Praga, en busca de la rubia más fría La región de Bohemia es conocida internacionalmente por su cerveza |
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El que se aburra en Praga, es porque no sabe buscar. Esta ciudad plagada de turistas -entre los que nos incluimos-, tiene de todo. Cultura, diversión y una de las mejores cervezas del mundo.Texto y fotos: Josep Guijarro |
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Mónica, la escultural relaciones públicas de la marca, rubia como la cerveza, es la que me acompañará en un recorrido por la historia de este producto, degustación incluida, claro. Empezamos subiendo por el ascensor más grande del país, con capacidad para 72 personas, que nos situará frente a una pantalla de cine, con escenario giratorio, donde se proyecta un interesante documental. Es así como averiguo que la producción de cerveza aquí se remonta al siglo XIII. Y, que fue a causa de su mala calidad, cuando en el siglo XIX, todos los productores se pusieron de acuerdo para crear una marca conjunta. La responsabilidad recayó en un tal Josef Grollo, un cervecero bávaro, que el día 5 de octubre de 1842 consiguió la primera partida de cerveza de baja fermentación Pilsner Urquel. Sus características: color oro vivo, espuma blanca y sabor especial por el añadido de lúpulo. Pude comprobarlo yo mismo bebiendo de las barricas que se conservan en una basta red de túneles, de varios kilómetros de longitud, que se extienden bajo la fábrica. Medio “tostado” –porque aquí no ponen tapa junto a la bebida- me dirigí a uno de los restaurantes que la propia Pilsner posee en sus instalaciones. Para comer: gulçaš, que si bien es un plato típico de Hungría, compuesto por un estofado de cebolla, carne y especias, aquí lo aderezan con “knedlíky”, (una especie de albóndigas de harina, levadura y huevos) y lo sirven dentro de un pan de hogaza. Como es lógico la bebida que acompañó tan suculento menú fue la cerveza. La ciudad de las 100 torres Con el estómago lleno regresé a Praga. Mi cuartel general se estableció en el Barceló Old Town, un maravilloso hotel con servicio en español, que es algo de agradecer cuando uno está fuera de casa. Su ubicación, además, en pleno centro histórico, facilitaba la visita a los monumentos más emblemáticos de la ciudad pero, también, a su animada vida nocturna que –aunque tempranera en horarios- discurre cerca de allí; Grandes fiestas con DJ’s internacionales, cenas en restaurantes con bailes tradicionales y paseos por el río Moldava que pueden hacer inolvidable nuestra estancia en la capital checa. Sobre todo si vamos acompañados, aunque si de mujeres se trata, las checas son espectaculares, con ese exotismo que proporcionan sus rasgos eslavos a los latin lover como yo. Praga La nuit La noche se echaba encima y, siguiendo algunas recomendaciones, encaminé mis pasos al Puente Carlos para disfrutar de la puesta de sol. Este puente une la Ciudad Vieja y el encantador barrio de Mala Strana. Es el más viejo de los puentes de la ciudad y siempre está lleno de vida y de artistas que trabajan o exponen sus pinturas junto a las numerosas figuras que decoran el puente. Fue construido por orden del Rey Carlos IV, cuya estatua se erige frente a una de sus torres. Desde ahí, apoyado en la barandilla, disfruto de una estupenda una hermosa panorámica del castillo de Praga, al otro lado del río Moldava. Es hora de cenar. Para ello, me dirijo al Atmosphere, (calle Smetanovo nábreží 14), muy cerca del puente de Carlos. Está un poco escondido, pero merece la pena preocuparse de encontrarlo ya que tiene café, pub y restaurante, con especialidad en la pasta y los platos típicos. Después iré al barrio judío para vivir la noche más electrónica, en la discoteca Roxy. Un lugar que, desde hace más de 17 años, está al frente de la noche más moderna. Grupos como Faithless, Air o Franz Ferdinand han sido los encargados de calentar el ambiente en las siempre frías noches de Praga. Praga cultural Al día siguiente, con la luz del sol, decido visitar la Praga más cultural. Hay mucho que visitar. En la Plaza Wenceslao se halla el Ayuntamiento y la catedral. En el primero, es parada obligada el reloj astronómico. El escritor Alois Jirásek, cuenta una curiosa leyenda, según la cual, su construcción fue realizada en 1490 por el maestro Hanus. Al finalizar su trabajo éste fue cegado para que no pudiera crear nunca nada parecido. Como venganza, se dice que el relojero detuvo su mecanismo. Pero claro, las leyendas son eso, fábulas, que quedan en nada cuando se demostró que había sido Nicolás de Kadan, a principios del siglo XV su verdadero artífice. Hasta 16 relojeros lo han mantenido a lo largo de la historia. A las horas en punto, un desfile de apóstoles autómatas saluda al gentío que se da cita frente a él. Primero san Pedro, con una llave dorada y el último, san Pablo, que porta una espada y un libro. Y, así doce veces al día, desde las 9 de la mañana, a las 9 de la noche. Lo más curioso es que el reloj no marca las horas, sino las que han pasado desde la puesta del sol (una tradición judía) y, además, indica la posición y el movimiento de los cuerpos celestes en relación a la ciudad. Aunque complicado de entender, es una de esas cosas que no puedes perderte. Desde esta plaza, podremos movernos hacia otros lugares más curiosos de esta capital, como el barrio judío. Para ello tendrás que caminar por la calle París, donde se hallan las tiendas más lujosas de la ciudad y donde pasean las chicas más guapas. Muy cerca se encuentra el café Kaftka, (calle Siroka 12/64), otro lugar imprescindible en el que podremos tomar un café y sentirnos como el atormentado escritor, que mantenía una peculiar relación de amor-odio con esta ciudad. |
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