Cuevas cátaras Viaje al centro de la Tierra |
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Uno de los grandes atractivos del sur de Francia se halla bajo tierra. Siente la sensación que experimentaría el protagonista de la famosa novela de Julio Verne y penetra en el mundo subterráneo donde te esperan sombras, formas y colores únicos.Texto: Josep Guijarro Fotos: Agencias |
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Pero no te preocupes, no es necesario añadir en el equipaje tu particular hilo de Ariadna. La mayoría de estos subterráneos disponen de guías turísticos y de itinerarios perfectamente señalizados. Sólo en el Languedoc están abiertas al público unas quince cuevas y su visita constituye un regalo para los sentidos. Estas grutas son un despliegue de formas extraordinarias, de colores sorprendentes, de angostas galerías y salas inmensas que evocan a menudo imágenes asombrosas. Este es el caso de los denominados cien mil soldados de la gruta de Trabuc, o la Medusa de la gruta de Clamouse. En el interior de este universo mineral, surge de cuando en cuando un lago o un río. El visitante puede recorrer con facilidad los laberintos de vestíbulos y galerías provistos de escaleras, así como los pasadizos iluminados con luces difusas. Grutas con sentido mágico Otras cuevas tienen un sentido mágico o trascendente y fueron utilizadas por los cátaros durante la Edad Media. Es el caso de la cueva de Bethléem. Aún mantengo vivo el recuerdo de mi primera visita al lugar acompañado del murmullo del río. El Ariège discurre allí con sus aguas cristalinas en medio de un paisaje frondoso y verde. Atrás había quedado Ornolach, una pequeña villa de montaña conocida por sus aguas termales, vecina a los valles de Andorra, que fue explorada durante la II Guerra Mundial por el oberstrumbahnfurer de las siniestras S.S alemanas, Otto Rahn. Este misterioso personaje había iniciado en 1943, la búsqueda de una reliquia sagrada por aquellas tierras: el Santo Grial, la copa utilizada por Cristo durante la última cena. Frente a la caverna se extendía un pequeño muro de piedras rematado por una puerta de madera. La pared no tenía más de un metro de altura y, saltaba a la vista, no tenía ninguna función defensiva era, más bien, un límite simbólico. Una vez en el interior distinguí, cincelado en una de las paredes, un enorme pentágono en el que cabía una persona y, frente a él, un enorme bloque de piedra que, a modo de ara o altar natural, presidía la estancia. Mi mirada recorrió curiosa hasta el último rincón de aquella caverna hasta advertir un pequeño orificio en la pared opuesta a la figura geométrica desde donde se divisan las ruinas de un castillo. Pero lo más curioso de Bethléem es su secreto. Imperceptibles al ojo se distribuían por aquella estancia natural diversos frescos que nadie se ha atrevido a datar. Bastó un paño bien húmedo para que, al contacto con el agua, las paredes de la caverna mostraran líneas, trazos y signos desconocidos. Cruces, báculos e, incluso un esquema del famoso consolamentum un sacramento administrado por los obispos cátaros antes de morir, advertían que los herejes habían utilizado la caverna con algún propósito desconocido. La gruta más grande de Europa Algo parecido ocurre con la cueva de Lombrives, donde hallaremos miles de inscripciones grabadas en las paredes, entre ellas, 111 símbolos misteriosos: rosas, rosetones, crismones, pentáculos, que fueron dejados allí por los herejes cátaros. Está situada en Ussat-les-Bains, entre los valles de Vicdessos y el Ariège, al sur de Tarascón. Compuesta por centenares de grutas distintas, algunas de dimensiones colosales, Lombrives sobrecoge por sus espectaculares salas, como la llamada Catedral que posee un volumen equivalente a Notre Dame de Paris. Este enjambre de cavidades sorprende al visitante por la variedad de sus paisajes subterráneos. Lombrives es la gruta abierta al público más grande de Europa (así se inscribe, al menos, en el Libro Guinness de los récords). Se caracteriza -como digo- por la inmensidad de sus salas que sirvieron de refugio alternativamente a cátaros, católicos, hugonotes e, incluso, a los nobles durante la revolución francesa. Se organizan hasta 25 visitas diferentes en tres circuitos con actividades y espectáculos. Para facilitar el acceso al lugar dispones de un pequeño tren que llega hasta la cueva y de una embarcación que te permite navegar por su lago interior. Uno siente la sensación de viajar al centro de la Tierra, emulando las aventuras del protagonista de la novela de Julio Verne que, aseguran, se inspiró en los paisajes del entorno –concretamente el monte Le Bugarach- para forjar su mítica novela Viaje al centro de la Tierra. Agua y cal Otras no llegan muy lejos pero son igualmente espectaculares o singularmente misteriosas. Es el caso de la cueva de Fontestorbes, camino de Montségur. Se trata de un manantial único en su género cuyas aguas brotan intermitentemente para curiosidad del público que, a menudo, se detiene en alguna de las rutas de a pie, a caballo o en bici o, quizás, en sus vehículos particulares camino del último reducto cátaro. Está situada en el valle de Hers, en el seno de una región calcárea. Durante el verano el fenómeno es espectacular: en 40 minutos se pasa de un caudal de 1,8 metros cúbicos por segundo a prácticamente nada. Tanto es así que cuando la fuente está seca podemos internarnos en la cavidad mientras que cuando el agua brota podemos terminar mojados más allá de la cintura. Y es que el agua es el particular escultor que, a base de siglos y siglos ha diseñado maravillosas estalactitas y estalagmitas cuyas sombras brotan en lugares como Cabrespina, Canalettes o Trabuc y que nos ayudará a penetrar en las entrañas de una región llena de historia, aventura y espectaculares paisajes. |
GUÍA PRÁCTICA |
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