Para muchos, Turín es una ciudad triste, gris y aburrida, que un día fue diseñada para convertirse en la sede de la principal aventura industrial del sur de Europa. Una urbe trabajadores que de lunes a sábado trabaja en las factorías de la FIAT y que el domingo se distrae con el club de fútbol de su patrón, la Juventus. Pero nada más lejos de la realidad. Turín es una pura contradicción repleta de encantos. Burguesa y proletaria, como los Agnelli y los fundadores del Partido Comunista Italiano Gramsci y Togliatti,
su cuadriculado urbanismo atrajo la atención de Nostradamus, que la consideraba uno de los principales centros esotéricos de Europa. La ciudad que dio refugio a judíos y protestantes
tiene el privilegio de guardar la Sábana Santa, una destacada reliquia del mundo católico. Asimismo, a pie de los Alpes, tan lejos del Nilo y sin ninguna experiencia colonial, se encuentra aquí el más importante museo del antiguo Egipto. Son solo algunas de las maravillas que alberga la urbe que logró unificar a los italianos hace 150 años. El viajero que acuda a conocer la capital de la región del Piamonte encuentra su primera pista en la Ruta del Barroco, donde puede conocer hasta un total de veintiocho palacios e iglesias. Entre ellos, el impresionante Palacio Real con sus jardines, el templo de San Lorenzo, la Armería Real o la Biblioteca Real, que
guarda el único autorretrato que se reconoce de Leonardo Da Vinci. El palacio acoge, en uno de sus extremos, la capilla de la Santa Síndone, donde se guarda la Sábana Santa. También resulta imprescindible visitar el Palacio Madama, uno de los más ricos del norte de Italia, o el Palacio de Carignano, que fue sede del primer parlamento transalpino y hoy lo es del Museo del Risorgimento Italiano. Como su historia, el Barroco del Piamonte parece simple por fuera, pero en cambio es terriblemente rococó y churriguresco por dentro. La esencia de la contradicción.
Gracias a su más que lustroso centro histórico, donde el trazado de las calles, las estructuras arquitectónicas y la sucesión de pórticos dan espacio, forma y vida a plazas armoniosas y acogedoras, Turín conserva una estampa de aristocracia antigua, que no contrasta con el contorno de las modernas zonas residenciales y de la periferia industrial.
Turín reserva de la historia de Egipto
Otro secreto turinés se preserva en sus museos. Son más de cuarenta los que posee, aunque sobresalen tres: el Museo Egipcio, la Galería Sabauda y el Museo del Cine. El Museo Egipcio local es el segundo más importante del mundo después del de El Cairo. Nació en 1824, cuando Carlos Manuel II adquirió la colección del egiptólogo Bernardono Drovetti, un piamontés que fue cónsul de Francia en Egipto en tiempos de Napoleón. Entre 1903 y 1920, Ernesto Schiaparelli, segundo director del museo de El Cairo, enriqueció la colección con nuevas piezas. Sus más destacadas joyas son las estatuas del faraón Ramsés II, muchos sarcófagos y la tumba completa del arquitecto real Kha que se conserva intacta. En el mismo edificio está la Galería Sabauda, que propone un viaje por las principales joyas pictóricas de los Saboya, la noble casa turinesa que consiguió unificar el territorio italiano. Otro museo imprescindible explica la historia del cine patrio. Se ubica en la Molle Antonelliniana, un edificio que es un auténtico símbolo de la ciudad. Tiene 167 metros de altura y antes fue una sinagoga. También considerado como un tesoro son las residencias de recreo de los Saboya. En total, dieciocho palacetes y pabellones de caza repartidos entre la dudad y sus alrededores. En el núcleo urbano destaca la Villa della Regina, un extraordinario edificio que fue lugar de refugio de algunas de las más importantes reinas y princesas de la Corte. En las afueras llama la atención la Corona de las Delicias, un conjunto formado por diversas construcciones, como la basílica de Superga, panteón real de los Saboya, o la Venaria Reale. La literatura tampoco ha pasado inadvertida en Turín. Más bien al contrario. La ciudad es una de las cunas de la cultura europea. Aquí se escribieron e imprimieron muchas de las obras de la literatura universal. En Turín pasaron o vivieron autores como Flaubert, Ruskin, Tolstói, Twain, Henry James, Nietzsche o Salgari, así como la flor y nata de las letras italianas: Cesare Pavese, Norberto Bobbio, Primo Levi, Italo Calvino,… Es posible recordarlos siguiendo diversas rutas preparadas por la oficina de turismo.
Dos de los misterios que encierra la urbe piamontesa atraen cada año miles de turistas. No en vano se ha convertido en uno de los 250 principales destinos más visitados del mundo y es la décima ciudad del país con más turismo. La creencia de la Síndone o Sábana Santa solo es cuestión de fe. Continúa siendo un interrogante si fue o no el sudario con el que envolvieron a Cristo. Quien se acerque hasta el Palacio Real para contemplarla tan solo podrá ver una réplica, aunque se espera que en 2025 de nuevo se exhiba unos pocos meses el original. Mientras, el autorretrato del gran Leonardo Da Vinci, custodiado en la Biblioteca Real, exhala, a ojos del visitante, un detalle anatómico tan preciso que le puede llevar a pensar que el rostro de la Mona Lisa sea el del propio genio del Renacimiento.
Cuna de la Unificación
Si hacemos un somero repaso a su rica historia, Turín es conocida como la cuna de Italia por haberse convertido en el lugar de nacimiento de importantes políticos que contribuyeron con la unificación de Italia, como Cavour. Después del Risorgimento, la ciudad turinesa fue capital del Reino de Italia de 1861 a 1865, título que pasó por un breve periodo a Florencia y después a Roma. Junto al nacionalismo italiano, Turín fue también un foco de gran actividad política y puede considerarse también la cuna del liberalismo y del socialismo italianos del siglo XIX.
La Turín antigua, aquella ciudad que se convirtió en la primera capital de la Italia unificada, la Turín que a lo largo de los años ha experimentado una enorme transformación de tipo industrial: a cada época le corresponde una identidad diferente que ha dejado su huella en el retrato de esta urbe y que se expresa en un patrimonio cultural, arquitectónico y monumental con mayúsculas. Turín, en la actualidad, mira hacia adelante y se ha convertido en un lugar de encuentro para culturas diferentes y punto de referencia para el desarrollo de nuevas tecnologías y nuevos sectores productivos.