Grandes destinos / Argentina
Al oeste del territorio argentino se asientan los mejores viñedos y bodegas del país. Mendoza ocupa el primer lugar en producción local y quienes lleguen a esta provincia podrán encontrar una variada oferta cultural, comercial, hotelera y gastronómica donde el vino es siempre protagonista.
Texto Patrícia Hervías Fotos Josep Guijarro
Son
casi las ocho de la tarde y la luz del sol se marcha a otras latitudes. Y es que aquí, en Mendoza, el mes de junio es otoño. Me lo recuerdan las hojas de los viñedos que me rodean con sus tonos cálidos, amarillentos y rojizos, como el sol que termina por esconderse. El frío empieza a hacer acto de presencia por lo que decido refugiarme en en el salón del Club Tapiz, una hacienda construida en 1890 y rodeada por más de 10 hectáreas de viñedos. Allí me hipnotiza el crepitar del fuego en la chimenea, un escenario mágico para mi primer gran contacto con la historia del vino argentino. Julieta, su responsable, se sienta junto a mi con dos botellas de vino, uno blanco, otro tinto, y unas maravillosas tapas con las que nos haría disfrutar de una experiencia increíble.
ENTRE MONTAÑAS
Mi llegada a Mendoza se produjo, sin embargo, a primeras horas de la tarde. Ya en el trayecto desde el aeropuerto de El Plumerillo hasta el Club Tapiz quedé prendada por la espectacularidad del paisaje, dominado por la impresionante cordillera andina, visible desde cualquier punto. Me sentí muy pequeña, pequeñita, mirando la inmensidad y la altura de aquellas blancas cumbres.
Pero en contraste, Mendoza es lisa, plana como una hoja de papel aunque tapizada por los que, seguramente, son los viñedos más altos del mundo, situados a casi 4.000 pies sobre el nivel del mar. Esta circunstancia hace que las cepas gocen de la luz solar durante el día y la altitud garantiza temperaturas bajas durante la noche, lo que se traduce en una larga temporada seca para el desarrollo de las uvas. Los suelos rocosos provocan que las vides ofrezcan uvas pequeñas con sabores concentrados y que su acidez se mantenga intacta. Para que este milagro haya sido posible, ha resultado indispensable la mano del Hombre porque las hectáreas y hectáreas repletas de viñedos que cubren la región se asientan, en realidad, sobre un árido desierto de arbustos y matorrales. Esa intervención humana es la que ha propiciado que el paisaje se transforme completamente y que las hojas de millones de vides pinten, según las estaciones del año, de rojo, verde, amarillo y blanco (cuando la nieve aparece en invierno) el valle que se dibuja a los pies de los Andes.
Y es que Cuyo, el nombre de la región en la que me encuentro, significa “país de las arenas”, un desierto que ahora ostenta la mayor superfície de viñedos del país, con casi 140.000 hectáreas, un vergel que da trabajo a miles de personas y que nos ofrece exquisitos caldos repletos de historia.
PARA EL VINO DE LA MISA
Con el sabor de mi copa de Malbec, varietal de uva que supo hallar en Mendoza su mejor expresión, gracias a su particular orografía y composición de los suelos, empecé a experimentar con mis sentidos: la vista para el color, el olfato para el aroma y en el paladar el sabor intenso a madera, cueros y ahumados...
Julieta me explica que las primeras vides llegaron a Argentina a través de la ciudad de Salta. Y no por un sentido lúdico, sino más bien por la difusión del cristianismo, ya que el vino era necesario para celebrar la misa.
Y curioso es, que la ciudad de Mendoza, en su fundación 1561, se convirtió en un punto estratégico por donde ingresaron viñas desde Chile a la Región de Cuyo, para diseminarse más tarde por todo el territorio. En 1853 el gobernador de Cuyo (Mendoza-San Juan) Domingo Faustino Sarmiento, contrataría al francés Aimé Pouget, para que se encargara de la reproducción de las primeras cepas de variedad francesa, entre ellas el famoso Malbec. Pero, también, la uva Shiraz, que -dicen- es originaria de Persia, aunque los franceses aseguren lo contrario, y la Torrontés, usada para vinos blancos, que han convertido a Argentina en un potencial vitivinícola muy a tener en cuenta.
LOS CAMINOS DEL VINO
La Ruta o Camino del Vino se ha convertido, pues, en punto de referencia para todos aquellos que visitan el país. Las 1.221 bodegas producen más de 10 millones de hectolitros anuales que, además de ofrecernos disfrute al paladar, han permitido el desarrollo del sector turístico y disfrutar de la cultura del vino de diferentes maneras.
Me sorprende constatar como entre los dueños de muchos de los viñedos figuran europeos que han decidido “lanzarse” de cabeza a conquistar el mercado vitivinícola de Argentina.
Me lo cuenta Carolina S. Fuller, responsable de relaciones institucionales, a bordo de un carruaje del siglo XIX que recorre los viñedos de la bodega Tapiz en Agrelo, donde está ubicada la nueva Bodega de Fincas Patagónicas. En bello lugar, cercano a la población de Luján de Cuyo, recibe una importante afluencia de turistas de todo el mundo y una de sus particularidades es que parte de sus viñedos aún conservan del Imperio Inca la forma de cultivar. Sus modernas instalaciones, situadas junto a 90 hectáreas de viñedos donde campan a sus anchas algunas llamas y caballos, me sirvieron para comprender el mecanismo de la producción del vino: el tratamiento de la uva, desde que se corta hasta que acaba en las barricas de roble, hasta su fase de envejecimiento para llegar a ser el vino que acaba en nuestras mesas.
TRADICIÓN Y TECNOLOGÍA
También en los alrededores de Luján se erigen las Bodegas Norton, propiedad de Gernot Langes-Swarovski. Sí, el de los cristales austriacos.
En un suelo de origen aluvional, rocoso y poco profundo, con riego de agua cristalina proveniente del deshielo, se extienden cinco fincas con cerca de 1.200 hectáreas de vid, donde trabajan 150 familias que viven compartiendo secretos y experiencias de generación en generación. El viaje didáctico en el que nos vimos sumergidos, nos hizo entender como los argentinos viven la pasión del vino; Sus uvas, sus toneles, sus barricas, los tiempos, la recogida, compartir vivencias del día a día y la pasión que ponen a cada segundo que pasan con sus caldos. La arquitectura exterior no es ni sombra de lo que se puede encontrar en su interior. Sobre todo, cuando al finalizar la visita y trasladarnos a tomar una picada con un vino, elegido por mi, encuentro una gran barrica tapada por un tapón diseñado por su dueño. Lleno de piedras cristalinas brillantes, me pregunté por qué no sacaban una línea de vinos con más cristalitos de ese tipo.
BODEGAS PARA EL TURISMO
Que la cultura del vino es una atracción turística es un hecho. Lo constato al visitar la bodega Salentein, un modelo de diseño y modernidad: Sus fundadores fueron los primeros en invertir en esta industria en Argentina. La finca se situa en la Ruta 89 , en el Valle de Uco, en unas tierras que fueron testigos de innumerables proezas y hazañas, desde los pueblos indígenas a las misiones jesuíticas que dejaron su impronta. Doscientos años más tarde Salentain cultiva allí las variedades Pinot Noir, Chardonnay y Sauvignon Blanc que encuentra su mejor expresión en la edición limitada Primus que tuve el placer de probar en una espetacular sala de degustación, un ágora griega rodeada por barriles de roble francés que esperan pacientes a que alguien meta su mano para desvelar sus secretos.
Las instalaciones, que celebran su décimo aniversario, poseen un sorprendente museo donde exponen grandes pintores y dibujantes argentinos.
AL PIE DE LAS MONTAÑAS
Nuestra incursión por el mundo del vino finaliza en la bodega Andeluna, situada en el valle del Tupungato, al pie de la cordillera.
Estas bodegas iniciaron su andadura en 2003 con la intención de convertirse en uno de los máximos referentes en vinos de calidad de Argentina. En este entorno excepcional cultivan las tradicionales variedades de uva - Malbec, Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc, Merlot, y Chardonnay.
La bodega dispone de un tour turístico por galerías, pérgolas y jardines con una vista a los viñedos, el Volcán Tupungato y el Cordón del Plata, junto a un tasting room con un wine bar, wine shop, cava degustación y gran cocina para exhibiciones, almuerzos y reuniones.
Sus vinos íconos Grand Reserve están considerados de los mejores vinos del mundo siendo elogiados por la prensa de los cinco continentes. Estos vinos son envejecidos en barricas nuevas de roble francés durante 18 meses y luego permanecen embotellados durante un años más, antes de su lanzamiento. Un verdadero placer para los sentidos que tuve ocasión de comprobar en un almuerzo inolvidable.
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