nunca se llegó a finalizar.
Soy algo parecido a un fantasma que se escabulle y mira anonadado la espectral iluminación que baña la fortaleza. Entre sus gruesos muros están grabadas historias que se recuperan entre destellos y oscuridades, escondidas entre los siglos. Esto hace que sea especialmente mágico encontrarse con una bella callejuela que bordea la muralla de la fortificación: el Callejón de Oro.
En esta vía el Rey Rodolfo II instaló, en el siglo XVI, a los alquimistas que trataban de descubrir la forma de convertir los metales en oro y el secreto de la vida eterna. Gracias a éste, cautivado por la investigación y la creación artística, la corte se llenó de astrólogos, alquimistas, eruditos y artistas haciendo que la ciudad se convirtiera en una de las capitales europeas de la ciencia y de la cultura. Hoy, ha llegado a nuestros oídos, que su corte se llegó a reunir a más de doscientos alquimistas, entre quienes destacó Bavor Rodovsky, autor de cuatro tratados que son clásicos de la literatura sobre los secretos de la alquimia. Rodovsky nunca descubrió la fórmula para hacer oro, pero sí nos dejó la receta del aqua vitae: “Mezcla salvia, jengibre, canela, pimienta negra, ajenjo, nuez moscada, pasas, anís, azúcar, enebro y cáscara de naranja. Conviértelos en polvo y mézclalos con miel y aguardiente. Tras treinta días de reposo, destílalo”. Y después, esto será el agua de la vida.
Pero el nombre de esta bella calle fue dado cuando, siglos después, se asentaron en la calle los orfebres. Hoy, los extranjeros buscan sobre todo el número 22, donde vivió el omnipresente Franz Kafka.

Bajando hacia la Ciudad Vieja
Tanto poder tuvieron los alquimistas y astrólogos en la corte, que el famoso Puente de Carlos, quizá el espacio con más turistas por metro cuadrado de Europa, fue construido según cuenta la tradición, al mezclarse huevos con argamasa para que fuese más sólido. Otros dicen que fue porque la primera piedra fue colocada un 9 de julio, día de la conjunción de Saturno con el Sol, fecha favorable según los astrólogos de la corte.
Me han dicho que he de tener cuidado cuando llegue al él, para cruzar al Staré Mesto, Ciudad Vieja, no sea que las estatuas se hayan bajado de su pedestal y estén hablando entre ellas. Me muevo sigilosamente, consigo llegar casi al principio de la calle Mostecka sin hacer ruido, pero probablemente algo me ha delatado no logro ver a ninguna de ellas fuera de su lugar. Quizás sea porque nunca están solas y no pueden relajarse. Es un halo nigromante el que lo envuelve, ayudando a las dos ciudades a unirse, dada la brecha que el Moldava realiza en sus entrañas. Antes de que este puente fuera una realidad, hubo otro, el de Judith, que fue de madera. Y que, literalmente, fue arrancado por las tumultuosas aguas del río que separa las dos ciudades. Más tarde Carlos IV, el gran constructor, afrontó entonces una nueva obra a la que llamó Puente de Piedra, fue más tarde cuando se le cambió el nombre. Se apoya sobre dieciséis enormes pilares de gres que cortan la corriente y que a su vez están protegidos por maderos que impiden que el hielo en invierno golpee contra ellos.

En Staré Mesto
La noche continúa avanzando lentamente y consigo escurrirme entre las callejuelas de la vieja Praga que enseña orgullosa su estirpe medieval. La ciudad, Patrimonio de la UNESCO, fue profetizada por una princesa eslava, Libuse, que ya supo que existiría un lugar que sería conocido en todo el mundo y que su estrella sería increíble. Camino hacia el núcleo originario de la Ciudad Vieja, llegando a la plaza del Ayuntamiento. En este magnífico enclave podremos deleitarnos con siglos de historia a través de mil guiños arquitectónicos. La historia de Bohemia está marcada a fuego en sus piedras, una armonía fantástica que se compone de estilos muy diferentes entre sí. Y aún a pesar de parecer extravagantemente inconexa, tiene una fantástica limpidez si se realiza una visión global que finalmente se traduce en una magia que desprende como energía pura que te atrapa sin saber cómo.
Miro el reloj situado en esta ecléctica plaza, estaría a punto de sonar si fuera hora en punto, lo hace de nueve de la mañana a nueve de la noche, entre edificios góticos, renacentistas y reúne siempre la atención de numerosos turistas... Una bella máquina llena de color y movimiento que esconde entre sus agujas más que una serie de números. Esta esotérica máquina astronómica llamada Staromestská Radanice fue construida por Mikulás de Kadan en 1410 y perfeccionada ochenta años más tarde por Hanus de Ruze, famoso astrónomo de la Universidad de Praga. Es extremadamente compleja, ya que consta de un doble cuadrante situado en un tabernáculo del gótico tardío, de una belleza incomparable: destaca el arcángel Miguel junto al Juicio Universal; el águila, símbolo de Juan Evangelista y del Apocalipsis; el mono, que en los bestiarios de la Edad Media tardía está vinculado a los equinoccios. En el cuadrante inferior las pinturas de Josef Mánes que representan en la parte interna los signos del zodíaco y, en el exterior, los meses con sus respectivas actividades agrícolas, según la tradición de los calendarios ilustrados. En cuadrante superior posee diferentes colores que indican el día y la noche, el amanecer y el anochecer y allí se mueven las aguijas con los símbolos del sol, la luna y las estrellas. La manecilla que tiene el sol indica la hora, según la partición actual o la tradición Bohemia, en otras palabras, las horas que han pasado desde la salida del sol; su brazo lunar se mueve en un disco excéntrico móvil con los símbolos del zodíaco. Coronan la compleja estructura ocho figuras alegóricas, donde aparecen los vícios, los temores, lo humano, lo divino, la vanidad, la codicia, la muerte y la lujuria, un filósofo, un ángel, un astrónomo y un cronista. Un compendio de conocimiento, en suma.
La noche se acerca a su fin y me evado hacia la parte norte de la Ciudad Vieja: al barrio judío. Antaño ocupaba casi todo el norte de la ciudad, pero en la actualidad apenas queda nada de él. Sus orígenes están también envueltos por el misterio. No sabemos cuándo los judíos llegaron exactamente a Praga, ni cuántos fueron. Lo cierto es que en el trascurso del siglo XII, se formaron aquí dos núcleos importantes de población judía, su impronta queda viva en una curiosa la leyenda que nos cuenta como el Rabbi Judah Loew el Maharal logró crear un golem (una figura de barro dotada de vida) para defender el gueto de Praga de los ataques antisemitas, así como para atender el mantenimiento de la sinagoga. Según esta historia, este ser podría estar hecho de la arcilla de los bancos del río y en su boca se introdujo un papel con el nombre secreto de Dios. A la vez que el tiempo pasaba, el engendro creció más y desarrolló una mentalidad asesina. Por ello se le pidió al rabino que la violencia en contra de los Judíos pararía si el Golem era destruido. Accedió y se dice que los restos son guardado un ataúd en el ático del Altneuschul en Praga, y puede ser devuelto a la vida de nuevo si es necesario.
En sus inicios, este barrio se extendía detrás de la iglesia de San Nicolás (plaza de la Ciudad Vieja) y lo que hoy se puede visitar son los  huellas que subsisten. Son las sinagogas y el cementerio, no obstante, el núcleo del barrio es uno de los hitos turísticos de Praga. Las sinagogas, que otrora fueran las dominantes del paisaje del barrio, hoy parecen esconderse entre las grandes y ostentosamente decoradas moles de principios del siglo XX.
Pero con todo ello, el barrio judío de Praga representa el único complejo de monumentos históricos judíos en Europa central. A pesar de que el trazo original del barrio, con su sobrepoblado ghetto formado por una madeja de calles y callejuelas, apretados edificios, patios y portales, se perdió como consecuencia de las obras de reconstrucción ejecutadas a principios del siglo XX en el centro de Praga, la comunidad judía pudo salvaguardar al menos parte de los edificios más preciados y su fantasmagórico cementerio. Éste cobra una extraña magnitud cuando los primeras luces del alba comienzan a posarse sobre la niebla, ahora matutina. Las enmarañadas lápidas se apilan las unas sobre la s otras como pidiendo permiso para sobrevivir, y el inquietante silencio que ocupa toda la estancia se ve triplicado por la soledad de momento. Ya es la hora, el sol comienza a salir y yo regreso al lugar del que hoy no debí salir. Entro en mi tumba y cierro los ojos… hay ya demasiada luz


Reportaje publicado en nuestra edición número 25, de Enero 2012. http://www.los32rumbos.com
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