Los 32 rumbos - revista on line de viajes
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Nuevas Rutas / Azerbaiyán
Atropatene
La tierra del fuego
Azerbaiyán es una joven república caucásica de acusados contrastes, tanto en lo económico, como en lo paisajístico. El lujo de Bakú, su capital política y administrativa, es fruto de sus recursos naturales, del petróleo, y contrasta con el resto del territorio que, si bien presume de paisajes asombrosos y un patrimonio histórico excepcional, carece de infraestructuras turísticas. Exploramos un destino virgen, la tierra del fuego.
Texto: Josep Guijarro Fotos: Josep Guijarro
Cuatro cipreses y dos olivos llenos de polvo malviven frente al Templo del fuego en Atashgah, a 17 Km. de la capital de Azerbaiyán. Este lugar santo del zoroastrismo, una religión monoteísta que nació alrededor del 1600 a. C. en la región noroeste de Irán (Persia) gracias al profeta Zaratustra (Zoroastro), rendía culto al fuego, por considerarlo la expresión de la luz, dentro del concepto dualista del Bien y el Mal, la Luz y las Tinieblas.
La estructura que visito ahora fue construida a partir del siglo XVII, cuando los peregrinos empezaron a pagar a las autoridades locales para que les permitieran construir lugares donde rezar y dormir. El templo se erige en medio de una zona saturada de gas natural y aceite que prende de forma espontánea haciendo erupción desde el suelo. Puedo imaginar la fascinación que este fenómeno causó en los primeros peregrinos que, aún hoy, vienen a esta joven república para adorar al elemento fuego. Muchos de ellos visitan también la Yanar Dag (montaña de fuego) una fogata eterna que se escenifica en un colina ardiente, con llamas de hasta tres metros de altura, en una pared de 200 metros de largo.
Dicen los geólogos que se trata de un volcán de lodo, una forma menor del relieve formada por un cráter y  un cono volcánico de poca altura cuyo origen no está relacionado con las verdaderas formaciones volcánicas. El fenómeno se produce por el gas que se filtra del subsuelo a través de la porosa roca arenisca y es un indicador de las reservas petróleo y gas metano depositadas bajo la superficie. Por esa razón, los persas bautizaron Azerbaiyán como Atropatene, la tierra del fuego.

La Ciudad Negra
Azerbaiyán, justo es decirlo, posee la mayor concentración de hidrocarburos del planeta. Aquí forjaron su fortuna los Rothschild en 1886. Hasta finales del siglo XIX, el petróleo americano dominaba el mercado mundial, y además, estaba controlado por una sola empresa: La Standard Oil del magnate John David Rockefeller. Pero entonces entró en escena Bakú que, gracias a los métodos de extracción de Ludwig y Robert Nobel (hermanos de Alfred, el fundador de los premios) multiplicaron la producción de los 600.000 barriles de 1873, a los 10,8 millones de barriles anuales, sólo una década más tarde. La intervención de los Nobel cambió la ciudad. A principios de 1880 había casi 200 refinerías, y la actual capital de Azerbaiyán era conocida como “la ciudad negra”. La producción llegó a superar durante un tiempo a la estadounidense, fue entonces cuando llegaron las inversiones de los Rotchschild cuya iniciativa obligó a la Standard Oil a asociarse con los distribuidores locales más importantes.
Hoy los campos petrolíferos dibujan un paisaje peculiar en los alrededores de Bakú, un paisaje que ha sido reflejado, incluso, en la gran pantalla gracias a uno de los episodios de la saga James Bond, el agente 007, titulado The World Is Not Enough. Merece la pena que te dejes caer por este campo petrolífero, muy próximo a Shikhov Beach para que te pongas por unos minutos en la piel de Pierce Brosnan en busca de Electra.

Bakú: expansión desmedida
El olor del petróleo –ya lo avanzo- es perceptible desde la llegada al aeropuerto. Los azeríes viven obsesionados por la calidad del aire, y eso que Bakú significa “azotada por los vientos”. La capital ha sufrido un crecimiento desmedido debido a la bonanza económica que otorgan los petrodólares. Es inevitable ver grúas por todas partes que erigen torres, edificios públicos y viviendas de nueva construcción, caracterizadas por una arquitectura que entronca con las Bellas Artes. Las calles, fuera de la ciudad vieja obedecen una planificación cuadriculada que se alzan hacia la parte más alta de las colinas que delimitan la bahía de Bakú. Sorprenden, en este sentido, las tres modernas torres acristaladas frente al Parlamento, justo delante del Cementerio de los Mártires, de obligada visita. Y es que aquí reposan los restos de 137 personas que murieron entre el 19 y 20 de enero de 1990, cuando los tanques y tropas soviéticas tomaron las calles de la ciudad. También están enterrados en este lugar algunos de los jóvenes que perdieron la vida en la guerra contra Armenia.
Esta es otra de las obsesiones azeríes: la recuperación de la región de Nagorno Karabaj, autoproclamada república independiente desde 1991, aunque no está reconocida por ningún estado miembro de las Naciones Unidas y que se encuentra, de facto, bajo control del ejército armenio.

La ciudad antigua
Cuando salgo del camposanto me sobresalta la llegada de varios autobuses con hombres y mujeres enlutados que portan en la mano rosas rojas para depositar en las tumbas. Mi guía me hace señas de que no haga fotos y respeto su voluntad.
Después me dirigiré a la Ciudad Vieja, una visita que puede ocuparte toda la mañana. Empecé por el Palacio de los Shirvanshahs, que figura desde el año 2000 como Patrimonio de la UNESCO.
Se cree que el edificio es un complejo memorial construido alrededor de un lugar sagrado de veneración y una tumba de Seyyid Yahya Bakuvi, un santo sufí. Después visitaré la Qiz Qalasi (Torre de la doncella) que es el icono de la ciudad. Se trata de un edificio de casi 30 metros de altura cuya antigüedad es un misterio. Algunas fuentes la sitúan en torno a los siglos VII a. C. y otros hablan del siglo XII. Debe su nombre a una leyenda, según la cual, una doncella se habría arrojado al Caspio desde lo alto al ver a su amado alejarse. Y es que, originariamente, esta construcción sasánida estaba junto al mar pero, a principios del siglo XX, se dragó una parte para construir una transitada carretera y algunos jardines públicos. Sus ocho pisos albergan un museo así como varias tiendas de souvenirs. Desde la terraza superior puedes disfrutar de una buena vista de la bahía, del casco histórico y, también, de la ciudad alta.
Va siendo hora de comer. Los azeríes no tienen costumbre de comer fuera de casa y, cuando lo hacen, para celebrar algún acontecimiento especial, reservan una parte del restaurante o su totalidad. Esto hace que la mayoría de establecimientos tenga una estructura peculiar, con reservados y compartimentos a los que no estamos muy acostumbrados. En cuanto a la gastronomía, hay que hacer notar que la comida más típica son los kebabs de cordero, aunque antes del mismo acostúmbrate a ver pepino, berengena, eneldo y queso que está presente en todos los entrantes junto al té y la compota que son las bebidas que acompañan los ágapes. Olvídate del cerdo. Azerbaiyán es un país musulmán aunque tan abierto como Turquía, por lo que las mujeres visten occidentalizadas, ir maquilladas y calzar tacones.
Por la tarde no me resisto a pasear por el paseo marítimo y el boulevard que concentra la zona comercial. En Bakú han aterrizado las grandes firmas internacionales que, al son de la riqueza que se percibe en la ciudad, han abierto tiendas espectaculares como sus precios y que contrastan con los de los mercados tradicionales.

Tierra de contrastes
Al día siguiente pondré rumbo al norte. Me llama la atención la ausencia de señalizaciones y la forma de conducir de los azeríes. No te sorprenda ver giros prohibidos o vehículos en dirección contraria. Parece que todo está permitido... salvo para los visitantes. Hay frecuentes controles con “mordidas”. Aunque las autoridades tratan de evitarlas es más que evidente que siguen produciéndose.
He tomado la carretera de Baku a Shamaki. El paisaje que me rodea es muy árido, con colinas onduladas. Parece que estoy en Marte.
Efectuamos una parada cerca de Maraza donde se erige el mausoleo de Diri Baba, una construcción rodeada de una aureola de misterio. Aquí fue enterrado un santo sufí en 1402 y su cuerpo permanece incorrupto. Esta circunstancia atrajo, a partir del siglo VII, a numerosos peregrinos que aseguran que pernoctar allí tiene efectos milagrosos sobre el comportamiento.
Nuestra próxima parada es Lahij, una pintoresca población de la región de Ismayilli en las laderas del Gran Cáucaso. El paisaje cambia del ocre al verde y asoman, por fin, las cumbres nevadas de las montañas. El contraste es muy fuerte, un regalo para la vista. La dificultad de la ruta, sin embargo, nos obliga a cambiar de vehículo. Así conozco a Ayuverdi.

Un pueblo atrapado en el tiempo
Ayuverdi es un hombre corpulento y de facciones rudas. Intimida apenas verlo. Mientras conduce su “autobús” camino a Lahij, observo ensimismado los números que lleva tatuados en los nudillos de su mano. ¿Qué significan? –Le pregunto en español. Sus labios, escondidos bajo un poblado bigote cano, dibujan una tímida sonrisa. Baba –Responde en azerí mientras suelta el volante y balancea los brazos como si acunara a un niño. Creo entender que es el año de nacimiento de su hijo que, precisamente, va sentado a mi lado en el primer asiento de la vieja Mercedes Benz que utilizan como autobús de “línea”, aunque eso sí, está reluciente como si se hubiera conservado en un museo de automóviles clásicos. El joven, que hoy tiene 23 años, hace dos veces al día el trayecto con su padre. Invierten alrededor de 45 minutos en una ruta que discurre por un camino estrecho, empedrado a ratos y entre pronunciados barrancos.
Lahij es un pueblo con una sola calle principal situado en la provincia de Ismaylli, en la ladera sur de la Cordillera de Gran Cáucaso y a una altura de 1.211 metros. Es uno de los asentamientos más antiguos de la República de Azerbaiyán. Su milenario acantarillado y sus calles empedradas así lo atestiguan. Los edificios de viviendas antiguas no han cambiado durante los últimos siglos. Las plantas bajas de las casas construidas en la calle principal siguen empleándose como talleres y comercios; joyeros, herreros, curtidores y fabricantes de alfombras se dividen el protagonismo en este espacio donde el tiempo parece haberse detenido. Distraigo la mirada en los comercios artesanales y, después, trato de percibir la vida que me envuelve. Me asomo a los patios donde veo a las mujeres recogiendo agua con sus jujums (unos recipientes de metal). Un hombre a caballo cruza un puente que no soporta el peso de vehículos... es la vida de las montañas, de pueblos cuya esperanza económica radica en el turismo rural y los deportes de aventura. Pero aún hay mucho por hacer.

Los gigantes de Shaki
Tras un frugal almuerzo a base de cordero pongo rumbo a Shaki que -lo confieso- es una de las localidades azerbaiyanas que más me sorprendió. Y no tanto porque fuera una de los centros políticos y económicos más importantes antes de la invasión árabe, ni por ser un emplazamiento clave en la Ruta de la Seda, ni siquiera por alberguar el espectacular Palacio de los Khans, con sus llamativas vidrieras multicolores y azulejospolicromados sino por la pequeña iglesia de Kish (o Kiç en azerí). Se trata de un templo de arquitectura albanesa en el Cáucaso, que se erige en lo alto de un promontorio, a las afueras de la localidad. Para llegar hasta el templo utilizo un destartalado taxi, un viejo Lada de fabricación rusa, pues la pendiente es extraordinaria y el equipo pesa lo suyo. Allí me recibe Ilhama Huseyinova, directora del Museo etnográfico que logra sorprenderme al explicar que, desde el 2000, el gobierno noruego financia una investigación arqueológica encaminada a demostrar que sus ancestros nacieron en Azerbaiyán.
El célebre antropólogo Thor Heyerdalh –me explica- visitó Azerbaiyán en 1999 y halló una increíble semejanza entre los barcos esculpidos en los petroglifos de Gobustán y las embarcaciones vikingas. Según su investigación –continúa- esta fue la cuna de Odín, quien emigró hacia escandinavia por el Cáucaso, camino del Mar Negro, atravesando Sajonia, Odense en Fionia, la antigua Sigtuna (Dinamarca) para establecerse finalmente en Suecia. Una migración –concluye-, de 31 generaciones.”
En efecto, Heyerdalh pretendía escenificar un relato del historiador sueco del siglo XIII, Snorri Sturluson, que versa sobre el origen de las dinastías reales y los dioses precristianos nórdicos. En ella describe al dios Odín y algunos otros dioses nórdicos como si hubieran sido personas reales, que emigraron de zonas colindantes al río Don de una tierra que recibía el nombre de Æsir.
-Pero los azeríes –le objeto a la directora- no tenéis ningún parecido con los nórdicos.
Te equivocas –me interrumpe-. La etnia azerí es rubia, tiene los ojos azules y es de constitución alta. De hecho, Heyerdalh encontró en esta iglesia la conexión al hallar en una cripta del siglo I, los esqueletos de seres humanos con 2,30 metros de altura”.
A continuación me invita al interior y abre una compuerta desde la que advierto a cierta profundidad la presencia de los restos humanos. ¿Seres de más de dos metros de altura? ¿Los hijos de los dioses? Increíble.

Los petroglifos de Gobustán
Sumamente intrigado pongo rumbo a Gobustán, un yacimiento que es patrimonio de la UNESCO. Quiero ver con mis propios ojos las embarcaciones que Heyerdalh relacionó con los barcos de juncos vikingos.
La Reserva estatal de Gobustán se extiende a 64 Km. de Bakú, en medio de un paisaje árido dotado de grandes piedras y cavidades. Se localizan allí más de 600.000 petroglifos que representan hombres primitivos, danzas rituales, chamanes, animales, escenas de caza y los misteriosos barcos de remeros que sirvieron de punto de partida a los descubrimientos de Heyerdalh.
El yacimiento es muy diferente hoy a cuando estuvo habitado por los presuntos “dioses escandinavos”. El nivel del mar Caspio, por ejemplo, estaba 80 metros por encima del actual, convirtiendo el enclave en un poblado costero.
Apocos metros de la entrada empiezo a ver los grabados y detecto el primero el primero de los barcos con la típica proa curvada y rematada por un sol, así como los remos de la nave; la imagen me sobrecoge.
En el yacimiento también se hallan otros relieves espectaculares y las llamadas Gaval Dash, una suerte de piedras musicales o tamburinos que se utilizaban como instrumento musical para las danzas rituales.
A poca distancia de allí pude contemplar otro fenómeno único, los volcanes de lodo que, en lugar de lava manan barro. 300 de los 700 domos de este tipo que hay en el planeta se concentran en esta zona. Un fenómeno muy curioso de ver.
Así es Azerbaiyán, una tierra tan sorprendente como desconocida que busca su lugar como nuevo destino turístico.


Reportaje publicado en nuestra edición número 27, de enero2012. http://www.los32rumbos.com
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