onfieso. He desarrollado una extraña habilidad para dormir en los aviones así que, gran parte de los 2.600 Km. que separan Barcelona de Helsinki, los paso en brazos de Morfeo. Abro los ojos justo cuando el Airbus 230 de la compañía Finnair sobrevuela el Golfo de Finlandia, regalándome unas impresionantes vistas del mar Báltico completamente helado. No puedo reprimir coger mi cámara y disparar a través de la ventanilla para inmortalizar el sobrecogedor paisaje. Estamos cerca de Helsinki, escala de mi destino final: la Laponia finlandesa, una región prácticamente deshabitada y formada por inmensas áreas agrestes que constituye uno de los paisajes más singulares de Europa. En el moderno aeropuerto de Helsinki Vantaa –que recibe la friolera de trece millones de pasajeros anuales- tomo conciencia de un hecho inquietante: Entre el 6 y el 10 de marzo (una semana antes de mi llegada al país) ha tenido lugar una tormenta solar de categoría X (la más fuerte). ¿Por qué me inquieta? Porque uno de los objetivos del viaje es conseguir fotografiar una aurora boreal y sé que éstas guardan una estrecha relación con el astro rey. Las erupciones solares expulsan enormes cantidades de partículas en forma de viento solar. El campo magnético de la Tierra, que nos protege de esta radiación, es más débil en los polos facilitando, bajo ciertas condiciones meteorológicas, que se formen auroras boreales, un fenómeno en forma de brillo o luminiscencia que aparece en el cielo nocturno y está asociado a ciertas creencias. Muchos japoneses, por ejemplo, viajan a estas latitudes de recién casados casi exclusivamente para verlas porque, aseguran, que observar una aurora proporciona fortuna y fertilidad a la pareja. Según mis notas, la NASA prevé que el 17 de marzo tenga lugar la mayor tormenta solar de la Historia. ¿Generará auroras boreales? ¿Tendré la fortuna de ver y fotografiar alguna? Y, es que, pese a que Finlandia se vende como un destino particularmente bueno para observar estos fenómenos, protagonizarlos es una lotería, hay quien viene a menudo aquí y, sin embargo, no ha podido verlas nunca.
El país del frío Cuando llego a Ivalo ya es de noche. En el pequeño aeropuerto me espera Julián, un madrileño que desde hace ocho años se vino a vivir a Finlandia. Trabaja para Wild North, una empresa de turismo de aventura que me proporcionará el vestuario necesario para sobrevivir a los rigores del “país del frío”. Al subir a la “van” y recorrer las carreteras, camino de Saariselkä, es cuando tomo conciencia de la enorme cantidad de nieve que nos rodea. Aquí los inviernos duran siete meses (hasta mayo) y nos regalan temperaturas que alcanzan los 30 grados bajo cero, un paraíso exclusivo para los esquiadores. Sólo los meses de verano (entre junio y agosto) el mercurio se deja ver por encima de los 20 grados y acontece la räkkä, palabra finesa que se refiere a la invasión de millones de mosquitos, se hace imprescidible, por tanto, llevar consigo el repelente en tu equipaje. Considerando la latitud en la que me encuentro, por encima del Círculo Polar Ártico, disfruto de una noche benigna: -10ºC a mediados de marzo. Me alojo en el Kakslauttanen Igloo Village, un acogedor complejo hotelero que dispone de 40 confortables “iglús” acristalados que facilitan la observación de auroras... Eso sí, tendido en la cama y con calefacción. Sus instalaciones albergan, además, coquetas cabañas de madera, un restaurante y una capilla de hielo, en medio de un entorno natural incomparable. Su director está preparando un exquisito salmón en la chimenea que nos alumbra. Me voy quitando capas de ropa (como si fuera una cebolla) mientras saboreo un primer plato típico; sopa de queso y reno. Hay que hacer notar que la cocina finlandesa trata de satisfacer las necesidades calóricas de sus habitantes de modo que abundan los pescados grasos y la carne de reno que, tradicionalmente, se sirve estofada.
Los misteriosos Sami Durante la cena hablaremos de auroras y sabré que los sami las denominaban revontuli (el fuego del zorro) ya que, según sus creencias, estas luces nocturnas eran provocadas por un zorro que pintaba el cielo con su cola. Otras leyendas las asocian a la luz reflejada en el lomo de una gigantesca ballena. Las tribus samis (mejor que el término lapón, considerado peyorativo) crearon una mitología original y poco conocida relacionada con los bosques y las fuerzas de la naturaleza. “Es un pueblo nómada por vocación –me explica Markku Oravainen, de Turismo de Saariselka, que hace de anfitrión- que vio como su territorio se encogía...” Hizo una pausa pero contuve el silencio. En Finlandia jamás se interrumpe a nadie cuando habla. Es de buena educación esperar un par de segundos antes de responder... por si se trata de una pausa para coger aire o nuestro interlocutor reflexiona. -¿Hay samis en la actualidad? Pregunté al fin, viendo que el silencio se prolongaba. “Sí –responde con una sonrisa-. Incluso en 1956 se creó un Consejo Sami Nórdico encargado de defender sus intereses. Lo entenderás mejor cuando visites el museo.” Se refería al Museo Sami Siida, en Inari, una suerte de lugar de memoria, encuentro y exposición, construido en 1998 para plasmar el renacimiento de la identidad sami y su reconocimiento oficial. Tendría ocasión de visitarlo días más tarde y quedar hipnotizado por esta cultura que habita estos territorios desde hace más de 6.000 años.
La patria de Papa Noel El director del Hotel Kakslauttanen también me hablaría de un ambicioso proyecto que recién se ha inaugurado, una atracción llamada Resort Santa Claus, que pretende permanecer abierto todo el año y competir directamente con Rovaniemi, la capital de la Laponia finlandesa, que alberga desde principios del 2000 el hogar de Papa Noél. La fórmula ha funcionado tan bien (pese a la crisis, el pasado mes de diciembre Rovaniemi recibió cerca de 400.000 turistas, doblando sus cifras del año anterior) que otras localidades se han atrevido a mejorar la fórmula. Tendría ocasión de comprobarlo por mi mismo al día siguiente, montado en una motonieve. El Resort Santa Claus de Kakslauttanen, se halla a sólo 15 minutos de Saariselkä, al oeste del hotel donde me hospedo e incluye, además de la casa de Santa, un puente de 50 metros de largo sobre el pantano Gold Creek, vigilada por una torre de 10 metros donde habitan los elfos. También podemos visitar la fragua del elfo Smith, buscar oro con los elfos durante el verano o, en el invierno, conducir un trineo tirado por renos. Y todo esto en un entorno mágico, de naturaleza exuberante, rodeados de nieve y con los renos sueltos. Ideal para los niños. La motonieve es punto y a parte. Una vez que eres capaz de vencer el miedo inicial, la sensación es alucinante y te permite recorrer caminos y senderos atiborrados de nieve y disfrutar del entorno. Ahora entiendo a la perfección como, a pesar de ser un destino sin monumentos históricos y con un relieve, en cierto modo, monótono, uno tiene de inmediato, ganas de volver. Aquella mañana terminaría pilotando un kart en una pista de hielo. Para ello, me acerqué al Actionpark!, la adrenalina está garantizada en cada derrapaje pero, si no tienes suficiente, puedes montarte a bordo de un Subaru WRX STi con tracción rally y vivir la experiencia de la velocidad con un piloto profesional. Por algo los finlandeses son los mejores en este terreno. Para terminar el paquete de actividades, pasé la tarde practicando esquí de fondo. Ya os avanzo que no es lo mío porque pasé más tiempo levantándome que sobre los esquíes, pero para quien esté acostumbrado es una experiencia única porque las colinas del Parque Nacional Urho Kekkonen proporcionan un marco incomparable para su práctica con senderos iluminados, diferentes relieves y diversos niveles de dificultad. Me cuentan que en este parque todavía vive una docena de osos que son difíciles de ver. No tanto, los alces y zorros. También, con mayor frecuencia, águilas, grullas y búhos. Un paraíso natural. Y es que en Finlandia existe una relación diferente con el tiempo, el espacio y la naturaleza. Y eso se nota en la arquitectura. La dispersión es la norma. ¿Para qué vivir pegado a un vecino cuando tienes hectáreas de por medio? Con tantas actividades acabé agotado, así que me dispuse a relajarme mediante uno de los mayores valores que nacionales: la sauna. La sauna finlandesa supera los mil años antigüedad. Dicen las estadísticas que existen más saunas que automóviles y es que, aunque pueda parecernos extraño, los habitantes de este país le otorgan una especial atención y cuidado tanto a su cuerpo de manera externa como interna. La primera modalidad de sauna finlandesa se hacía con madera que se calentaba y quemaba dentro de una estufa con o sin chimenea. Se la conoce con el nombre de “sauna de humo”; la puerta se cierra después de que la madera se haya quemado lo que implica que la mayor parte del humo sale hacia el exterior dejando sólo el suave aroma de la madera. En el Fell Center Kiilopää la combinan con el baño en un agujero practicado sobre la nieve... pero me faltó valor para realizarlo.
Llega la tormenta solar Amanece el 17 de marzo. Soy consciente que hoy tendrá lugar la mayor tormenta solar de la Historia. ¿Podré fotografiar una aurora boreal? Con esa ilusión me encamino a Inari, el más importante centro de cultura sami. Como ya expliqué, ántes de que los vikingos primero y suecos y rusos después se dejaran caer por estas tierras, los aborígenes sami vivían en armonía con su entorno; unos dedicados a la pesca, practicando agujeros en el hielo y otros a la ganadería, con los renos. Me hago una idea de lo primero visitando el museo Siida, de lo segundo, visitando la granja Petri Mattus, a unos 15 Km. de Inari donde, además de hacer un pequeño recorrido en trineo tirado por renos, tendré oportunidad de conocer más a fondo las creencias de esta misteriosa etnia que ha sabido hacer un culto de la hospitalidad para poder subsistir en las tundras que se extienden sobre el Círculo Polar Ártico. Las primeras referencias a los samis se remontan al año 100 de nuestra era. Aunque antes de la cita del historiador romano Tácito hay restos de cerámicas, que permiten concluir a los antropólogos que los samis han vivido en la zona desde hace más de seis milenios. Dos hipótesis intentan descifrar el origen étnico de este grupo humano: la primera, los supone integrantes de los pueblos paleosiberianos, mientras que la segunda advierte que constituyen un grupo alpino procedente de la Europa central. Por la tarde volveré a pilotar una motonieve para explorar los alrededores del Lago Inari, donde radica un antiguo enclave de sacrificio sami, concretamente en la pequeña isla de Ukko. Sin embargo, me llama la atención la iglesia de Pielpajärvi, construida entre 1752 y 1760 y flanqueada por dos cabañas que servían de refugio para que los fieles pasaran la noche se erige sobre un antiguo poblado aborígen. Me dicen que el día de San Juan tiene lugar aquí un curioso culto.
A la caza de la Aurora La puesta de sol me regala un cielo teñido de rojos y anaranjados espectaculares. La noche es fría y la bóveda celeste está rasa cuando entro al restaurante Kammi. A pocos minutos de las 22 horas, una voz desde el exterior da la alarma; se está formando una aurora. No pierdo tiempo en equiparme con el mono térmico y, sin pensarlo dos veces, salgo al exterior. Creo que se me hielan hasta las pestañas pero no siento el frío ante la emoción que me embarga. Súbitamente, en el cielo estrellado, lo que parece una fina neblina empieza a colorearse de verde y a zigzaguear en la inmensidad de la noche. No hay tiempo que perder. Ajusto la sensibilidad de la cámara, encuadro y empiezo a disparar... A mi alrededor se ha ido concentrando más gente -incluídos parejas de japoneses- que se abrazan y se emocionan ante el espectáculo que acontece en el firmamento. Es la Aurora Boreal, al fin la mayor tormenta solar de la Historia deja su firma y, con ella, la posibilidad de inmortalizar este misterioso fenómeno. Las auroras son más propicias entre febrero y abril pero también se dan en otoño. Tras una primera fase dinámica se estabilizan de modo que podemos plantar un trípode y fotografiarlas con un gran angular. Así, con la sensación del deber cumplido, al día siguiente puse rumbo a mi último destino: Nellim, a tan sólo 15 Km. de la frontera con Rusia. Creo que jamás he pasado tanto miedo como allí. Sobre un trineo tirado por perros huskies tuve la sensación de que el crepitar del hielo del lago presagiaba la llegada de la primavera... antes de tiempo. Y es que el cambio climático también se deja notar, pero esa es otra historia.
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