amino entre estrechas callejuelas, palacios, patios y pasillos sintiendo como el rumor del agua hace que la arquitectura de la gran obra, hecha para alcanzar la perfección, se convierta en un paisaje excepcional; para que la imaginación vuele entre las leyendas apresadas entre sus muros y piedras milenarias. Y es ese murmullo incesante de las fuentes, el que crea un microclima interior capaz de aislarte y olvidar que te encuentras a poca distancia de la mágica ciudad de Granada.“Cuántas leyendas y tradiciones, reales y fabulosas; cuántos cantares y romances, árabes y españoles, de amor y de guerra y de caballería, están asociados a este monumento oriental!” Y no le faltaba razón a Washington Irvin cuando se refería en estos términos a la Alhambra, uno de los monumentos más visitados de nuestro país, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1984. Culpable Irvin de hacer conocer al mundo las leyendas y cuentos de la hermosa ciudadela que domina desde Granada desde su atalaya.
La Alhambra Para llegar a la Alhambra, he tenido que subir por una cuesta que me conduce a la Puerta de las Granadas, dejando a mi lado unas inigualables vistas de las copas de los árboles y las acequias que salpican mi visión, comenzando así a entender lo importante que era el agua para los habitantes de la fortaleza. Un bastión que no era tal –pese a lo que muchos aun lo piensen- pues, en su época de esplendor, se trataba de un conjunto de palacios, calles, torreones de defensa y hermosos patios con significados ocultos. Pero, hagamos un poco de historia: El nombre de la Alhambra significa Castillo Rojo (ga'lat al-Hamr'a) en alusión al color de sus muros. Se encuentra situada en lo alto de la colina Sabika y en el margen izquierdo del río Darro, frente a los barrios del Albaicín y de la Alcazaba. Y, aunque se alude a ella -por primera vez- en el año en 889, cuando Sawwar ben Hamdun tuvo que refugiarse en la Alcazaba y repararla debido a las luchas civiles que azotaban por entonces al Califato cordobés, al que pertenecía Granada, no sería hasta el siglo XIII con la llegada del primer monarca nazarí, Mohamed ben Al-Hamar (Mohamed I, 1238-1273) cuando se fijaría la residencia real. Pero no fue hasta Yúsuf I (1333-1353) y Mohamed V (1353-1391) cuando se hicieron la inmensa mayoría de las construcciones de la Alhambra que han llegado a nuestra época. Desde la reforma de la Alcazaba y los palacios, pasando por la ampliación del recinto amurallado, la Puerta de la Justicia, la ampliación y decoración de las torres, construcción de los Baños y el Cuarto de Comares, la Sala de la Barca, hasta el Patio de los Leones y sus dependencias.
Caminando por la historia Me dispongo a entrar por la puerta de la Justicia que se abre ante mis ojos para darme la bienvenida. Observo curiosa la llave esculpida que, para algunos significa que permanecerá cerrada y nadie abrirá, como símbolo de fortaleza de la ciudadela, mientras que otros la han preferido interpretar como gran “advertencia” de una profecía que dice: “No perecerán las murallas de la Alhambra en tanto la llave la mano no alcance”. Queriendo dar a entender que caerá el monumento el día en que la mano tallada en el arco superior toque la llave, cosa que es imposible. Mi caminar me lleva a jardines que emulan el paraíso, mientras los palacios se abren a mi paso llego a una de las salas que más me llaman la atención, la Sala de Dos Hermanas, que a pesar de que su nombre pueda inspirar una de las leyendas de Irving, es llamada así por las dos grandes losas gemelas de mármol que se encuentra en el suelo. Y descubriendo sus rincones, me asombro por sus trabajos en las paredes llenas de belleza incomparable, por una de sus ventanas puedo distinguir una de las maravillas más laureadas de la Alhambra; El patio de los Leones. Fue, de nuevo, Washington Irvin el que, enamorado de toda la artesanía de la ciudadela, tenía especial debilidad por este increíble patio: "el Palacio de los Leones era un edificio separado completamente, y sólo se podía acceder a él desde la calle". "En el siglo XIV", añade, "piedra, madera y estuco fueron artificiosamente pintados en dorado y azul y en otros colores, había colgados rutilantes alfombras y tapices por todo el patio, y en lugar de la superficie de guijarros que hoy presenta, algunos creen que en el centro del Patio de los Leones había un jardín repleto de flores y naranjos. Era un jardín hundido, de modo que la alfombra de flores no obstaculizara la visión de la fuente". Irwin recoge, sin embargo, otros testimonios que apuntan a que todo el patio estaba hecho de puro mármol.Y me le imagino caminando a su alrededor, mientras su imaginación volaba, recreando en sus notas como las maravillas que ocupan el centro del patio podían haber sido un lugar de recreo y meditación, alentado por los colores y olores que de la misma naturaleza se desprendía. Pero dónde algunos sólo ven una maravilla arquitectónica y artesanal, otros están dispuestos a ver más allá.
El patio mágico de los Leones El patio, que se encuentra rodeado de 124 columnas, han sido interpretadas como si fueran árboles del Edén. Las 12 figuras que dan nombre a la Fuente de los leones, que algunos describen de apariencia mesopotámica, bien podrían ser una alusión a las 12 tribus judías y los 12 signos zodiacales. Se sospecha que la fuente, de antigüedad superior a la Alhambra, era de propiedad de un judío.Sobre la fuente se sabe que nada tenía que ver con la que hoy podemos admirar. Ya en una carta de 1526, el viajero veneciano Navagero describe como los leones no vierten agua si se murmura una palabra en la boca de alguno de ellos, aunque sea un susurro, y si otra persona a su vez pone el oído en al boca de cualquiera otro león resuena claro, y profundo. Asimismo, escribe indicando que la fuente contenía en su interior un perfectísimo mecanismo, un reloj o astrolabio de agua, donde cada hora o ciclo cósmico vendría señalado por el chorro de la boca de su león correspondiente.La alquimia del agua, de los jardines y la naturaleza se abren paso dentro y fuera de la ciudadela, porque no hay viaje a Granada que no termine en el mirador de San Nicolás, en el barrio del Albaicín. Una puesta de sol, la ciudad palaciega y el sosiego, es donde la cara más impresionante de la Alhambra asoma por encima de la montaña, como advirtiendo de su omnipotente presencia. «Quien no ha visto la Alhambra, no ha vivido» .
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