Riviera Nayarit La costa de los encantos |
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Bucólicos atardeceres, extensas playas de arena dorada que se extienden por un litoral de 307 kilómetros. Pueblos y villas de ensueño que descansan al pie de la Sierra Madre aguardando ser exploradas.
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Era el colofón de un viaje por este territorio, todavía inhóspito para los europeos, que se había iniciado días antes en Nuevo Vallarta, un destino lleno de sortilegios y tradición, herencia de los indígenas Coras y Huicholes que fundaron la tierra Nayar, pero también de modernas instalaciones turísticas. Un destino residencial Y es que Nuevo Vallarta emerge sin complejos al lado de su destino hermano, Puerto Vallarta, pero mantiene un encanto muy personal. Aquí se erigen multitud de hoteles ultra modernos, muchos de ellos con formato "todo Incluido", a lo largo de casi seis kilómetros de playas de arena fina. Un marco ideal para la práctica de deportes acuáticos y para el esparcimiento en general. Su laguna, rebosante de muelles privados, está rodeada de suntuosas villas y elegantes residencias. Todo es glamour en este enclave rodeado de exhuberante vegatación y atmósfera relajante. En el muelle de San Blas... "Sola, sola, en el olvido, sola, sola con su espíritu, sola, sola con su amor el mar, sola, en el muelle de San Blas..." Tarareando esta popular canción del grupo de rock mexicano Maná puse rumbo a San Blas, población pesquera situada a 62 Km. al noroeste de Tepic, la capital del Estado. Por el camino no pude evitar detenerme en Lo de Marcos que, hasta no hace mucho era una pequeña hacienda para la cosecha de aceite de coco. En sus dos playas puedes disfrutar de una rica gastronomía basada en mariscos frescos servidos bajo la sombra de ramadas hechas con palmas, las cuales a su vez son protegidas del sol por esbeltas y frondosas palmeras. Todavía tengo vivo el recuerdo de las langostas asadas de otro lugar encantador: Aticama, un pueblecito de pescadores con una iglesia dedicada a la Guadalupana y numerosos puestos de comida callejera. Ojo, aquí no se come perritos calientes o hamburguesas como en otras latitudes. Lo que ofrecen estos puestos son ostras, pescados y langostas a unos precios escandalosamente bajos. ¿Por qué hemos perdido en España estas buenas costumbres? Otra parada ineludible fue el Rincón de Guayabitos, donde canadienses y norteamericanos han comprado numerosas casas. Es un pueblo tradicional con una pequeña bahía que se caracteriza por su ambiente profundamente familiar. Me aseguran que sus puestas de Sol resultan hipnóticas y espectaculares con el perfil de la Isla del Cangrejo en el centro de la bahía. Por desgracia, no puedo quedarme para comprobarlo. Me esperan en el puerto de San Blas, otro lugar de inspiración. Esta población fue fundada en época de la colonia española constituyéndose en uno de los dos principales puertos en el Pacífico del Virreinato de la Nueva España. Todavía se conserva en pie La Contaduría, desde la que pude disfrutar de una increíble panorámica del valle y su palmeral y la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, La Marinera, una construcción que data de 1788 en fase de restauración. Y es que San Blas pero, especialmente su puerto, fue devastado en el año 2000 per el huracán Kena que, al tocar tierra, convirtió en un amasijo de hierros a los numerosos buques camaroneros que hoy siguen oxidándose muy cerca de la moderna marina. Mi visita a San Blas albergaba un doble propósito. Por un lado salir al océano para avistar ballenas y, por otro, adentarme en los manglares para avistar las numerosas aves, caimanes y tortugas que proliferan en estas marismas. Mi cuartel general se establecería en el Hotel Garza Canela, un encantador establecimiento, de trato muy familiar, con una gastronomía típica inolvidable al paladar. Allí recalan numerosos fotógrafos aficionados y profesionales, con largos teleobjetivos que viajan hasta la región para inmortalizar a las aves de los manglares. Avistando ballenas De lo primero me ocupé a primera hora de la mañana del día siguiente. Las ballenas jorobadas se avistan por estos lares de diciembre a marzo cuando los cetáceos migran hacia el Norte en busca de aguas más frías. La modesta embarcación no posee sonar, radar, ni ngún aparato de detección, algo que me llama poderosamente la atención. ¿Cómo vamos a dar con ellas? Navegamos mar adentro por más de una hora. Preguntamos a unos pescadores si habían visto pasar a los gigantescos mamíferos marinos. Negativo. Parece que las ballenas no van a dejarse ver fácilmente. Unos kilómetros más allá nuestro patrón decide parar los motores y otear el horizonte con unos prismáticos. Tras unos minutos que se me antojaron eternos, a unos 150 metros, un grupo de aves sobrevuela las aguas y, de repente, un chorro de agua, emerge a la superficie. El cetáceo ha salido a respirar y, en su inevitable acto, deja ver su aleta trasera. La emoción me embarga. Tomo mi cámara y encuadro como puedo con mi teleobjetivo. ¡Dios! qué difícil es esto... La ballena jorobada y un pequeño ballenato, a su lado, dejan verse otra vez. Disparo una ráfaga y otra, y otra... Objetivo conseguido. Aventura en los manglares Tras un almuerzo con ricos pescados -recomiendo especialmente el llamado zarandeado-, puse rumbo a los sinuosos canales de los esteros de San Cristóbal y el Pozo para observar las numerosas aves que se ocultan entre la vegetación; la garza pico de bote, la garza imperial, la garza pico de cuchara, la calandria, los pájaros carpinteros, pericos y tortugas e, incluso, cocodrilos e iguanas. Al principio resultan difíciles de ver pero, cuando llevas un rato, puedes deleitarte con su presencia y la exuberante vegetación de manglares, helechos y enredaderas hasta llegar a los nacimientos de los manantiales de agua dulce, únicos en su género donde se puede nadar y bucear. El regreso tuvo lugar de noche, a la luz de las linternas, una experiencia inolvidable sin duda. La Ibiza mexicana Antes de regresar a España me detuve en Sayulita, una pequeña localidad situada en la Bahía de Banderas, al sur del estado de Nayarit, donde se respira un atractivo ambiente hippie que me recuerda poderosamente a la esencia de Ibiza. Aquí los turistas se mezclan entre los orihundo, no se aprecian grandes hoteles ni centros de ocio nocturno, pero en cambio puedes disfrutar de la Naturaleza, los acantilados y el mar. Hay surfistas por todas partes y si no optas por el deporte, puedes relajarte y olvidarte de la gran ciudad. Y es que, contemplando la puesta de Sol en el Four Seasons, en un istmo privado bordeado por kilómetros de arenas blancas y un océano color turquesa, el mundanal ruido de Barcelona es sólo un lejano recuerdo. |
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