El que está considerado uno de los Santo Grial de la arqueología moderna, la ubicacion de la tumba de Alejandro Magno, sigue vigente después de que la noticia de su presunto hallazgo, por parte de arqueólogos e historiadores del Centro Polaco de Arqueología resultara ser un fraude. Diversos medios digitales -entre ellos nosotros mismos- se hicieron eco del engaño que había recogido el diario griego Greek Reporter. Si sirve de excusa, ésta era la primera vez que la noticia situaba en el lugar correcto (es decir, Alejandría) la última morada de Alejandro Magno, que refería el tipo adecuado de sarcófago y que citaba fuentes solventes. Es cierto que los investigadores polacos habían estado excavando a sólo 60 metros de la mezquita de Nebi Daniel, en la zona conocida como Kom el-Dikka. La única cosa que ofrecía dudas es la inscripción Alejandro III, pero pensamos que podía tratarse de un error de transcripción. Pronto averiguaríamos quela fuente era una web de parodias y que habían utilizado un hallazgo real para dar credibilidad a su nota. En concreto, el hallazgo se remonta a 2010 cuando una misión arqueológica del Consejo Supremo de Antigüedades (SCA), dirigido por el Dr. Mohamed Abdel Maqsud, director de Antigüedades del Bajo Egipto, encontró un templo de la reina Berenice en medio de especulaciones de que se trataba de la ubicación del barrio real de Alejandría.
El misterio continúa La ubicación exacta de la tumba de Alejandro Magno desconcierta a historiadores. Los primeros relatos sobre la búsqueda del mausoleo del mítico general macedonio se remontan al siglo IV d.C., poco después de que se perdiera la pista de su cripta que, al parecer, fue destruida en la furia que se desató contra los lugares paganos de Alejandría, cuando el Cristianismo se impuso como credo oficial en Egipto. Desde entonces, se han organizado centenares de expediciones arqueológicas para localizar la tumba del legendario rey, que conquistó un imperio que se extendió desde Grecia a la India. En la actualidad se cree que Ptolomeo adaptó una tumba vacía que había sido preparada por y para el último faraón nativo de Egipto, Nectanebo II. De todas formas, este faraón huyó al sur de Etiopía cuando Egipto fue invadido por los persas en el 343 a. C., así que nunca tuvo la oportunidad de ocupar esa tumba. El lugar propuesto para la sepultura era una capilla dentro del templo del Serapeo de Saqqara, en la necrópolis de la antigua Menfis que se encontraba al final de una larga avenida de esfinges. En el Museo Arqueológico de Estambul, un magnífico sarcófago, encontrado por casualidad en 1887 en la necrópolis real de Sidón, en el Líbano actual, durante mucho tiempo fue considerado el “sarcófago de Alejandro Magno”. El monumental sepulcro, realizado en mármol pentélico por un desconocido aunque experto escultor heleno, muestra en su perímetro escenas de la vida del gran rey: cazando, luchando contra los persas… Se ha calculado que fue realizado en la segunda mitad del siglo IV a.C., por lo cual bien podría haber servido para albergar los preciados restos. No obstante, los estudiosos del tema han desechado tal hipótesis, y atribuyen el lujoso enterramiento al rey fenicio de Sidón Abdalonymos, el cual sostuvo una excelente relación con Alejandro, que lo puso al frente de su región. Por otra parte, no resulta probable que un cuerpo momificado y envuelto en oro, destinado a ser visto, se guardase en un sarcófago de mármol, teniendo en cuenta además, que resultaría extraordinariamente pesado de trasladar hacia Siwa.
|