Recuerdo la primera vez que llegué a esa ciudad como si fuera ahora mismo. Estaba de vacaciones en Zahara de los Atunes y salimos corriendo hacia la "tacita de Plata". Por una noche me alojaría frente a la playa de la Victoria, porque nos habían dicho que el buque escuela Juan Sebastián el Cano estaba atracado en puerto. Desgraciadamente, cuando llegamos me llevé una gran decepción, había partido rumbo a América hacía un par de horas.
Era muy pequeña y casi no tenía conciencia de que en aquella ciudad se mezcla la historia más antigua de nuestra península, con la libertad más singular de tiempos oscuros, cuando la monarquía absolutista aún se asentaba en España.
La historia de Cádiz es la propia de una ciudad marcada por la estrategia militar y comercial. Su nombre proviene de Gadir, que en fenicio significa recinto murado; y es normal que lo fuera. Al encontrarse en la encrucijada de dos mares tan conocidos como el Mediterráneo y el Atlántico, las embestidas del “enemigo” serían dignas de amurallarse.
Cádiz es el asentamiento fenicio más antiguo de occidente. Desde esta ciudad Aníbal partió hacia la conquista de Italia, gran urbe noble romana, conquistada por bizantinos. Después los visigodos y, más tarde, las tropas de Tariq Ibn Ziyad, que destruyeron la estatua de Hércules en el templo del mismo nombre pasaron por estos lares.
Pero no es hasta la reconquista Española, por parte de los Reyes Católicos, cuando la ciudad, de nuevo, vuelve a resurgir con fuerza y convertirse en el punto de unión entre América y España.
Una ciudad para el comercio
Gracias a este impulso, tanto del comercio indiano, como de empresarios de la Península, Cádiz se convirtió con el tiempo en una gran ciudad burguesa, con grandes inquietudes intelectuales, que finalmente se tradujo en una de las primeras constituciones del mundo moderno.
Esta es, muy resumida, la convulsa historia de una ciudad que guarda en sus calles la vida actual más divertida y la vida histórica más desconocida. Y ahora, camino a encontrarme con los lugares insignes de la ciudad me doy cuenta de que los carnavales aún están ya en la calle.
Sonrío al recordar que la ciudad hoy es la que llaman la de las tres “Cs”; las cofradías (de Semana Santa), el Cádiz F.C. y el Carnaval. La historia de este último se remonta al año 1590 y sus festejos tienen un fuerte arraigo en toda la sociedad, más que por los disfraces, por las Chirigotas (canciones satíricas) en las que los grupos compiten por ser las más divertidas.
He llegado al edificio de la Aduana, que sufrió una gran reforma con la ocasión de la visita de Isabel II y se cambiaron algunas salas para convertirse en lugar de alojamiento de los reyes. Durante mis viajes por ciudades de América Latina, siempre encontraba parecidos con esta capital. Ahora que paseo por ella me trae una extraña sensación. Es como estar al otro lado del charco con esa configuración y las casas de aspecto colonial.
Mis pasos me llevan con lentitud por sus callejuelas, en las que siempre encuentras placas conmemorativas de algún suceso curioso, como la que puedes encontrar en la plaza de San Antonio, que evoca el lugar donde estaba la sede de la Lotería Nacional. Y fue en Cádiz y las Cortes de allí, las que decidieron el 4 de marzo de 1812 que, en lugar de subir los impuestos, podían crear un sorteo que aumentara las arcas del Estado. Todavía hoy seguimos disfrutando de esta “ilusión”.
Viva la Pepa
Pero si hablamos de Cortes y Cádiz, no debemos olvidar a “La Pepa”. Esta primera constitución española comenzó a fraguarse cuando los franceses tenían el país invadido. El único reducto que quedaba libre era Cádiz. Por ello los parlamentarios se reúnen en San Fernando pero, por culpa de la escasez de infraestructuras, finalmente deciden irse a la capital. Ese nombre tan “español”, le fue dado por “nacer” el 19 de marzo de 1812 y así vitorearla sin acabar en la cárcel por ser “ilegal”.
Desgraciadamente, y como casi todo en aquella onerosa época, fue derogada, pero baluarte de muchas otras constituciones y principios fundamentales de los ciudadanos.
Parques y murallas
Antes de llegar al parque Genovés, me pararé en el Castillo de San Sebastián, erigido como baluarte defensivo en el siglo XVIII para defenderse de los británicos. Y es que estas costas fueron el escenario de la batalla de Trafalgar, donde Nelson batió a los barcos de la alianza franco-española. O la Torre Tavira, la más emblemática de todas, que designó como vigía en 1778 por ser una de las más altas de la urbe. Por ello, estas construcciones les daban ventajas tanto para avistar los barcos ingleses como para las que venían de ultramar con mercancías.
Ya en el parque, un monumento nos muestra el nombre de todas las embarcaciones que participaron en aquella batalla. Este bello lugar, podemos disfrutar de una vegetación hermosa mientras de fondo escuchas las embestidas del mar contra los muros de la fortaleza.
Alfonso X fue el que quiso “robar” a Sevilla su calidad de puerto, y el culpable de renovar la ciudad para convertirla en receptora de mercancías que finalmente logró ocultar el esplendor de Sevilla. En esa época se crearon los tres arcos de entrada a la ciudad amurallada, cada uno de ellos bajo una advocación mariana; el de la Rosa, el de los Blancos y el que da nombre al barrio, el del Pópulo. Dentro de esos muros se considera está la zona medieval, y allí se puede visitar el Teatro Romano del siglo I, la Catedral antigua con el Cristo de Medinaceli o las casas de los ricos comerciantes que mercadeaban con las los productos americanos. Hogares que fueron construidos en alguna ocasión con piedras traídas de los lechos de los ríos americanos que sirvieron de lastre para equilibrar las embarcaciones de regreso a la península.
Aún se puede pasear por los alrededores de la Iglesia de Santiago y llegar a la plaza de las flores donde se encuentran unos curiosos salazones romanos. O curiosear en una extraña capilla, llamada Oratorio de la Santa Cueva que se situa tras una fachada civil. Se compone de dos capillas, una superior dedicada a la eucaristía con tres cuadros del maestro Goya, la otra, subterránea, estaba dedicada sólo a la peniténcia. Tanto es así que se llegaron a encontrar restos de sangre de las flagelaciones de los cofrades. Lo cierto es que da escalofríos.
Miro a mi alrededor y mis pasos me llevan a la Plaza de España, allí, miro a “La Pepa”. Bueno, en realidad al monumento de la Primera Constitución Española y desde allí termino mi visita donde la comencé hace años, me marcho al puerto y de nuevo, el Juan Sebastián el Cano no está. Tendré que volver en el 2012, o mucho antes, pero seguro que en el aniversario de la Constitución estará por allí.