Cuando los mexicas llegaron al valle de Texcoco y fundaron Tecnochtitlán en 1325 encontraron, no muy lejos del actual Mexico DF, una ciudad abandonada que, si por algo llamaba la atención, era por sus gigantescas pirámides. La bautizaron con el nombre de
Teotihuacán, la ciudad de los dioses. No está claro quien la erigió y tampoco sabemos nada acerca de los motivos que llevaron a sus habitantes a su destrucción y posterior abandono en el 750 de nuestra era. Erich von Däniken sugirió en su famoso libro
Carros de los Dioses (1967) que Teotihuacán no fue abandonada, sino que sus habitantes fueron “llevados” por seres extraterrestres para hallar una nueva morada entre las estrellas. Puede que ahora esta idea haga sonreír a muchos, pero, como veremos a continuación, existe una conexión indiscutible entre ciertos mitos, danzas y tradiciones aztecas con Venus, las Pléyades y otras constelaciones del firmamento. También sus monumentos y estructuras parecen propiciaran la apertura o la conexión con las estrellas. Y es que, más allá de que las pirámides mexicanas alberguen tumbas a su alrededor, no son monumentos funerarios al uso sino que cumplían una función ritual, simbólica y astronómica. Sus ruinas, en cualquier caso, fueron sagradas para los aztecas mucho antes de la llegada de los conquistadores. Para estos nuevos inquilinos, la ciudad de los dioses era la plasmación de uno de sus mitos: la creación del Quinto Sol (nuestra era actual) que hacía referencia a la creación de una nueva raza con los restos de una anterior. Los mexicas, desde entonces, se convirtieron en la tribu dominante que, en unión con otras vecinas, formaron una poderosa nación: el imperio azteca. Para muchos se trata del más sangriento y aterrador que encontraron los conquistadores en América. Practicaban el sacrificio ritual con el fin de aplacar la ira de sus dioses y, para conseguir nuevas ofrendas, no dudaron en alentar la insurrección entre sus pueblos vasallos para conseguir nuevos prisioneros a los que arrancar el corazón. La serpiente emplumada Para sortear a los turistas, me reúno en la puerta sur del complejo con la arqueóloga forense Elba Ortega, a primera hora de la mañana. El cielo está encapotado. Las densas nubes contrastan con el negro de las rocas volcánicas y las abundantes áreas verdes de los alrededores. Hace frío, pero la emoción de estar en un lugar tan mágico actúa como bálsamo. Al entrar en el recinto Elba chasquea sus manos y el aire devuelve un curioso efecto acústico: “
Es Quetzalcóatl quien te da la bienvenida” –me dice. Quetzalcóatl o “serpiente emplumada” es la figura principal del panteón de las culturas prehispánicas. Fue Ser Supremo de los olmecas, toltecas, mayas (en este caso con el nombre de Kukulcán) y también de los aztecas. Sus enseñanzas quedaron recogidas en ciertos documentos llamados Huehuetlahtolli, o "antiguas palabras", que eran transmitidas oralmente de padres a hijos. Con posterioridad, los primeros cronistas españoles las pondrían por escrito. La figura de Quetzalcóatl está relacionada con el Sexto Sol y la finalización del calendario maya en el año 2012. Porque la naturaleza de este dios es dual: por un lado es el creador del mundo y, también, su destructor. A menudo ha sido representado como un hombre blanco, con barba y provisto de yelmo tal y como pude comprobar en diversas representaciones de
Nayarit,
Jalisco y Ciudad de México. La única esperanza que tenían los muchos enemigos de los aztecas es que se cumpliera una profecía según la cual, Quetzalcóatl regresaría a la Tierra un año llamado 1 Caña del calendario azteca. En esas fechas, arribó a las costas del Nuevo Mundo Hernán Cortés. Es fácil imaginar la inquietud con la que emperador Moctezuma II recibió la noticia del desembarco de hombres blancos y barbudos que inmediatamente fueron confundidos con Quetzalcóatl. Pero, ¿quién era este personaje? ¿Un extraterrestre o sólo un mito? La historiadora canadiense Lucie Dufresne sostiene en su libro Quetzalcóatl, El hombre huracán que alrededor del año 1000, un vikingo que se dirigía al Este de los Estados Unidos, dio con la corriente cálida hacia el sur y pudo llegar a Cuba. Allí fue atrapado por un huracán que lo condujo hasta las costas mexicanas, al actual estado de Veracruz. Cuando los indígenas lo encontraron, luciendo una frondosa barba y cabello rubio, y blandiendo una espada de acero, un casco o vestimentas que les resultaban completamente extrañas, lo veneraron y creyeron que veían al dios Quetzalcóatl llegado del Este. La autora prueba que, a partir de entonces, existe un notable desarrollo tecnológico, en la fundición de metales, que produjo un avance cualitativo de la civilización. Los aztecas relacionaron a Quetzalcóatl con el planeta Venus, visible durante ocho meses al año junto al volcán Popocatépetl. Durante los dos solsticios ofrecía fertilidad a los campos y abundantes cosechas. Si este dios tenía su trasunto en el cielo ¿cabía la posibilidad de que, como en Egipto, existieran correspondencias entre el panteón de dioses y alineaciones arquitectónicas? Y, en caso afirmativo, ¿podían tener las pirámides mexicanas la finalidad de ayudar a la ascensión de las almas de los monarcas?
La ciudad de los dioses
En 1993, Robert Bauval y Adrian Gilbert publicaron El misterio de Orión, en el que establecían una correlación entre las pirámides de la meseta de Gizá, en Egipto, y las tres estrellas que conforman el cinturón de esta constelación, como si los constructores de las pirámides quisieran crear un espejo del cielo en la Tierra. Lo que me inquietaba ahora era dilucidar si estas ideas propias de la antigüedad, en Europa y África, tenían su plasmación en las civilizaciones precolombinas, sea como fruto de contactos trasatlánticos o por una vía más extraordinaria. Era evidente que la astronomía también era parte de la religión en América Central. Seguramente no tenía nada que ver con la ciencia racional que conocemos hoy en día sino algo más próximo a la astrología, tal y como pude comprobar en viejos códices prehispánicos. Los sacerdotes escudriñaban el cielo en busca de eventos significativos y alineaciones planetarias en un mundo dominado por la ritualidad y la superstición. Como es obvio, para predecir eclipses, el paso de cometas, o la órbita de los planetas tuvieron que poseer unos conocimientos muy superiores a los que la ciencia les atribuye y, seguramente, los plasmaron en escritos y edificios que han perdurado hasta la actualidad. Un ejemplo de esto se localiza a poco más de un kilómetro de la localidad de Teuchitlán, en el estado de Jalisco, en un complejo denominado Guachimontones. En una vasta explanada desde la que se domina el valle, se erigen tres pirámides únicas en el mundo. Su base es circular y se elevan como conos, en pequeñas plataformas, hasta los diez metros de altura. Reciben el nombre de La Iguana, El Azquelite y la todavía por excavar de El Gran Guachi, que es la mayor del conjunto. Están rodeadas por una decena de plataformas orientadas a los puntos cardinales. La disposición de las pirámides me resultó familiar. Dos de ellas seguían una diagonal de 45º mientras que la tercera de las plataformas sobresalía ligeramente de la alineación... como las pirámides de la meseta de Gizá. Su descubridor, el arqueólogo Phil Weigand, asegura que fueron concebidas para dirigir la atención del observador hacia el interior del conjunto, hacia la pirámide central donde tenía lugar una ceremonia del volador. El chamán, en lo alto, danzaba sobre un poste para mantener una especial conexión con el cosmos. Este hombre se balanceaba allí durante horas y “mágicamente” se transformaba en águila para tener acceso a los distintos niveles del cosmos y los mundos espirituales. Encontré en Nayarit diversas esculturas que mostraban la danza del sacerdote con el resto de la comunidad en la base de la estructura formando un círculo, unidos por los hombros. La imagen sugería la apertura de una puerta estelar tal y como los grupos new age realizan hoy en día. La misma orientación de Teuchitlán puede constatarse en otros dos complejos como el de Santa Quiteria o el de Ahualulco. ¿Se hallaría la correlación con Orión también en Teotihuacán? Conexión con las estrellas Según constata Peter Tompkins en Misterios de las pirámides mexicanas, la disposición general es exactamente la misma que en Gizá. La única diferencia radica en que la línea del eje no pasa por el centro de las pirámides sino que la diagonal del cinturón se proyecta en paralelo a las caras occidentales de las pirámides de Quetzalcóatl y del Sol y termina en el centro de la pirámide de la Luna, representación de la estrella Mintaka. ¿No son demasiadas coincidencias para atribuirlas al azar? Pero, para considerar que Teotihuacan era el espejo de un paisaje celestial y que sus pirámides propiciaban el ascenso de las almas de los reyes, no bastaba sólo con esta alineación. Esperaba mucho más, tal y como sucede en Egipto con la Vía Láctea y el río Nilo. Pero, no adelantemos acontecimientos. Desenboqué en la Calzada de los muertos a través del palacio de Quetzapapalotl que, sinceramente, me parecía más un edificio religioso o lugar de iniciación que un palacio. En el claustro me sentí hipnotizado por la representación en sus columnas de un híbrido de ave e insecto llamado mariposa Quetzal. Sus ojos negros eran de obsidiana y llamaban poderosamente la atención. Elba me explicó que este animal mitológico guarda relación con el renacimiento, “con la idea de que vivimos en un mundo de gusanos y tras la muerte renacemos como pájaros de colores brillantes en un mundo superior” -sentencia. Unas empinadas escaleras, rematadas por cabezas de serpiente, me condujeron a la plaza de la Luna. A mi izquierda, majestuosa, se erigía hasta los 42 metros de altura la pirámide del mismo nombre y, a mi derecha, se extendían los cuatro largos kilómetros que conforman la Calzada de los muertos, un recorrido que para Adrian Gilbert, se correspondía con la Vía Láctea. “Allí está el norte –me explica Elba con el brazo extendido, señalando a la construcción. El contorno de la pirámide imita al del Cerro Gordo, un volcán ya extinguido”. Di un respingo. Puse mi cámara en modo de visualización y fue retrocediendo imágenes hasta llegar a las del conjunto de Guachimontones. Una de mis fotos mostraba la pirámide de La Iguana frente al volcán Tequila. Sus perfiles encajaban milimétricamente. ¿Podían ser las pirámides representaciones de los volcanes? Los volcanes y el fuego que contienen en su interior, han desempeñado un papel importante en la cosmovisión de los pueblos indígenas de América Central. La situación de algunos de los principales volcanes llama poderosamente la atención. En el Altiplano Central, el Nevado de Toluca, el Popocatépetl y el Pico de Orizaba se encuentran casi exactamente alineados sobre el eje de la latitud geográfica de 19°N, una circunstancia que no pasó inadvertida a los pobladores prehispánicos. Según la arqueóloga mexicana Johanna Broda, estos alineamientos entre volcanes fueron establecidos en términos del calendario mesoamericano para predecir la salida o la puesta del sol en el horizonte así como otros fenómenos como las estaciones. Esto era esencial para una comunidad agrícola. La calzada de los muertos Como ya he mencionado anteriormente, algunos autores relacionan La calzada de los muertos con la Vía Láctea, en consecuencia, de manera abstracta, los distintos templos y las pirámides de su recorrido representan estrellas. Supe más tarde que la cultura maya creía que al final de este camino estelar se hallaba la madre Escorpión que recibía a las almas de los muertos y de ella procedían la de los recién nacidos. Un hallazgo en 2003 viene a confirmar esta idea pues en el centro de la pirámide de la Luna fueron hallados los cuerpos de tres personajes sentados en la posición de la flor del loto, típica de los dirigentes mayas, ataviados con ricos atuendos, dentro de una cámara con muros casi seis metros de lado, lo que hacía suponer que se trataba de la tumba de un dirigente. ¿Era esta pirámide la conexión estelar con la constelación de Escorpio? Una consulta a cualquier programa astronómico despejará las dudas. Emocionado seguí caminando por la calzada de los muertos hasta la pirámide del Sol. Ocupa una superficie similar a la Gran Pirámide de Gizá pero su altura se reduce a los 69 metros. Elba me explica que la construcción se erige sobre un sistema de cuevas de origen volcánico considerado sagrado desde mucho antes. Fue descubierto en 1971 y los especialistas coinciden en que fue utilizada para algún tipo de ritual por el hallazgo de ofertas votivas en su interior. Antes de ascender a lo más alto me condujo a un templo adyacente y tras ofrecer unos pesos a su vigilante me permitió entrar a una zona “no apta para turistas”. La estancia estaba revestida tanto en el piso como en las paredes con láminas de obsidiana, un mineral volcánico rico en silicatos alumínicos que fue empleada para ¡hacer espejos! Sólo podemos especular con el efecto que esta habitación podía generar al ser iluminada por el Sol, haciéndose visible como un faro a kilómetros de distancia. ¿Qué querría indicar? Mi cicerone me explica que muchos trozos de espejo de obsidiana fueron hallados en la cueva oculta bajo la pirámide del Sol porque, con toda seguridad, poseía una gran importancia simbólica que estaría conectado con el mito de Quetzalcóatl. Una leyenda asegura que fue sacrificado en este lugar para que el Sol se moviera por el cielo. Marcadores telúricos Y es que la idea de que el Sol moría si no lo alimentaban no era una fantasía para los aztecas. Creían que esta circunstancia había tenido lugar cuatro veces y que, en cada una de ellas, la especie humana había sido barrida por un cataclismo. Es la denominada leyenda de los soles que comparten, también, otras culturas precolombinas como la maya. El final del quinto sol (la era actual) estaba prevista para 2012 momento previsto para el retorno de la serpiente emplumada. Como ocurre en Egipto con la Gran Pirámide, no se han hallado tumbas en el interior de la pirámide del sol. A principios del pasado año, Linda Manzanilla, arqueóloga de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) empleó un detector de muones, partículas cósmicas que tienen la capacidad de atravesar cuerpos sólidos, para descartar la existencia de huecos (potenciales tumbas) en el interior de la pirámide. Una suerte de “tomografía” de la construcción. Negativo. Ni un hueco. Y si no era una tumba ¿para qué servía? Ascendí los 365 escalones que me separaban la cima de la Pirámide del Sol, uno por cada día del año. La subida no es fácil, presenta diversas inclinaciones y los peldaños varían de tamaño para obligar mirar al suelo, en acto de sumisión. Distingo piedras que sobresalen y que, en la antigüedad, estaban cubiertas de pirita lo que debía de otorgar al edificio un brillo refulgente. En lo alto aspiro profundamente y presto atención a un punto brillante, de apariencia metálica, que parece hundirse hasta las entrañas de la mastodóndica construcción. “Es el punto de mayor telurismo” –espeta Elba. Tal vez en este punto resida la magia del lugar, la energía que pudo servir de faro a los aztecas y, antes que a ellos, a los fundadores de Teotihuacan, sean éstos toltecas, mayas, atlantes o extraterrestres. Y es que, curiosamente, la cara occidental de la Pirámide del Sol, está alineada con el punto de la puesta de las Pléyades al igual que muchas de las calles aledañas. ¿Por qué esa obsesión por el conjunto estelar? ¿Qué extraña relación tenían los constructores de Teotihuacán con la constelación? ¿Era tal vez el lugar de procedencia de sus dioses instructores? En cualquier caso, el “poder” de la pirámide sigue vivo y su influencia activa (como lo demuestran las multitudinarias concentraciones de grupos new age e indígenas que la visitan a menudo) para abrir la puerta de los cielos.